Ciudad de México.– De vocación detectivesca de la memoria, la minuciosa conciencia de la soledad, los vericuetos de la identidad y la fuerza inverosímil del azar, son las obsesiones medulares que han repercutido y marcado de forma profunda la obra del escritor, cineasta y poeta estadunidense Paul Auster, quien nació en Newark, Nueva Jersey, el 3 de febrero de 1947.

Y a la par de sus 70 años de edad, llega la publicación de 4 3 2 1, una novela de casi 900 páginas —la primera desde Sunset Park (2010)— en la que el autor de La trilogía de Nueva York (1987) narra cuatro versiones posibles y paralelas de la vida de un hombre, y con la que parece enfatizar una de sus reiteradas y sugestivas afirmaciones:

“La verdad es más extraña que la ficción. Supongo que mi propósito es escribir una ficción tan extraña como el mundo en que vivimos”.

Por otro lado, recientemente aceptó la presidencia del PEN América –de la que se hará cargo a principios de 2018–, porque a raíz de la victoria de Donald Trump en las elecciones de su país, el novelista neoyorquino señaló, en una entrevista para el diario británico The Guardian, que si la hubiera rechazado —como había ocurrido en ocasiones anteriores— no habría podido vivir con su conciencia.

Vocación y convicción

En el libro autobiográfico A salto de mata. Crónica de un fracaso precoz (1997), Auster escribió:

“Nos habían enseñado a creer en la ‘libertad y justicia para todos’, pero el caso era que la libertad y la justicia solían estar reñidas. La persecución del dinero no tenía nada que ver con la equidad; su motor era el principio social de ‘sálvese quien pueda’ (…) Comer o ser comidos. Es la ley de la selva, amigo mío, y si no lo aguantas mejor será que te largues mientras puedas”. Y así lo hizo.

Decidido a convertirse en escritor desde la adolescencia —una vez que se dio cuenta de que no llegaría a ser un jugador de beisbol de las grandes ligas—, se apartó lo suficiente antes de quedar atrapado en ese mundo de ilusiones mercantiles: trabajó en un barco petrolero, vivió en París ganándose la vida como traductor, se casó con la escritora Lydia Davis, con quien tuvo su primer hijo —años más tarde, tras divorciarse, contrajo matrimonio con la novelista Siri Hustvedt, madre de su segunda hija y su pareja hasta la fecha—, y aunque desde el principio concibió el sueño de escribir novelas, durante diez años sólo se dedicó a la poesía y a la crítica literaria.

Sin embargo, mucho tiempo antes había tenido una experiencia que cambió su vida de una manera más rotunda.

Mientras estaba de vacaciones en un campamento de verano, a los 14 años, fue testigo del momento en el que un rayo cayó sobre una alambrada en medio del campo, y la descarga eléctrica mató a un niño que la cruzaba por debajo, a pocos centímetros de distancia.

Para Auster, ese incidente significó el primer contacto con la desconcertante inestabilidad de las cosas:

“Piensas que estás en un terreno sólido y un momento después el suelo se abre bajo tus pies y desapareces”.

La muerte del Padre

En diciembre de 1978, confinado en un limbo de carencias sentimentales y económicas, después de más de un aó de no escribir nada y con la idea de que su carrera literaria había acabado –un año antes de despegar de hecho– Auster se puso a trabajar en una obra de género impreciso.

Luego de asistir a un espectáculo de danza que lo había impresionado, a la que tituló White Spaces, y que terminó de escribir la misma noche en que recibió la noticia de la muerte de su padre.

Irónicamente, la herencia que recibió a continuación le permitió contar con el tiempo que necesitaba, y encontrar el impulso esencial para escribir La Invención de la Soledad (1982), un libro autobiográfico –al que seguirían Las Memorias Recuperadas en Diario de Invierno (2012) e Informe del Interior (2013) – en el que no sólo se trata de contar su vida, sino de explorar “ciertas cuestiones comunes a todos nosotros: cómo pensamos, cómo recordamos, cómo llevamos nuestro pasado con nosotros en todo momento”.

Un carrera prolífica

Galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2006, el autor de libros como El país de las últimas cosas (1987), El palacio de la luna (1989), La música del azar (1990) —que al simplificarse muestra una estructura similar a la de un cuento de hadas—, Leviatán (1992), El cuaderno rojo (1995) —considerada por él mismo como una especie de ars poetica—, El libro de las ilusiones (2002), La noche del oráculo (2003), e Invisible (2009), dijo en su discurso de aceptación:

“La novela es una colaboración a partes iguales entre el escritor y el lector, y constituye el único lugar del mundo donde dos extraños pueden encontrarse en condiciones de absoluta intimidad.

Me he pasado la vida entablando conversación con gente que nunca he visto, con personas que jamás conoceré, y así espero seguir hasta el día en que exhale mi último aliento. Nunca he querido trabajar en otra cosa”.

Y en una entrevista que publicó The Paris Review, en 2003, Auster —quien también escribió los guiones de los filmes Smoke (1995) y Blue in the Face (1995), dirigida junto a Wayne Wang; además de ser guionista y director de Lulu on the Bridge (1998) y La vida interior de Martin Frost (2007)– señaló:

“La vida es tan breve, tan frágil, tan desconcertante. Después de todo, ¿a cuánta gente queremos de verdad en el transcurso de toda una vida? Sólo a unos pocos, muy pocos. Cuando la mayoría de ellos se han ido, el mapa de tu mundo interior cambia. Como me dijo una vez mi amigo George Oppen sobre el hecho de envejecer:

Qué raro que le pase esto a un niño”.

Con información de Excelsior

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