Tzurumútaro, Michoacán
Las filas para ingresar al panteón son prolongadas. A la cita llegan visitantes nacionales e internacionales; a pie o en autobuses completos. Una dosis de gel antibacterial y da inicio el recorrido entre veladoras y flor de cempasúchil.
Las familias ya están reunidas para mantener viva la tradición. Se congregan alrededor de las tumbas, las cuales lucen perfectamente adornadas y con las respectivas ofrendas para los difuntos.
Al interior del cementerio hay elementos de la Policía Michoacán, pero a comparación de otros días, hoy se presentan con el rostro maquillado como catrines y saludan a los niños que corretean por el lugar.
“No necesitamos promocionar nada, solita llega la gente”, expresa una pareja de la tercera edad y aseguran que en Michoacán la tradición está segura.
Mientras tanto, en Santa Fe de la Laguna, en la entrada de la comunidad lo primero que se ve es el rostro de Mamá Coco. Está en libretas, llaveros y en un cartel que anuncia la dirección para llegar a su casa.
Por las calles, los arcos indican en qué hogares es donde se desarrolla la tradición y como lo indica la costumbre, los interesados en acercarse solicitan permiso con una ofrenda de por medio.
Suenan las pirekuas, el aguardiente pasa de mano en mano y en otras casas simplemente conversan mientras acompañan a su difunto.
En la plaza principal sobreviven los perros callejeros que hurgan en las bolsas de basura y alguno que otro dispuesto a hacer de la noche una festividad sin fin.