Morelia, Michoacán
Han pasado 13 años, pero la herida sigue abierta.
Rocío aún abraza la cartera que su pequeño hijo Ángel Uriel traía en la bolsa trasera del pantalón, fabricada de lona y la cual también fue perforada por las esquirlas de la granada que estalló en pleno centro de Morelia, aquella noche del 15 de septiembre de 2008.
“Qué tan graves fueron las lesiones que sufrió mi hijo, que las esquirlas traspasaron la cartera que traía esa noche”, se pregunta la madre del pequeño, mientras revela para Primera Plana el contenido de la vieja cartera, marcada por los mortales orificios y una ligera quemadura.
Esos atentados, los primeros calificados como terroristas en la historia de México, acabaron con la vida de ocho civiles inocentes que habían asistido a la celebración del Grito de Independencia.
Entre los cuerpos inertes estaba el de un niño, quien hoy tendría 26 años de edad y posiblemente una vida dedicada a la música, una de sus pasiones.
En las paredes de su hogar, destaca un marco con la fotografía de Ángel Uriel junto a sus demás compañeros que conformaban la Banda de Guerra en la escuela secundaria.
También se aprecia una foto que le fue tomada un mes antes de su muerte, así como otras del día en que se graduó de la primaria, ataviado en impecable uniforme rojo con azul, camisa blanca y corbata en tono marino.
“Tenía toda una vida por delante”, recuerda su mamá… pero aquella trágica noche, manos criminales se la apagaron.
“No sé cómo resistió tanto dolor”
Tras el estallido de la primera de dos granadas ocurrido esa noche, el cuerpo de Ángel Uriel salió proyectado por la onda expansiva junto al de su madre Rocío García Guerrero, su abuela y su hermanita Alexa.
Todos ellos se encontraban en la plaza Melchor Ocampo, presenciando la celebración del Grito de Independencia que encabezaba el entonces gobernador perredista Leonel Godoy, hoy diputado federal por el partido Morena.
El presidente era Felipe Calderón y en la entidad se libraba una feroz lucha por el control del territorio, entre Los Zetas y La Familia Michoacana.
El repique de campanas que Godoy hizo a las 23:00 horas, fue seguido de una primera explosión a unos cuantos metros del Palacio de Gobierno, y una segunda detonación calles adelante, dirigidas ambas contra la población civil.
El saldo fue de ocho personas fallecidas y más de un centenar de heridos, varios de ellos con amputaciones; y de cero culpables hasta ahora.
En el caso de Ángel Uriel, su cuerpo sufrió perforaciones por esquirlas en piernas, vientre y genitales.
Herido de muerte, fue llevado aún consiente al hospital. Incluso, recuerda su madre, los paramédicos narran que, para tratar de disfrazar un poco la magnitud de la tragedia y de las graves lesiones que recibió, mismas que mataron también al turismo durante años en la entidad, le hacían bromas por irle al América.
Ella no olvida cómo el niño batalló por su vida durante cuatro días, hasta que su cuerpo ya no resistió pese al esfuerzo de los médicos.
Esa noche, Rocío también perdió a su madre y ella sufrió heridas por esquirlas que penetraron en la garganta, piernas y manos. Y ahí siguen, alojadas y ya encapsuladas por su propio organismo, una literalmente acariciando la yugular.
“Mi mamá prácticamente falleció en el acto. Cuando la vi ya no reaccionaba, ya no podía hablar ni hacía movimientos de nada, pero en el caso del niño, tú lo veías sentado, volteando para los lados, como que no se explicaba qué estaba sucediendo.
“No lo veías asustado, por eso ya cuando me enteré todo el daño que tenía mi hijo, dije: ‘no puedo creer que mi hijo haya aguantado todo eso’, ¿cómo aguantó tanto dolor?”, expresa entre llanto la aun inconsolable madre.
“Para mí, simplemente está en otra habitación”
El panteón donde reposan las cenizas del único niño que murió en los atentados del 15/S, es fiel testigo del cariño que Ángel Uriel cultivó en su corta vida.
“Eres una persona súper especial y siempre serás mi mejor amigo. Te dejo una paleta y espero que recuerdes que tienes en quien contar. Te extraño”, le han escrito sus compañeros de escuela.
“A ver cuándo nos volvemos a ver”, cita otro de los mensajes.
Incluso, su padre –quien no vivía con ellos cuando ocurrieron los atentados- sigue visitándolo en el panteón para dejarle cartas.
“Te amo mucho y no sabes cuánto te extraño, me hace falta tu presencia”, dice uno de los textos, todos hechos con puño y letra.
Cada uno de esos mensajes son los que ahora Rocío guarda y abraza, como uno de sus más valiosos tesoros, en la cartera perforada por las esquirlas, que traía su pequeño hijo aquella noche de los granadazos.
Y es que, para ella, Ángel Uriel no se ha ido. Simplemente, dice, “duerme en una habitación diferente”.