París, Francia – Excélsior
A sus 35 años, Stéphanie Frappart se dispone a firmar otra primicia: el 14 de agosto se convertirá en la primera mujer que dirige una final masculina de competición europea, la Supercopa entre el Liverpool y el Chelsea en el Besiktas Park de Estambul.
La oportunidad le llega tras haber sido pionera a lo largo de toda su carrera.
El pasado 28 de abril fue la primera mujer que arbitró un partido de la primera división francesa, el Amiens-Estrasburgo (0-0), y la Federación Francesa de Futbol (FFF) anunció en junio su promoción a la nómina de árbitros de la Ligue 1 de forma permanente para la temporada 2019/20.
El nuevo mérito de una trayectoria en la que arbitró en julio la final del Mundial femenino entre Estados Unidos y Holanda (2-0) recae en una colegiada que no quiere que las oportunidades le lleguen por su condición femenina.
“Quiero arbitrar en primera por mis competencias, no por ser mujer”, aseguraba en abril al diario deportivo “L’Équipe”.
Una actitud que casa bien con el retrato que de ella hacen los responsables del arbitraje francés, como el director técnico, Pascal Garibian, que considera que “siempre busca progresar y tiene una enorme capacidad de sacrificio”.
Sobre todo en el aspecto físico, donde logra superar a varios de sus colegas masculinos en las duras pruebas.
Ella reconoció en el pasado que es ahí donde pueden surgir las limitaciones. “Seguir a Mbappé a 37 por hora no es fácil”, bromea no sin recuperar un tono firme: “Las exigencias deben ser las mismas, los futbolistas no van a correr menos esperando a una árbitro mujer”.
Frappart (Valle del Oise, 1983) saltó a la escena mediática en 2014. Coincidiendo con el nombramiento de Corinne Diacre como entrenadora del Clermont, se convirtió en la primera árbitra que llegaba a la segunda división del fútbol francés.
Hasta ese momento, Nelly Viennot era la pionera, porque en 1996 se convirtió en la primera árbitra asistente de la élite francesa. Pero nunca logró dar el paso de dirigir un partido.
Los primeros meses todo el mundo se interesaba en ellas por el hecho de ser mujeres. Y su incursión en el campo no estuvo exenta de polémicas, como el ataque sexista que le dirigió el entrenador del Valenciennes David Le Frapper en 2015 por no marcarles un penalti.
Pero con el tiempo, su condición de mujer pasó a un segundo plano y desapareció de los medios, algo que ella vive como una bendición porque sostiene que los árbitros saben que hicieron un buen trabajo cuando no son noticia.
Mientras Diacre se convirtió en seleccionadora de Francia femenina, Frappart fue consolidándose en la segunda división, hasta dar el salto soñado.
Lo llevaba en la sangre. Desde los 13 años, tras comenzar a jugar al futbol en el modesto Pierralaye del norte de París, cuando decidió inscribirse en una escuela de arbitraje “para conocer mejor las reglas”.
Ahí descubrió una pasión a la que decidió dar prioridad a los 19 años, cuando abandonó la práctica del futbol. Desde entonces, no dejó de subir escalones.
En segunda demostró de sobra su calidad. “Pita con justicia, controla los partidos con limpieza, respetando a jugadores y entrenadores, pero cuando es necesario se hace respetar”, resume Garibian.
Frappart ya dirigió otros partidos importantes. Fue colegiada en el Mundial femenino de 2015, en los Juegos de 2016 y dirigió la final del Sub-20 femenino en 2018 entre Japón y España.
Ahora sube un escalón más. Por el momento, es la única del millar de árbitras francesas que puede vivir en parte de este oficio, aunque lo tiene que compatibilizar con su actividad en la Federación Deportiva y Gimnástica del Trabajo.
Sobre sus espaldas pesa la responsabilidad de abrir el camino a otras mujeres.
“Uno de mis objetivos es suscitar vocaciones para que las chicas comiencen a arbitrar. Es algo que quiero hacer porque comencé a entreabrir las puertas”, asegura.