Londres, Inglaterra.- Fueron dos gigantes artísticos del siglo XX; sobre el papel personalidades radicalmente diferentes que sin embargo entablaron y mantuvieron hasta el final un diálogo nutrido del común desafío a las convenciones de su tiempo sobre el arte y la vida. La estrecha relación entre Salvador Dalí (1904-89) y Marcel Duchamp (1887-1968) es el punto de partida de una exposición de la londinense Royal Academy que confronta obras icónicas de ambos para explorar los vínculos estéticos, filosóficos y personales entre el desbordante genio de Cadaqués y el padre del arte conceptual.

Bajo el escueto título Dalí/Duchamp, (o Duchamp/Dalí, en el diseño de su cartel que se puede invertir) la producción de esos dos talentos creativos e irreverentes se despliega en ocho decenas de cuadros y esculturas firmadas por el artista catalán en su apogeo o en los pioneros readymades de Duchamp, obras ejecutadas con productos manufacturados que tuvieron una influencia esencial en el arte contemporáneo; en dibujos, fotografías, filmes y correspondencia que atestiguan la amistad, colaboración y admiración mútua.

Una postal remitida por Duchamp al joven Dalí (les separaban 17 años) anuncia en 1933 el inicio de una amistad que se consolidó a raíz de la inmediata y primera visita del artista francés al pueblo pesquero de Cadaqués, en el nordeste de Catalunya. Ambos ya se habían tanteado antes en el marco del grupo de los Surrealistas, pero sellaron un contacto permanente tras la decisión del artista francés de alquilar cada verano un apartamento a diez minutos a pie de la casa de Dalí en Portlligat . Fue fiel a la cita desde finales de los 50´hasta su muerte, un periodo de intercambios en el que esa imparable máquina de ideas que fue Duchamp influyó en las deconstrucciones dalinianas de la belleza estética, al tiempo que él mismo se rendía ante las transgresiones y espíritu iconoclasta de su colega catalán.

El carácter egocéntrico y exhibicionista de un Dalí que iría disfrazándose bajo sucesivas máscaras, frente al talante más cerebral y sutil de Duchamp, tuvo uno de sus puntos de encuentro en esa combinación entre el humor y el escepticismo con la que despreciaban cualquier límite y tabú. La primera sala de la muestra, articulada en tres secciones temáticas, explora dos identidades dispares pero con similares trayectorias de juventud a la hora de experimentar a través de diferentes estilos plasmados en una colección de lienzos, entre los que destacan El rey y la reina rodeados de desnudos veloces (Duchamp, 1912) o Los primeros días de la primavera (Dalí, 1929). Con el tiempo también serían cómplices en su cuestionamiento del papel del artista a partir de sus personas públicas. Dalí retoma en 1953 la célebre Mona Lisa a la que Duchamp cambió de género estámpandole bigote y perilla, y lo hace permitiendo que el fotógrafo Philippe Halsman inserte su foto en un retrato de la Gioconda a manos llenas de monedas de oro (una peineta a André Breton que lo expulsó del grupo de surrealistas por su codicia).

Integra el material gráfico expuesto en la sede del museo de Piccadilly una serie de fotografías en los que los dos protagonistas y la compañera y musa de Dalí, Gala, están de picnic en el Cap de Creus en 1933. La escena despertó las “perversiones nutritivas” de Dalí, el apetito por el sexo y la comida descrito con palabras y bosquejos en un manuscrito prestado por la fundación del artista en Figueres. Los dos amigos compartían una fascinación por el erotismo que impregna las explícitas pinturas, dibujos y esculturas de la sección dedicada al cuerpo -al voyeursimo y el placer carnal como motor de nuevas expresiones artísticas- y al objeto. El teléfono-langosta daliniano, con la connotación erótica de los genitales del crustáceo sobre el auricular, se exhibe en una enorme vitrina acompañado del urinario (La Fuente) que hace justo un siglo Duchamp osó exponer como obra de arte en un museo de Nueva York, cambiando el rumbo del arte.

El óleo sobre vidrio La novia desnudada por sus solteros (Duchamp) y el Cristo de San Juan de la Cruz, del extraordinario Dalí pintor, son piezas estelares en el último tramo de la exposición consagrado a los trabajos que juegan con la perspectiva y las ambigüedades de la percepción. Fue otra de las obsesiones compartidas por Salvador Dalí y Marcel Duchamp, compadres en la vida, el arte y en sus largas partidas de ajedrez, cuya insospechada relación protagoniza una de las grandes propuestas de la temporada londinse hasta el 3 de enero.

Fuente: El País

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