Ciudad de México.- San Antonio de Padua es, quizá, el santo más popular entre los creyentes. Esa condición de superestrella de la religión se debe, en buena medida, a una superstición que le pica las entrañas a todo el esqueleto clerical: aquella que le atribuye las cualidades de un Cupido.
Según la creencia, para invocar al amor es necesario poner al santo de cabeza y retirarle al niño que suele cargar consigo. De este modo, el proceso se acelera —¿será una forma de la tortura?—. Una vez consumado el deseo, la figura se devuelve a su posición habitual. (Por cierto, se dice que el santito tiene predilección por las mujeres vírgenes, pero esto, claro, también es una afirmación que pertenece a la mitología popular).
“Se llamaba Fernando, pero adoptó el nombre de Antonio cuando se unió a la orden franciscana
Otras supersticiones dictan que para hacer más efectivo el ritual se puede escribir una carta que contenga a detalle las cualidades que uno busca en la pareja potencial, o bien montarle una ofrenda con 13 monedas —todas regaladas, por supuesto— el día de su celebración.
Pero las facultades atribuidas a San Antonio no se limitan a los menesteres amorosos. De hecho, la grey lo reconoce por su supuesto poder de conceder milagros, una cualidad conocida como taumaturgia.
Sin embargo, estas prácticas se han formado gracias a las contribuciones de la gente que profesa la religión.
¿Por qué se pone de cabeza?
Entre las aptitudes que se le atribuyen está la de restablecer el orden perdido. Quizá una frase de Juan da Fidanza —canonizado como San Buenaventura—contribuyó a esa convicción: “Acude con confianza a Antonio, que hace milagros, y él te conseguirá lo que buscas”.
Entonces, una posible explicación sería que, al ser tan milagroso, la gente lo adoptó como el único capaz de recuperar los amores perdidos o, en todo caso, de restaurar en los amantes la esperanza en las relaciones.
Algunos datos curiosos
No se llamaba Antonio, sino Fernando —su nombre completo era Fernando de Bulloes y Taveira de Azevedo, pero adoptó aquel nombre cuando, a los 25 años, se unió a la orden franciscana— y no es natal de Padua —ciudad italiana en la que murió—, sino de Lisboa, Portugal.
En la Legenda Assidua, una biografía escrita por un franciscano anónimo en 1232, unos meses después de su muerte, se le describe como un hombre corpulento y pesado. Esta imagen contradice a las representaciones que hoy se tienen de él. Aunque pensándolo mejor, poner de cabeza a un San Antonio gordito probablemente dificultaría sus labores.
Fuente: Milenio