Juan Antonio Magallán
Tzurumútaro, municipio de Pátzcuaro, Michoacán.– En el cementerio de Tzurumútaro lloran las flores de cempasúchil; la entrada del panteón de la comunidad se empalma de turistas y familiares que cohabitan una noche más con sus difuntos, mientras sus animas pasean en el camposanto.
El silencio contrasta con el ruido que ocasionan los automóviles circulando en la carretera, pero con forme se adentra al camposanto, lo lúgubre se apropia de cada individuo para sumirse en un mar de velas que constituyen los altares en cada una de las tumbas.
Y así la entrada al cementerio es una cortina de lagrimas y la gente al entrar se baña en ellas.
Ya en el panteón, se escuchan las percusiones en la tarola pertenecientes a una banda de viento que acompaña a las animas y sus familiares mientras entonan tragos de amargo licor.
Sin embargo (y a pesar de encontrarse en un cementerio purépecha) ente los pasillos se encuentran a los infantes “pidiendo su calaverita” bajo una idealización de la celebración de Halloween.
Pero no nos desviemos del cementerio, porque entre sus pasillos, se observan señoras sexagenarias cargando flores en su espalda, cual un pavorreal en su máxima expresión.
Algunos otros niños juegan y gritan “ahí viene el diablo, córrele que nos va alcanzar”.
Unos tragos más y se entra al altar principal de la comunidad dedicado a Tata Lázaro Cárdenas del Río, ex presidente de México.
Al dar unos pasos más, el cementerio termina y se ahonda en una profunda oscuridad, tan insoportable e indiferente, como la muerte misma.
Así se vive la celebración de ofrenda a las animas en Tzurumútaro, comunidad aledaña al lago de Pátzcuaro en la cual familiares y amigos estarán en vela durante toda la noche, para coexistir en esencia y una vez más, con sus seres fallecidos.