Ciudad de México.- La Mataviejitas es un hito para la sociedad mexicana. Sus crímenes se convirtieron en leyendas urbanas, canciones e incluso historias de amor, aunque para Juana Barraza no existió nunca ningún final feliz, como lo relata la siguiente nota de El País.
En la cárcel de Santa Martha de Acatitla, la presa Juana Barraza Samperio, de 59 años, prepara tacos de guisado. De lunes a miércoles, los vende en el patio. Su especialidad son los de cochinita pibil, una exquisitez yucateca. La mujer, de pelo bruñido y sonrisa casi permanente, fue muchas cosas antes de su condena.
Adoró a la Santa Muerte, fue vendedora de palomitas e incluso combatió en lucha libre con el nombre de La Dama del Silencio. Pero la actividad que más energía le consumió y que la hizo entrar en la historia fue matar ancianas.
Hija de una alcohólica que la vendía de niña al mejor postor, en sus crímenes siempre vestía de rojo. Llamaba a la puerta, sonreía, se presentaba como asistente social y dejaba ver un estetoscopio. Una vez cruzado el umbral, no había mucho diálogo. Estrangulaba a sus víctimas (habitualmente con el estetoscopio) y las remataba a puñaladas. Siempre las desvalijaba y en algún caso las sometía a sus aberraciones sexuales.
Desde finales de los noventa hasta el 25 de enero de 2006, la policía calcula que acabó en la Ciudad de México con 48 mujeres de edad avanzada. Tras años de mantener en jaque a los investigadores, fue sorprendida por un inquilino cuando salía de uno de sus crímenes.
El juez la condenó a 759 años de cárcel por 17 asesinatos.
Tras el fallo, la Mataviejitas desapareció de la vista pública. Olvidada, su nombre resurgió en junio de 2015 cuando se supo que se había casado con un preso.
Un tipo altamente peligroso que la cortejó con una larga conversación epistolar. La boda, auspiciada por un programa gubernamental, fue anunciada a bombo y platillo como una gran historia de amor. Un año después, ha emergido la verdad.
El enlace fue celebrado sin que ambos se hubiesen encontrado cara a cara. Y una vez casados, aquello no funcionó.
“Al vernos, el amor se esfumó”, ha contado la Mataviejitas a una diputada.
En los 12 meses de relación conyugal sólo se vieron tres veces, y no más de 40 minutos en total. Ante el desastre, fue Juana Barraza quien pidió el divorcio. Ahora se ríe al recordarlo. Lo suyo son los tacos de guisado de lunes a miércoles.
El amor es para otros.