Vivimos en el mismo mundo, pero cada persona lo entiende y procesa de diferentes formas. Una naranja es una naranja… o una pelota, un juguete, una amenaza, alimento, una esfera que rueda, según los ojos y las manos que la experimentan.

Uno de cada 115 niños vive un mundo muy diferente al que la mayor parte de las personas conocen, al poseer una manifestación o grado de transtorno del espectro autista (TEA), que ocasiona un funcionamiento del cerebro distinto al considerado neurotípico.

“El TEA es una alteración del desarrollo de los niños, que se engloba en los trastornos del neurodesarrollo, ocasionado por una disfunción cerebral que lleva a alteraciones en la interacción social, el lenguaje y ciertas alteraciones sensoriales”, describe el jefe de Neurología Pediátrica del Hospital Infantil de Morelia, Omar Márquez Ramírez.

Estos pequeños “viven un proceso diferente, su cerebro los manda bien a ellos, pero les cuesta trabajo cuando otros cerebros intervienen, las alteraciones en su interacción social lo dificultan, su lenguaje es pobre o no hablan y viven las sensaciones de manera distinta, los estímulos externos les afectan sobremanera o se aficionan a ciertas imágenes o texturas”, explica el especialista.

Una variedad de signos y síntomas manifiestan los pequeños con TEA, que se puede diagnosticar a cualquier edad, incluso en etapas preverbales.

Entre estos, falta de interacción social, interés propio, pero no por otros, malestar ante ruidos fuertes, extrema selectividad en alimentos o texturas, marcha en puntas, dificultades para dormir, etc.

Factores como un embarazo múltiple, asfixia perinatal, amenazas de parto prematuro o aborto, trisomía 21 o síndrome del cromosoma X frágil y, especialmente, un nacimiento prematuro, pueden elevar el riesgo de TEA.

La estimación de la población con TEA es “difícil, porque los pacientes se atienden en hospitales públicos y privados, así como en asociaciones civiles, y no hay bases de datos integradas”, pero se podrían tener en la entidad alrededor de 30 mil infantes con este diagnóstico, precisa el neurólogo pediatra.

Respecto de los adultos, señala que no hay cifras, ya que al crecer dejan de ser atendidos por el neurólogo pediatra para ser recibidos por el psiquiatra.

Para tratar adecuadamente a los niños con TEA, es fundamental identificar el grado de afectación que manifiesta, que va de leve, que con intervención apropiada puede ser autosuficiente y desarrollarse como cualquier otro niño, hasta III, más severo, donde se comprometen las capacidades intelectual y de lenguaje y precisa de apoyo más especializado y constante, explica.

El TEA además puede asociarse a otras anormalidades y patologías, como trisomía 21 o trastornos motores.

Esto lleva a una premisa esencial, “no hay dos niños iguales”.

Para las familias de los pequeños pacientes, el TEA es un reto, que puede enfrentarse de mejor manera si se conocen el grado de afectación y la existencia de otras patologías, así como las vivencias sensoriales, con lo que se abatirá el estrés.

“Definitivamente las familias en Michoacán no están preparadas para asumir lo que implica tener un niño con TEA, no estamos suficientemente concientizados para atenderlos, apoyarlos”.

“Sin embargo, en 15 años que llevo como neurólogo pediatra, he visto cómo avanzamos en el entendimiento de la neurodiversidad, falta bastante, pero en 10 años se ha incrementado, la gente especializada ha aumentado, y eso se traduce en mejor cuidado”, detalla.

El neurólogo agrega que en Michoacán existe sólo un sitio idóneo para tratar el TEA, el Hospital Infantil, que cuenta con todas las especialidades requeridas.

Menciona que otros sitios, que sólo operan en Morelia, no tienen esta variedad de médicos y terapeutas, y son insuficientes para la necesidad que se tiene.

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