Reportaje gráfico: ACG.

Morelia, Michoacán

En el escenario, Molotov y su furia musical crearon una noche de contrastes en su último concierto del sábado. El recinto se dividió en secciones casi como un microcosmos de la sociedad mexicana, cada una con su propia historia y energía peculiar.

En la Zona VIP, donde el lujo se codea con la música desenfrenada; los pomposos VIPs se movían al ritmo de “Chinga tu Madre”, con un aire de desinterés por brincar al ritmo de la música.

En el Área de Prensa, los camaradas del gremio se afanaban por capturar el momento, aunque algunos parecían más interesados en intentar bailar sin perder la compostura. Desafiar la gravedad y capturar la emoción de un slam en vivo era un reto, pero algunos periodistas valientes se aventuraron, aunque con movimientos torpes y descoordinados.

La Bandita de Atrás, ese reducto de almas inquietas, fue el epicentro del caos organizado. Cuando Molotov entonó el cover de los Misfits, el lugar se transformó en un verdadero manicomio. Los círculos dancísticos se formaron, y en medio de empujones y codazos, la energía fluía como una corriente eléctrica. “Dance Dense Denso” y “Puto” fueron los himnos que desataron la euforia, acompañados por una nube de humo verde que ascendía hacia el cielo, cortesía de los gallos de marihuana que circulaban por el aire.

Al principio, Molotov parecía luchar por conectar con el público. Algunos espectadores bostezaban, como si hubieran venido por obligación. “Parece que vinieron con desgana, como si tocar fuera solo un deber”, comentaban algunos, mientras la banda seguía tocando. Pero entonces, algo cambió. Un par de canciones después, el slam se apoderó del lugar, y el recinto se convirtió en una maraña de cuerpos sudorosos y sonrisas deslumbradas.

Lo más sorprendente fue la diversidad en el público. Adultos mayores, con sus nietos a cuestas, compartían la experiencia con las nuevas generaciones que llevaban a sus hijos para mostrarles la música que los hizo vibrar en su adolescencia. Entre risas y miradas cómplices, Molotov logró lo que parecía imposible al principio: unir a estas distintas generaciones en una noche de caos controlado y música estridente.

Así, en medio del humo, los empujones y las sonrisas, Molotov y su música se convirtieron en un vínculo generacional, recordándonos que, incluso en medio del caos, la música tiene el poder de unir a las personas.


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