Foto: Alfredo Soria / ACG

Mirador crítico

Xóchitl Gálvez es ya la Coordinadora legítima y legal de los trabajos de formación y consolidación del Frente Amplio por México (FAM), la coalición multipartidista y social que busca salvar a México de sus “salvadores”, echar abajo el autoritarismo de un hombre y recolocar a nuestro país en el foco de la democracia.

Hace todavía 64 días nadie había creído posible hacer crecer una esperanza, del tamaño de la que ahora encarna y representa Xóchitl Gálvez para México, un pueblo que si de algo ha padecido toda su vida es de desesperanza.

Incluso el oficialismo, montado en el rollo adormecedor de su líder natural y en la modorra insulsa de sus clientelas, llegó a sentir que la victoria de su causa por seis años más la tenía en la bolsa, pues no se veía a una oposición competitiva y ningún liderazgo llenaba el ojo de una sociedad civil más harta y huérfana que nunca.

El fenómeno Xóchitl es creación espontánea del piso social, de una sociedad informada y consciente que desea poner un alto al desdén y a la burla sistemática del poder; pero es, también, creación de la insolencia y la arrogancia de López Obrador, que no sólo pisoteó un mandato judicial al no recibirla en el púlpito mañanero, sino que confirmó lo que ya sabíamos: que él no está dispuesto a tener tratos con nadie que no piense como él.

Debido a su crecimiento político y a su gran aceptación social, Xóchitl Gálvez se ha convertido en tres cosas: en la obsesión, la indigestión y el insomnio de López Obrador, porque no esperaba una rival de ese tamaño y esos tamaños y porque, además, Xóchitl ha venido a cambiar la ecuación al cambiar de manos la esperanza de los mexicanos.

En Morena, por más que se quiera disfrazar el dedazo con encuestas y opacar la fractura que viene haciendo como que no pasa nada, es claro que su elección terminará en imposición y sainete, con un riesgo adicional: el grueso de los seguidores de Marcelo Ebrard en el país, asqueados de la estafa y el engaño, podrían consumar un desprendimiento y ser una de las columnas de fuerza de la candidatura presidencial de Xóchitl Gálvez en el Frente Amplio por México (FAM).

El timbre de voz de Claudia Sheimbaum no es agradable ni convence; le falta a su rostro el carisma necesario para mover masas, además, sentirse la ungida de Palacio, lejos de engrandecerla, la ha empequeñecido. No sería caritativo extender el balance.

El surrealismo mexicano es tan único y original, dentro y fuera de la política, que puede ser definido como el territorio donde lo imposible y lo improbable pueden llegar a suceder: los bastones de mando son un pacto de honor entre caciques en la tradición más antigua, pero la historia no es un absoluto que se realiza, sino un proceso que sin cesar se afirma y se niega.

Mientras en el partido de Mario Delgado el proceso se dificulta y se hace bolas el engrudo, Xóchitl Gálvez continúa sus giras y recorridos por el país, descansa haciendo adobes y transforma su liderazgo en una novedad que impacta a los medios de México y el mundo.

Aparte de que tiene varios atractivos para un país como el nuestro, Xóchitl como aspirante presidencial posee mucho potencial de crecimiento. Es decir, tiene un liderazgo y un arrastre social que parecen hechos a la medida de la coyuntura nacional que hoy vivimos, pues tener chispa es básico para conectar con el corazón de las decisiones sociales.

Si el lenguaje es el vehículo privilegiado para instalar un programa o una idea en el imaginario social y convocar adhesiones, Xóchitl tiene el edificio de palabras necesario para conectarse con el hombre de a pie y el anonimato social. Ahí se fragua una candidatura transversal e incluyente, con la cual se identifican las clases medias, las clases bajas y un segmento importante de la clase alta.

El carisma no es moneda de cambio que pueda traer cualquiera en el bolsillo: es gracia y capacidad de persuasión para comunicar un proyecto o una visión de país, pero es también el plus que establece una relación de confianza entre el que habla y el que escucha. El carisma es lo importante para mover y conmover a México, porque los tacos de carisma son el sazón que hace a la persona héroe de consumo popular.

Aparte de que tiene un origen indígena, concretamente otomí, y de que no reniega ni hecha por la borda sus raíces, Xóchitl Gálvez es el caso de una mujer que se ha hecho por caminos de terracería, pero no es lo único: es una mujer y una empresaria “todo terreno”, por lo que encarna y representa fielmente a las mujeres y a los hombres que son aspiracionistas: producto de “la cultura del esfuerzo” de la que hablaba Luis Donaldo Colosio.

Por tanto, se teme a Xóchitl Gálvez porque viene de abajo, porque conecta con la gente y es quien arrebató la narrativa presidencial para darle a los pobres un lugar genuino y auténtico en las políticas públicas de nuestro país a partir de 2024.

La 4T quiere a los pobres para usarlos en el discurso y luego tirarlos como pañuelos desechables; más aún, no los quiere en su condición de pobres para hacer de ellos sujetos de redención: los quiere porque representan votos cautivos al servicio del Estado asistencial.

Xóchitl Gálvez viene a desnudar las estrías y a despojar de máscaras al Estado populista de un solo hombre: ello explica lo descompuestos que lucen frente a ella los oradores de la 4T, pero también el miedo y el terror que se han apoderado de la familia presidencial.

Pisapapeles

Lo grandioso de la esperanza que Xóchitl Gálvez ha hecho renacer en todo el país, es que simplemente se trata de la señora X.

leglezquin@yahoo.com

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