Mirador Crítico
Porfirio Muñoz Ledo fue un hombre democrático, un político sagaz y un personaje impar en todas y cada una de las facetas y vocaciones que marcaron el horizonte de su vida.
Lo singular y lo impar como características de vida en Muñoz Ledo, hicieron de él una confederación de personajes a cuál más interesante, en la que se fraguan y se dan cita el hombre de Estado, el académico, el militante de izquierda liberal y progresista, el ideólogo, el pensador de la transición a la democracia, el orador de sólida cultura y el intelectual de la política.
Dentro de todo este estuche, de todo este empaque de monerías y greguerías que definen a Muñoz Ledo, no hay que olvidar al conversador chispeante, al hábil promotor de sí mismo, al palabrista inteligente e ingenioso y al político dotado de un gran sentido del humor.
Claroscuros y sombras también conviven en Porfirio Muñoz Ledo y Lazo de la Vega, como ocurre en todo lo que es y tiene el sello de lo humano, porque al fin de cuentas no podemos escapar de nuestra condición ni del encierro del mundo, salvo en la hora postrera del último suspiro.
Ahora, cuando tanto se habla del político fallecido el domingo anterior, casi siempre en términos elogiosos o apologéticos, conviene que el matiz y la disonancia achaten el discurso monocorde, y eso sólo puede venir de voces distintas y distantes.
Aunque su ingreso en la política y la administración pública sucede antes de que el echeverriato se volviera el primer clon del cardenismo original o, si se prefiere, un segundo cardenismo sin las cualidades del primero, es en el sexenio de Luis Echeverría donde encontró acomodo y apogeo el hombre que nació para no caber en sí mismo: Porfirio Muñoz Ledo. Es decir, nació a los reflectores de la vida pública de la mano de una apuesta equivocada, la populista, aunque con el tiempo matizó algunas de sus posturas y se hizo a la vela de una especie de socialdemocracia liberal de corte europeo.
La sombra de Narciso fue consustancial a Muñoz Ledo, no tanto por culpa de Narciso sino por el complejo de la generación de Adán, pues el perfil que examinamos parecía la reencarnación viviente del hombre del Paraíso, por la sencilla razón de que cualquier cambio o innovación en materia constitucional, diplomática, laboral, de diseño político y de reforma del Estado parecía que había sido dictada por él o comenzado con él, lo cual no es enteramente cierto. Sin su adanismo algo le habría faltado a la figura de Muñoz Ledo.
Dos personajes clave para entender los hilos teóricos del México del 68 y el de la transición democrática, son Jesús Reyes Heroles y Porfirio Muñoz Ledo, sólo que a los dos -hijos de un mismo encabalgamiento del tiempo histórico- hay que juzgarlos por separado, sin atribuir los méritos de uno al otro y viceversa. El tema, andando el tiempo y sin demeritar los aportes de cada uno, podría ser motivo de otro comentario de fondo.
Muñoz Ledo fue hombre de pensamiento y acción. Ha habido en nuestra historia lo mismo ideas buenas, pero irrealizables, que ideas magníficas pero etéreas y gaseosas. Las ideas realmente valiosas y que hacen mundo no son las que se resisten a la realidad o temen interactuar con ella, sino las que resisten sin agrietarse la prueba de su aplicación a la realidad. Esto hizo de Muñoz Ledo un hombre dialéctico, que creía en el liderazgo basado en la acción: el que busca encarnar ideas y palabras en el piso rebelde y sinuoso de la realidad para darle cauce. Atar su pensamiento a entelequias no fue lo suyo.
Esto último explica varias cosas y coloca a contraluz el pensamiento de este intelectual mexicano. Para dar horma y forma ideológica al Partido de la Revolución Democrática (PRD), Muñoz Ledo acuñó la idea de que México había tenido revoluciones de todos los olores, colores y sabores, pero ninguna democrática; para dar nervio y proyección conceptual al movimiento morenista y a ese galimatías que hoy llamamos 4T, Muñoz Ledo construyó una concepción ideológica que lo abarcara todo, en la que la 4ª Transformación fuese una superación y una depuración de los tres movimientos previos: la Independencia, la Reforma y la Revolución. He dado conferencias sobre este tema en el Partido del Trabajo (PT), y me consta que no hay en Morena quien pueda generar contenidos sobre este asunto.
El intelectual serio, el hombre de ideas y el polemista de nivel que hay en Muñoz Ledo es indisociable del personaje irreverente y el orador sarcástico. Ingenioso como era, un día, para contender contra Fox por la gubernatura de Guanajuato, y sin haber nacido ahí, se sacó de la manga la peregrina idea del “derecho de sangre”, que no era precepto constitucional ni figuraba ni figura aún en ninguna norma de carácter electoral; otro día, para dar asideros a su presunción de que PRI y PAN eran lo mismo, en una discusión televisiva con Diego Fernández de Ceballos, extrajo del cajón de las ocurrencias no exentas de ironía la aseveración de que PRI y PAN “eran la misma gata, pero… barbona”.
Pese a que, desde la creación de la Corriente Democrática del PRI, Muñoz Ledo le dio una identidad y nervio conceptual a la izquierda mexicana, en los últimos años acabó distanciado y en conflicto con el personaje que él contribuyó a crear y a llevar a la presidencia: me refiero -como es claro- a López Obrador, en el que Muñoz Ledo llegó a advertir y a denunciar -ya en 2019- las fobias, calenturas, ínfulas y tumoraciones de un pobre aspirante a dictador.
La gran preocupación que Porfirio Muñoz Ledo se llevó al panteón francés, es cómo podrá sacudirse México la sombra ominosa de un personaje como el inquilino de Palacio.
Pisapapeles
La última preocupación de Muñoz Ledo es la primera de millones de ciudadanos en el país.
leglezquin@yahoo.com