Londres, Gran Bretaña

Melissa Sloan es rechazada en lugares comunes como trabajos, bares e incluso en la escuela de sus hijo. ¿La razón? Esta mujer británica de 46 años, madre de dos hijos y adicta a la tinta, tiene en su cuerpo más de 800 tatuajes, la mayoría de ellos artesanales “al estilo de prisión”.

Según una crónica de Milenio, su pasión por el arte en la piel comenzó a los 20 años, como una forma de  ocultar “cicatrices emocionales” de abusos sufridos en su niñez. Y el precio a pagar por lucir como a ella le gusta es el desprecio social. “Me han arrojado cosas, he sido apodada, y me han quemado con cigarrillos”, contó al medio Seenstories.

La “Loca Melissa”, como a algunos la llaman, sueña con obtener un récord Guinness que reconozca su compromiso con la tinta, pues con la ayuda de su esposo tatuador cubrió su piel casi por completo; pero se conformaría con llevar una vida común, ya que le han negado desde tomar una cerveza en el pub hasta estar presente en la obra navideña de uno de sus hijos.

“Cuando tenía alrededor de 20 años tuve mi primer tatuaje y lo disfruté, me gustó el dolor, pero lo dejé por unos años. Hasta que desperté un día y pensé que necesitaba uno en la cara”, relató a Seenstories la mujer que se tatúa tres veces por semana.

“A veces quiero suicidarme. Es muy desagradable, a la gente no le gusto. Cuando me miran creen que soy problemática y pasan de largo; pero si la gente se tomara la molestia de pasar un día conmigo sabría que soy alguien agradable”, confesó.


Afortunadamente, su caso no está cerrado, y con ayuda del medio TheDailyStar consiguió regresar a su bar favorito donde se negaban a atenderla. Su siguiente meta es conquistar espacios para convivir con sus hijos. 

La historia de Melissa, quien considera su cuerpo como un “lienzo artístico”, evidencia la discriminación hacia las personas distintas y pone en entredicho nuestras posibilidades de aceptar la diversidad de la humanidad.




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