Morelia, Michoacán
Sobre la Fuente de las Tarascas de la ciudad de Morelia se han tejido innumerables leyendas. Unos aseguran que se la robó un mandamás estatal para ponerla en su jardín, otros juran que fue enviada a Estados Unidos o Europa por ciertos bandidos de guantes blancos y no faltan los que le echan la culpa a la beata esposa de cierto gobernador por su retiro y posterior olvido.
Lo cierto es que ninguno de estos relatos, callejeros como el polvo, son, en realidad, ciertos, aunque no vamos a negar que la verdadera historia de este complejo arquitectónico, resulta bien interesante y hasta novelera.
Un regalo para el general
Mandadas a construir por el mayor Rafael Miguel Pedrajo Barrios, presidente municipal de Morelia entre 1930 y 1931, la Fuente de las Tarascas, ubicado en el cruce de Acueducto y Francisco Madero Oriente (antigua Calle Real), fue diseñada por el artista plástico Antonio Silva Díaz y esculpida por Benigno Lara con la ilusión de que la mole se quedara en Morelia para siempre.
Más tarde, fue colocado en octubre de 1931 frente al Jardín de Villalongín, cerca de la residencia del Gobernador, como un regalo de los amigos al general Lázaro Cárdenas del Río, quien dirigía los destinos de nuestro estado en ese entonces.
Con lindos colores y un perfil majestuoso y vivo fue llamada, al principio, la Fuente de las Indias, aunque luego empezó a ser conocida como la Fuente de las Tarascas, nombre que se le daba al pueblo purépecha cuyo imperio abarcó casi todo el actual estado de Michoacán.
Los ciudadanos, sorprendidos al principio, terminaron maravillados con una imagen gigante que busca resaltar la belleza de las mujeres michoacanas indígenas, quienes andaban con el torso desnudo a la hora de lavar la ropa en los caudalosos ríos.
Por supuesto, hubo personas inconformes que pidieron, una y otra vez, que el monumento fuera retirado y hasta demolido.
A pesar de estos lamentos de los mojigatos, la fuente original estuvo ubicada en el corazón de Morelia hasta el 25 de agosto de 1965, es decir, 34 años.
Una dama metiche
Se cuenta que en 1964 la esposa del presidente Adolfo López Mateo, Eva Sámano, visitó la ciudad en calidad de primera dama y pidió que retiraran a las princesas tarascas, pues las consideró poco “estéticas” y contrarias a la “tradición”.
La esposa del gobernador de Michoacán, Arriaga Rivera, escuchó el comentario y la obra quedó sentenciada.
La Fuente de las Tarasca fue trasladada, primero a las actuales oficinas de la Tesorería del Estado, sobre la Av. Ventura Puente, casi esquina con Acueducto, y en 1967 pasó a embellecer las instalaciones de la vieja feria estatal en la salida a Salamanca.
En la actualidad, vegeta en el actual recinto ferial, en la salida a Charo, muy afectado por los saqueos que se produjeron durante la pandemia.
En el sitio de Villalongín que quedó vacío se colocó una fuente de Ángel Díaz, inaugurada el 30 de septiembre de 1965, la cual, por su forma y escasa ornamentación, fue conocida como El Huarache.
Una nueva inspiración
De todas formas, con los años creció la demanda popular de que se recuperaran a las princesas tarascas y de la palabra al hecho.
La escultura en bronce que podemos admirar hoy se construyó a lo largo de 1983 y se concluyó en 1984.
Es una obra del artista de la plástica José Luis Padilla Retana, quien la realizó en bronce, utilizando como modelo de rostro a una mujer de la isla Yunuén.
Se ubicó en su sitio el 18 de mayo de 1984, según consta en la prensa local, y gustó mucho más que la estatua original.
Las Tarascas representan a tres de las más importantes princesas de la cultura purépecha: Atzimba, Tzetzangari y Eréndira, la gran jícara llena de frutas simboliza la abundancia y la fertilidad y los caracoles que se encuentran en la base son la encarnación del trabajo del hombre.