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Jiribilla Política

Marzo se ha convertido en símbolo de lucha, de exigencia, de encuentro, de ocupar el espacio negado, de hacernos presentes incluso en la ausencia de las otras, las que no están, las desaparecidas o asesinadas, porque hoy no somos Jessica, Ana, Diana o Sara, pero cualquiera podríamos serlo mañana.

Es el recordatorio de la vulnerabilidad que nos iguala, pero también el grito de nuestra resistencia colectiva, porque salir a marchar es atender al llamado de la rebeldía que hace conciencia, que hermana y reconoce en la causa o en el miedo de la otra la experiencia propia, de la injusticia, la violencia, la anulación, el abuso o la discriminación.

Salimos también a las calles por las que no lo hacen, porque aún no saben que pueden, porque normalizan, ignoran o se sienten inmerecedoras de otras realidades posibles, más justas, más igualitarias, más humanas.

Porque desde el día de nuestro alumbramiento, el patriarcado se encarga de condicionarnos al sometimiento, la invisibilidad y el temor que nos hace ajenas de nosotras mismas, nuestros cuerpos, nuestra voz o el espacio que ocupamos, porque para nosotras no van incluidos con la existencia, hay que hacernos conscientes, y entonces, sólo entonces reclamar y tomar por asalto aquello que nos corresponde.

Rebelarnos al agresor, hacernos visibles y quitarnos el miedo no son actos de empoderamiento o valentía, son apenas los primeros pasos para la sobrevivencia en cualquier ámbito de la vida social, en la casa, la escuela, el transporte público, la política o el trabajo, pero también para sobrevivir de manera literal, para mantenernos a salvo, para mantenernos vivas.

Aun cuando el enojo y la indignación siguen siendo incitación que nos congrega, también se ha hecho oportunidad que regocija, que abraza y emociona en el sabernos juntas, en el reencuentro que reconforta y compromete a no dimitir en la reivindicación de nuestros derechos y libertades.

En esa develación de nuestra conciencia de género, seguimos aprendiendo y desterrando nuestras propias contradicciones, nos entrenamos en la sororidad y nos hemos hecho de una misión que dé sentido a esa conciencia también para las otras, porque abrimos camino, guiamos, damos confianza y nos abrazamos.

En el transitar de las feministas que no éramos y de las más “morritas” que nacieron en una generación que se indigna, que reclama y que se autonombra con orgullo feminista, juntas nos sabemos más, más fortalecidas, nos hacemos más visibles, irrumpimos, opinamos, decidimos, ocupamos un lugar, incomodamos y no callamos, porque hacerlo ya no es opción.

Ya no vamos a encogernos de brazos, ni hacernos chiquitas, los derechos no son concesiones, los espacios arrebatados no pueden ser pedidos son tomados, por eso una vez más vamos a salir a las calles, para decirle a la de un lado que no está sola, que no tenga miedo, para decirle al que violenta, al que lastima, al acosador, al abusador, al Estado, a las instituciones omisas, a las autoridades que revictimizan “te metiste con la mujer equivocada”, porque te metiste con todas, porque atrás de una que marcha, que baila, que hace arte, que alza la voz, hay un puñado que esta despertando.

Tiemblen, porque las puertas nos van a quedar chicas y los techos demasiados cortos.

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