Morelia, Michoacán
Ahí viene el toro, con su comparsa, las maringuías, los apaches, el caballito, bailando al son de la música de viento; ahí viene el toro, con su alegría, su capacidad de despertar la imaginación y avivar las tradiciones; ahí viene el toro, y detrás suyo están las manos y la creatividad de toda una familia de maestros, niños, jóvenes, inspirados en una práctica que se niega a morir.
Pablo Ramón Campos es maestro de danza, pero a finales de cada año, desde hace 15 años, se suma al trabajo de su familia para construir el torito de petate que habrá de salir a bailar a las calles de la zona centro de Morelia en el Carnaval.
Por más últimos 31 años, la familia Campos ha sido artífice de esta tradición, inculcada por los abuelos y seguida por la madre, heredada por los hijos y los nietos que desde la tierna edad ya participan.
Entre un mes y mes y medio, la familia reúne los materiales para elaborar el torito de petate, o varios, con hasta 5 metros de alto y rondando los 60 kilogramos de peso.
No tienen una cantidad específica para invertir en el torito de petate, porque cada miembro de la familia aporta diferentes cosas, pero “sí es un gasto grande”.
Luego, todos se ponen manos a la obra para crear las figuras que adornarán al toro, cisnes relucientes, sirenas coquetas, una colorida guacamaya, un pez con nariz como espada, o un búho de grandes ojos vigilantes.
Tras semanas de trabajo arduo, donde cada uno tiene su función, con base en las aptitudes y gustos que manifiesta, está presto el toro, y la familia asigna los papeles.
Los más pequeños, apenas 7 y 8 años de edad, toman al caballito o se caracterizan como apaches, todos toman una función en la comparsa para salir a las calles.
Comienza en la calle Primero de Mayo, en las inmediaciones de su hogar, y recorren diversas calles hasta colonias como Ventura Puente, para visitar negocios y viviendas que ya les conocen y les esperan.
“Es un gasto y un esfuerzo grande, pero al salir a las calles se regresa, porque bailamos de puerta en puerta, muchos esperan al torito, antes eran uno o dos, pero ahora ya nos conocen en muchos lados”, detalla Pablo Ramón Campos.
Mientras que los primeros días se dedican a las calles, los lunes y el martes de Carnaval visitan escuelas, jardines de infancia y primarias, donde participan en festivales y brindan alegría a los pequeños.
Desde 60 pesos la cumbia y la toreada, hasta una hora de baile, la meta es “dar un poco de vida y cultura anuna tradición que se va perdiendo y distorsionando, algunos ven mal a los toros, porque creen que son puros pleitos, pero nosotros tratamos de que sea un ambiente familiar, niños, jóvenes, adultos, adultos mayores, todos reunidos en torno del toro, que este año estará decorado con motivos acuaticos”, explica.
Desde pequeños, María Eugenia llevó a sus hijos a los eventos, y luego mandó hacer un torito de petate, lo que despertó en su hijo mayor el deseo por realizar sus propias creaciones.
Y a partir de ello, señala, la familia en crecimiento fue adoptando diferentes labores, hasta que todos se integraron a los trabajos.
“Se despierta la imaginación de las criaturas, y todos nos divertimos, es una tradición muy bonita en la que estamos juntos”, refiere.