Foto: ACG

Akelarre

El mensaje es claro, las calles son un lienzo y un amplificador de la voz popular.

El mejor ejemplo son las marchas feministas, pero también las manifestaciones sociales en torno a causas colectivas que, si bien, son también convocadas por algunos grupúsculos políticos partidistas, es innegable que son alimentadas por hordas de ciudadanas y ciudadanos que se activan espontáneamente para participar, incluso si nunca antes lo habían hecho.

Nuevos sectores de la sociedad se animan motivados a tomar las calles, a salir del anonimato e integrarse en contingentes junto a extrañas y extraños que se sonríen al calor de la coincidencia.

Debemos acostumbrarnos y enamorarnos de esta nueva posibilidad, de saber que el espacio público es un espacio político, político en el sentido de influencia, no de partidos.

Lo que vimos este domingo es multi sensorial, se ve, pero también se escucha, se siente y se huele, ese olor a hartazgo, uno que conocemos muy bien en México porque no se va, no se va y no se va.

Aunque las promesas de sexenios y décadas han dicho cambio, han dicho transformación, ahora sí…

Las y los mexicanos no somos ciegos y aunque algunos prefieren enmudecer, la realidad golpea e impulsa a la acción.

Muchos actores políticos partidistas aprovecharon y con imprudencia fatal decidieron encabezar contingentes de la llamada “marcha por la defensa de la democracia” o por la defensa del INE.

Otros más participaron más inteligentemente sumándose discretos y perdiéndose entre las multitudes.

Pero la gran mayoría, sin temor a decirlo, fueron ciudadanas y ciudadanos que ahora encuentran en las calles una alternativa que se les niega en las instituciones oficiales.

Al final, diría, que es positivo que las calles se conviertan en la última resistencia que no compra ningún partido, la fuerza que ya México necesita provocar urgentemente.

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