Foto: uniradio informa

Jacques Coste

Mientras avanza este sexenio, se vuelve más común escuchar a analistas aseverar —con más o menos matices— que Morena es el nuevo PRI. Si bien este símil histórico resulta atractivo y puede ser útil para fines explicativos, hay que tratarlo con mucho cuidado, puesto que resulta simplista y errado cuando se afirma así, sin más.

En primer lugar, habría que preguntarnos a qué PRI nos referimos cuando hacemos la comparación: ¿Al PRI de Adolfo Ruiz Cortines y Adolfo López Mateos? ¿Al PRI de Luis Echeverría y José López Portillo? ¿O al de Carlos Salinas de Gortari?

En segundo lugar, valdría la pena especificar a qué nos referimos cuando decimos que Morena es el nuevo PRI: ¿Los partidos son parecidos en términos ideológicos y programáticos? ¿O lo son en cuanto a las prácticas políticas en el interior de los partidos? ¿O es, más bien, que los gobiernos emanados de esos partidos se parecen?

Por último, sería provechoso resolver algunas contradicciones intrínsecas de la propia afirmación. Por ejemplo, ¿se puede acusar a un presidente de destruir las instituciones y, al mismo tiempo, argumentar que su partido se parece a aquél que fundó la mayoría de las instituciones públicas que nos rigen hasta hoy en México?

En ese sentido, en los párrafos restantes de esta columna, buscaré apuntar en qué aspectos encuentro similitudes entre Morena y el PRI (durante algunas épocas de este partido), y señalaré algunos puntos en los cuales me parece errada la comparación.

En buena medida, la afirmación de que Morena es el nuevo PRI se sostiene en que Andrés Manuel López Obrador está reinstaurando un presidencialismo fuerte y centralizado en México. Me parece que este juicio es inexacto.

El presidencialismo del régimen posrevolucionario de partido hegemónico se caracterizó por ser institucional; el nuevo presidencialismo de López Obrador es, más bien, de corte personalista. Durante los gobiernos priistas del siglo XX, el poder recaía en la institución presidencial; en el mandato de López Obrador, el poder descansa en la persona que encabeza el Ejecutivo. Si Morena obtiene el triunfo en 2024, veremos si el poder de López Obrador se traslada en automático a su sucesor o si éste se convierte en un presidente más de la transición democrática.

En otro orden de ideas, se dice que Morena es similar al PRI por el simple hecho de ser el “nuevo partido hegemónico”. Esta afirmación me parece errónea. Morena no es un partido hegemónico; es un partido dominante y la fuerza política más popular del país.

Sin embargo, creo que es inexacto caracterizarlo como hegemónico. El dominio de Morena está muy lejos del control que el PRI tenía sobre el sistema político mexicano. Además, persiste la competencia electoral y muchos ciudadanos apoyan a otras fuerzas políticas. Por último, el gobierno federal y el partido en el poder no están fusionados, como sí ocurría en el régimen posrevolucionario.

Asimismo, se argumenta que Morena y el PRI se parecen en prácticas y hábitos políticos. Hay algo de cierto en esta afirmación. Por ejemplo, el presidente López Obrador está conduciendo la sucesión presidencial en su partido de modo muy similar a como se hacía con el “tapadismo” del viejo PRI. Además, Morena es proclive a rituales públicos acuñados por el PRI, tales como “las cargadas” de sus candidatos y las grandes movilizaciones a mítines de sus gobernantes.

En el mismo tenor, Rogelio Hernández Rodríguez, gran académico de El Colegio de México, ha reflexionado sobre cómo la idea de Transformación, tan presente en el discurso morenista, ha sustituido a la Revolución como motor narrativo del gobierno federal y el partido en el poder. Es decir, Hernández Rodríguez encuentra importantes semejanzas entre el discurso del nacionalismo revolucionario y la retórica del obradorismo.

No sería complicado hallar más coincidencias entre las prácticas políticas del viejo PRI y de Morena. No obstante, también hay grandes diferencias que no se pueden obviar. Por ejemplo, la disciplina de partido fue el sello distintivo del PRI durante buena parte del siglo XX, mientras que los conflictos internos y el desorden son característicos de Morena.

Además, la base social del PRI se cimentaba en las estructuras de sus distintos sectores: sindicatos, organizaciones campesinas, colectivos urbano-populares y demás. Por lo mismo, la movilización electoral del partido tricolor se operaba mediante esas estructuras.

El caso de Morena es completamente distinto. Es un partido-movimiento, mucho más desorganizado que un instituto político tradicional. Más que estructuras bien definidas, Morena cuenta con una amplia base social orgánica compuesta, principalmente, por los sectores populares y reforzada por las clientelas generadas a través de programas sociales.

Finalmente, se dice que Morena es el nuevo PRI por la cantidad de expriistas que ahora militan en el Movimiento de Regeneración Nacional. Con todos los cuadros del PRI que han arribado a Morena, no se puede negar que muchas prácticas del otrora partido hegemónico se han instalado en el nuevo partido dominante. Incluso, el presidente López Obrador y buena parte de los miembros de su círculo cercano se formaron políticamente en el PRI.

Por tanto, sería descabellado esperar que Morena fuera totalmente ajeno a los viejos hábitos del Revolucionario Institucional. Sin embargo, eso difícilmente podría llevarnos a la conclusión de que Morena es el nuevo PRI. ¿Acaso el PRD, que surgió de una escisión del partido tricolor, también era “el nuevo PRI”?

En resumen, Morena guarda numerosas semejanzas con el PRI del siglo XX en cuanto a prácticas políticas, rituales públicos, ejes discursivos y formas de ejercer el poder. Sin embargo, al mismo tiempo, hay grandes diferencias entre un partido hegemónico que dominó un sistema político y gobernó un país —con relativa estabilidad— por décadas y una fuerza política con menos de diez años de existencia y sostenida, principalmente, por un liderazgo personalista y por una base popular amplia. Sugiero tener más cuidado cuando usemos esta comparación.

Jacques Coste (Twitter: @jacquescoste94) es historiador y autor del libro Derechos humanos y política en México: La reforma constitucional de 2011 en perspectiva histórica, que se publicó en enero de 2022, bajo el sello editorial del Instituto Mora y Tirant Lo Blanch. También realiza actividades de consultoría en materia de análisis político.

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