Historias del Tercer Mundo

La tortugüidad (sic.) es, para el diputado local por el PAN Hugo Anaya la esencia de una tortuga, su más recóndito ser. Es la certeza de que de un huevo de tortuga nacerá, eventualmente, una tortuga y no un pollo y es lo que llevó a otros diputados a legislar para evitar que se siguieran consumiendo los huevos de especies tortuguiles en peligro de extinción.
Para el legislador, quien ya había esgrimido este brillante argumento en la pasada legislatura, esto es equiparable a la necesidad de tipificar como delito cualquier cosa que atente contra la posibilidad de la existencia de un ser humano. Es decir, propone penalizar la interrupción del embarazo desde la fecundación, lo que volvería ilegales incluso varios métodos anticonceptivos.
“¿Por qué si reconocemos la tortugüidad, su escencia, del huevo fecundado de tortuga, nos resistimos a ver la posibilidad de la humanidad, del huevo fecundado, desde la concepción?”, filosofó el panista desde tribuna.
También argumentó sobre la sugerencia de la diputada Gabriela Cázares de como hombre, mantenerse al margen del tema, pues para él opinar sobre el aborto equivale a defender a los animales:
“Dicen que los hombres no podemos opinar porque no nos embarazamos, entonces no podemos defender a los animales, que vengan los perritos a defenderse solos”, dijo.
Al parecer, para el diputado del PAN las mujeres somos como “los perritos” y no tenemos voz.

Argumentos tan pobres como éste o como los de David Cortés, quien aseguró que no conoce a ningún niño que sus papás hubieran querido abortar y que diga “me hubieran abortado”, eran de esperarse de los partidos de derecha, pero lo más lamentable es que los más feroces defensores de “la vida” provenían de grupos parlamentarios de izquierda.
Es así como la misma bancada de la diputada que propuso que el Estado garantizara la interrupción del embarazo antes de las 12 semanas de gestación a quien así lo pida, la del Partido del Trabajo (PT), se volteó en su contra y no sólo votó para no dar el “ha lugar”, sino que dos de ellos se manifestaron en tribuna y es así como los argumentos de Baltazar Gaona, que rayaban en la ciencia ficción, se fueron tornando en señalamientos personales en contra de su compañera de partido. Un partido que, por cierto, a nivel nacional apoya -o eso dice-, la despenalización del aborto.
Tragicómico resulto ver cómo la diputada por el PES trataba de hilar la “ideología” de la 4T con la ultraconservadora postura de su partido y así fue como aseguró que el embarazo adolescente se erradicaría con campañas mediáticas, ignorando que para las leyes michoacanas el embarazo de una niña o adolescente se considera, en la mayoría de los casos, un delito, ya que si fue fecundada por un mayor de edad, se considera violación o estupro, dependiendo de la edad de la víctima.

Mayela Salas, por su parte, cambió su postura de una legislatura a otra, ya que durante el período anterior, cuando un diputado perredista propuso despenalizar el aborto, se mostró como férrea defensora de la “vida” de los embriones, pero una vez que la presentó una diputada de su bancada, cambió de opinión.
Fidel Calderón, coordinador parlamentario de Morena, propuso llevar el tema a consulta con los ciudadanos, pero Baltazar Gaona fue más allá, al sugerir que se pregunte a los fetos -a los que llama bebés- si están de acuerdo en ser abortados.
¿Esa es la izquierda en nuestro país?
Es decir, los que votan por un partido ya no tienen garantía de que éste represente una ideología. Como tampoco es garantía, por cierto, que haya mayoría de mujeres en el Congreso, si no van a proponer una agenda feminista o si por lo menos no van a garantizar que se erradique la violencia política en razón de género. No se pueden defender ni a sí mismas. ¿Así nos van a defender a nosotras?

Porque desde la Mesa Directiva, Baltazar Gaona le faltó al respeto a Gabriela Cázares, al burlarse de su discurso, que en tres ocasiones tildó de “cantinflesco” y a cuestionar sus elecciones de pareja. “No sé con quién tenga tratos”, sugirió, sin que la presidenta de la Mesa Directiva, Adriana Hernández -otra mujer-, lo llamara al orden más que en un tímido intento al principio y sin que se le interrumpiera en sus ataques o se le silenciara el micrófono. Así, el legislador pudo hacer gala sin censura de su misoginia:
“No sé con quién tenga tratos, pero la realidad es que si no saben si tienen antecedentes de que algún varón es irresponsable y demás, pues para qué tienen relaciones sexuales con él… usted ya tomó su tiempo diputada, hay que dejar de cantinflear, por favor. Cantinflear está ya incuido en el diccionario de la lengua española”.

“Por ahí le dejé un regalito que simboliza el aborto, por si quiere llevarlo a su casa”, se atrevió todavía a amenazar-concluir.
A pesar de que la 75 Legislatura está compuesta en su mayoría por mujeres, nno estamos representadas en el Congreso, no por la mayoría.
Al final no queda más que una profunda decepción, una vez más, pues el “costo político” pesa más que las necesidades sociales, porque los argumentos son muy pobres, pobrísimos, en contraste con sus salarios extremadamente altos y hasta el lujo de hacer performance en tribuna se dan en este circo que se montó tan sólo por dar el “ha lugar” a la iniciativa. Es decir, ni siquiera se estaba votando por despenalizar el aborto, lo que estaba en discusión era si la iniciativa resultaba constitucional y se podría mandar a comisiones para trabajar.
El circo montado no fue más que eso: un reality show para mantener contentos a los grupos provida y proaborto, como el foro organizado por la pasada legislatura, porque el tortuguismo por el que se rigen, su escencia de tortugüidad, no permite que tres años sean suficientes para elaborar un dictamen y entonces sí, discutirlo y votarlo.
La autora es maestra en Políticas Púbicas por el Instituto de Investigaciones Económicas y Empresariales de la UMSNH y licenciada en Lengua y Literaturas Hispánicas. Ha publicado cuentos y poesía y se ha desempeñado como periodista enfocándose en temas de política, Congreso y derechos humanos.
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