Morelia, Michoacán
Son las 6 de la tarde y, al pedir un servicio de Uber, la aplicación en el teléfono lanza en pantalla una nueva y tentadora opción: hacer el viaje en motocicleta… y prácticamente a mitad de precio que ir en auto.
No lo pensé mucho para darle click. Era, además, una oportunidad noticiosa.
En cinco minutos hace su aparición en el punto de partida una moto en blanco con rojo, Honda, modelo 190L. La ficha técnica en internet la presume como de alto desempeño, motor monocilíndrico, de dos válvulas y arranque eléctrico.
Al manubrio va Miguel Ángel, un ingeniero civil jubilado del IMSS, con 35 años de experiencia manejando motos, los dos últimos como repartidor de Uber en Morelia.

Me confiesa que es su primer día transportando, ya no alimentos, sino personas.
“Sé que mucha gente aún tiene desconfianza de viajar en moto, pero es como todo: poco a poco va uno ganando esa confianza. Es un servicio más rápido y de menos costo”, dice el conductor, quien dota de un casco al pasajero y hasta sugiere una técnica de cómo pisar en el descanso e impulsar el cuerpo para quedar trepado en posición de jinete.
Sus canas contrastan con el negro de la playera, de la que sobresale una calavera impresa y el emblema de los “Bikers Libres”, poderosas palabras para quienes serpentean los caminos en un par de ruedas. Son, para ellos, una especie de sinónimo de fuerza, aventura, unión y hermandad.
Miguel Ángel lleva un récord impecable, dentro y fuera de Uber.

En más de tres décadas, ningún percance con ninguna de sus cuatro motocicletas. Ni siquiera cuando condujo más de mil 100 kilómetros durante dos días, desde Morelia hasta Parral, Chihuahua, el recorrido más largo en su historial.
Ayer el trayecto era de sólo 2.6 kilómetros, cosa de nada para él. Y lo sorteó en pocos minutos entre el “carrerío” que inunda las avenidas, incluyendo la ya desafiante Camelinas, donde el martes un auto deportivo embistió un Tsuru y acabó con la vida de su conductor.
Ese peligro es el que hace a Miguel Ángel sentir el valor de la responsabilidad agolpando con fuerza en cada poro, como el brusco aire a su rostro.
Más ahora que canjeó la bromosa mochila de alimentos por personas de carne y hueso, esas que exploramos las opciones de movilidad en la cada vez más congestionada Morelia; congestionada por el volumen de vehículos, y a la vez estrangulada por las marchas, los bloqueos y las obras en proceso de cada día.

Y es que no es lo mismo llevar comida que personas, ¿no?, le pregunto al diestro piloto, ya cuando vamos a toda máquina.
“Claro, es más responsabilidad con gente, más riesgo, más todo”, responde con amabilidad y esa seguridad que explica el por qué Miguel está encumbrado en el nivel “diamante”, la máxima escala de calificación que otorga su empresa.
Sólo pasaron 12 minutos sintiendo el violento y fresco viento de la tarde, y el dispositivo móvil marca que hemos llegado al destino indicado.
“Es el cuarto servicio del día… y bendito Dios, todo en orden”, remata el nuevo chofer de los morelianos. Un chofer a dos ruedas.
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