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En su momento de mayor encumbramiento desde 1989, el PRD llegó a tener hasta 87 diputados en una legislatura federal y 20 senadores, además de lograr 12 gobiernos estatales, incluida la Ciudad de México. Pero todo cambió y, hoy en día, apenas cuenta con 15 de las 500 curules que hay en San Lázaro, y tres senadores.
De gubernaturas, ya ni hablar. Actualmente no tiene ninguna y, la última que le quedaba, la de Michoacán –su bastión histórico más importante-, la perdió en las elecciones del pasado 6 de junio frente a Morena.
El descalabro en la entidad que lo vio nacer hace 32 años, sumado a las derrotas que se vinieron como dominó en todo el territorio nacional, le hicieron perder el registro en 15 estados de la República, lo que colocó al Sol Azteca en una de las crisis más profundas que le haya tocado enfrentar.
Pero la historia también nos dice que dar por muerto al partido que catapultó, con su línea política y reformas en la vida democrática de México, a una de las figuras más representativas de la izquierda en América Latina, como lo es Cuauhtémoc Cárdenas –tres veces candidato presidencial-, y que proyectó a Andrés Manuel López Obrador como el líder de oposición más trascendente en las últimas décadas en el país y que hoy está convertido en presidente de la República, sería un error.
Y es que en política nada está escrito. Al propio López Obrador lo daban por muerto –políticamente hablando-, tras la embestida en su contra con el amago del desafuero en el sexenio de Vicente Fox, y tras perder frente al panista Felipe Calderón en una cerradísima votación, renació y le dio al país el primer gobierno de izquierda en toda su historia.
En el ámbito doméstico también hay muchos capítulos, como el que se escribió en 1998 cuando el PRD perdió todo frente al PRI; los del tricolor se llevaron incluso carro completo en el Congreso del Estado, siendo gobernador Víctor Manuel Tinoco Rubí; y a la vuelta de tres años, en las elecciones del 2001, los papeles se invirtieron y el PRD tiró al PRI de la gubernatura por primera vez en la historia, con Lázaro Cárdenas Batel como candidato.
En 2011, el PRD volvió a irse al precipicio y, por primera vez, fue desplazado hasta el tercer lugar en la disputa por la gubernatura, con Silvano Aureoles como candidato. En esa ocasión, el PRI ganó las elecciones con Fausto Vallejo y, el PAN, escaló a segundo lugar con una mujer en las boletas: Luisa María Calderón, hermana del entonces presidente panista Felipe Calderón.
Y cuando parecía que al PRD le tomaría varios años recuperarse, en 2015 ganan la gubernatura repitiendo candidato y escalaron también en los gobiernos municipales y en el Congreso, por lo que el escenario actual, aún y cuando se antoja sumamente adverso y hasta catastrófico para el Sol Azteca, no define nada.
Sin embargo, habrá que ver en los hechos cómo el perredismo materializa los acuerdos alcanzados en su más reciente Congreso Nacional, donde desecharon la propuesta de cambiar de nombre y decidieron relanzar al partido, pero ya no como de izquierda, sino como “un partido socialdemócrata”, es decir, el modelo y doctrina que permitieron sortear graves crisis políticas y económicas del mundo, como la provocada por la Segunda Guerra Mundial y la gran depresión financiera de Estados Unidos en el siglo pasado.
El reto no es menor, pero tampoco lo es para el resto de los partidos, los cuales ni siquiera han querido, podido o aceptado, cumplir con transparentar el manejo de sus recursos. Según el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información Pública y Protección de Datos Personales (INAI), Morena, PRD y PT son los más incumplidos.
De acuerdo con este informe, en sus portales no hay información sobre los sueldos de los órganos de dirección y, en la plataforma nacional de transparencia los publican a medias, en tanto que el PRI, PAN y PVEM sí informan sobre las percepciones de sus dirigentes, pero no de todos los integrantes de los comités ejecutivos nacionales.
Y es ahí, en ese actuar sin opacidad y en la implementación de verdaderos métodos democráticos internos y, agregaría yo, abiertos a potenciales perfiles ciudadanos, donde debe fincarse el fortalecimiento de los institutos políticos y los cimientos para ganarse la confianza del electorado y la credibilidad.
O, en este caso, para recuperar lo peligrosamente perdido. Lo demás vendrá por añadidura.
Cintillo
Era previsible y, podría decirse, políticamente obligado. El PRI tiene ya puesta sobre la mesa la expulsión de uno de sus cuadros. Quizá, incluso, ya notificó su decisión y sólo falta que se haga público.