Morelia, Michoacán
En una de las Noches de Leyendas que se organizan casi todos los días en nuestra bella y empedrada ciudad de Morelia escuché, cerca del templo de San José, este relato contado por el joven guía Brando Lee Revillagigedo que me dejó buenas enseñanzas y me puso los pelos de punta…
Hay hombre a quienes les gusta jugar con el corazón de las mujeres, que les llenan los oídos con palabras dulces, y cuando consiguen lo que desean, simplemente, las abandonan. Aunque, no siempre les salen bien las cosas a estos rufianes…
Hace mucho tiempo vivió en esta ciudad de Morelia un soltero muy codiciado de nombre Arturo. Tenía muchos bienes, damas a su alrededor, y amigos postizos que, cuando se le secó la bolsa por su lujuriosa vida, comenzaron a marchase a tropel.
Este caballero de buen vestir y mejor aspecto, soberbio y seguro de sí mismo, era también un hombre de vicios: el juego y al alcohol lo consumían. Por esa razón, visitaba con frecuencia el antiguo Casino de Valladolid, hoy hotel Casino, ubicado frente de la Catedral de Morelia
Por cierto, la última noche que fue al Casino se veía devastado y con los ánimos por los suelos, además apenas tenía dinero.
Ello llamó la atención de dos antiguos amigos suyos, quienes, luego de pensarlo un poco, le regalaron la cantidad de 5 reales, más por lástima, que por verdadera conmiseración.
Con su bolsa a medio llenar, Arturo decidió partir hacia su casa y, cuando su carruaje estaba pasando por un lado de la plaza de la Reforma Agracia y del templo de San José, alcanzó a ver, en la torre de la iglesia, la silueta de una mujer que estaba a punto de lanzarse al vacío.
De inmediato, le ordenó al cochero que detuviese el carruaje y corrió hacia la iglesia:
—Pero, señorita, ¿que desea hacer usted? No lo haga, por el amor de Dios, le gritó desde abajo con voz temblorosa.
Ella no le respondió ni una palabra
Acto seguido, derribó una puerta auxiliar del templo y subió con pasos acelerados las escaleras de la torre, decidido a evitar la muerte de aquella hermosa joven.
Sin embargo, en esos momentos, lo asaltó el recuerdo de todas aquellas mujeres que él había deshonrado y, lleno de sudor y dolor, empezó arrepentirse de su vida pecadora y satánica.
Cuando llegó a la parte superior del campanario le volvió a rogar la joven:
—Señorita, por favor, no lo haga… le repitió una y otra vez.
Ella, luego de un rato, le respondió:
—Me voy a quitar la vida por culpa de los hombres falsos y traicioneros, mi abuela se mató, y ahora yo haré lo mismo.
Entonces él le respondió:
—Pero, señorita, yo soy diferente… yo jamás la engañaría ni le mentiría.
Al rato, ella decidió creer en él y juntos bajaron las escaleras de la casa de Dios tomados de la mano.
Arturo, convencido de que ha conocido al verdadero amor de su vida, la llevó en su carruaje hacia su casa. En el trayecto la muchacha le contó al viejo hidalgo que hacía dos días un hombre la había dejado plantada en el altar de San José, justo el mismo día de su boda.
Al llegar a la casa el gentilhombre se dio cuenta que su amada vivía en una pobreza extrema. Entonces, le dijo:
—Señorita, quisiera regalarle estas 5 monedas doradas, solo quiero pedirle que usted se compre el vestido más hermoso y cene con el platillo que más le guste para que esté contenta y hermosa para mí.
Arturo regresó a su quinta lleno de ilusión y al tercer día se levantó con la sonrisa del hombre más enamorado del mundo, sin embargo, al leer el periódico se quedó pasmado. En la primera página aparecía este titular:
“Mujer joven se quita la vida lanzándose de lo más alto de la torre del templo de San José”.
Enseguida, se dio cuenta que la mujer de esa nota era la misma a la que él había salvado. Una triste realidad que corroboró al leer la primera línea del escrito: “Al lado del cuerpo se encontraron 5 monedas doradas”.
Más tarde, abatido y desconsolado, salió de su palacete y, no lejos de allí, se encontró con los mismos hombres que le habían regalado aquel dinero, quienes le confesaron que le habían entregado esos reales de cobre para darle un escarmiento por su vida desorganizada y entregada a los excesos.
Entonces, se percató que la muchacha se había quitado la vida por pensar que el amor de Arturo era tan falso como aquellas monedas.
A partir de estos sucesos, hay personas que juran haber visto en lo alto del templo de San José la silueta de una mujer que está a punto de caer. También se dice que Arturo no murió en paz y que su alma sigue buscando a su amada en los alrededores de San José, con la esperanza de que desista del suicidio.