Foto: Víctor Ruiz

Texcoco, Estado de México

A las cinco de la mañana el autobús ya olía a mota y destrucción. La fragancia cannábica fue una constante durante el viaje y se acompañó con paradas técnicas en el Oxxo para comprar más cerveza y orinar. “Ya saben, banda, cada caseta se cierran cortinas, hay un retén bien clavado, apaguen el toque y echen el humo por la ventana”, se recordaba de manera esporádica como única regla. La vuelta del Skatex a su forma presencial prometía más de doce horas ininterrumpidas de música en Texcoco y el desahogo acumulado del alma por haber sobrevivido a 601 días sin festivales.

Las cumbias ambientaban el camino de Morelia al Estado de México durante las primeras horas de la mañana, pero tras la aparición del sol en todo su esplendor, los sedientos musicales exigieron al chofer que activara su bluetooth y dejara que el ska hiciera lo suyo. “Lega/legalización (cannabis)/de calidad y barato/lega/legalización (cannabis)/basta de prohibición”, cantaba Ska-p en los parlantes.

A las afueras de la Feria de Texcoco el contingente que se disponía para ingresar era extenso. Filas y más filas. Tiempo perdido. Vueltas innecesarias para terminar en el mismo punto. Cuando se rebasan los 30 años, la cualidad de la paciencia empieza a desaparecer lentamente. Esperar ya no es opción y los comentarios que pretenden ser graciosos de parte de los que te rodean, ya no te lo parecen tanto.

Luego de dos horas caminando en sentidos irracionales, pude ver cómo se esfumaba la posibilidad de ver a la banda Bostik. Me lo repetía como mantra: “Si no es este año, será para el siguiente”. Ingresé y antes de acudir al ruido, busqué de manera desesperada, y como alcohólico en recaída, un puesto que vendiera cervezas. “Son cien pesos”, me dijo el vendedor y entendí por qué en este punto no había aglomeraciones.

En el escenario “Skatex”, Barra Brava estaba a punto de terminar su participación. Los de Mexicali pusieron a bailar a los presentes y levantaron la primera tolvanera de la tarde. El sonido era perfecto, la voz no perdía claridad y los melómanos estábamos más que agradecidos. No hay peor pesadilla que llegar a un concierto donde la materia prima presenta notorias deficiencias.

Foto: Víctor Ruiz

Del otro lado del recinto, Interpuesto representaba con dignidad al rock urbano. Chaquetas de cuero, pelo largo, saltos, coreografías coordinadas y solos de guitarra. No había margen de error para la banda que nació hace más de treinta años en Cuautitlán Izcalli.

A un costado, en el escenario “Texcoco”, Nana Pancha apareció y de inmediato el slam acudió al llamado. Un tipo sin playera, sudando a mares y con una mona de activo que no despegaba de la nariz, dejaba la impresión de que era cosa de tiempo para que cayera sin posibilidad de volver a levantarse. Pero resistió. Con sus sentidos debilitados, se movió con “Incansable”, “Luna”, “Culero” y “Nana punk”, canciones que provocaron un remolino de tierra difícil de evadir y no respirarlo.

“Qué chido volver a verlos después de la pandemia, después de dos años sin conciertos”, gritó al micrófono el Muñeco, vocalista de la banda. Mientras agradecía el encuentro y cantaba con energía inagotable, a sus espaldas una pantalla acompañaba el espectáculo. Se proyectaban imágenes de represión policial, manifestaciones, presidentes corruptos y violencia sin sentido. Hay cosas que nunca cambian.

Por los cuatro escenarios desfilaron las bandas, una tras otra: Sonora Skandalera, Lost Acapulco, Los Afrobrothers, Maskatesta, Akil Ammar, Fidel Nadal, Los Estrambóticos, Gondwana, La Tremenda Korte, 8 Kalacas, Liran Roll, Antidoping, Todos tus muertos, Rude Boys, Travelers All Stars, Kortado, La República y los Korucos.

Cuando el sol daba los primeros indicios de querer ocultarse, Dos Minutos llegó a la cita para proporcionar la dosis de punk rock que todo festival necesita. En el escenario no había claridad visual como consecuencia de la contraluz y solamente se apreciaba la silueta del Mosca, quien explicó con despreocupación y desenfado absoluto que fue prácticamente un milagro haber llegado a tiempo. “A la otra nos venimos en helicóptero”, bromeó el fundador de la banda argentina.

“Nosotros venimos del sur de la ciudad/un barrio de leyenda tango y arrabal/nosotros venimos de un barrio/un barrio industrial”, retumbó Valentín Alsina como apertura y no pude hacer otra cosa más que saltar por encima de todo y del tiempo. Con el setlist reducido por las eventualidades, el Mosca y sus muchachos resistieron a la presión de los organizadores. A cada canción de despedida, lograban exprimir un par de minutos más para ahora sí, prometer que ya se iban.

Foto: Víctor Ruiz

El consumo elevado de cerveza provocaba la irremediable necesidad de orinar. Más filas. Los pocos baños portátiles que se instalaron resultaron insuficientes. Acudir a vaciar los riñones implicaba perderte por lo menos medio show de una banda. En un acto de organización improvisada, hombres y mujeres crearon espacios para sustituir a los cotizados sanitarios. Eran antihigiénicos, al aire libre y alejados de la policía; pero con todo y las carencias, se convirtieron en la solución más viable.

Veinte horas con treinta minutos. Los Caligaris aparecieron para demostrar que siguen siendo una de las agrupaciones consentidas en los festivales del país. A esa altura, ya resultaba imposible acercarse al escenario y no había más que observar y escuchar a la distancia. Una de las ventajas que tiene ser un provinciano adicto del rock and roll, es que los conciertos los sueles ver de frente, casi en la intimidad; la desventaja, es que casi nunca vienen las bandas que te gustan a la ciudad.

Previo a que hiciera su presentación The Locos, la mitad de las personas comenzó a abandonar el lugar. Muchos provenían de la Ciudad de México y la preocupación de quedarse sin transporte siempre ronda por la mente. La desbandada no afectó en el ambiente y cuando apareció Ricardo Delgado, mejor conocido como Pipi, la euforia se desató como si el festival apenas estuviera comenzando.

Es verdad que al repertorio de los españoles le faltaron canciones como “Algo mejor” y “La Realidad”; sin embargo, Pipi compensó con “Contrato limosna” y “Resistiré”, temas que sirvieron para ratificar que a sus 49 años está más entero que nunca y que sigue siendo verdad aquello de que Ska-p lo extraña más de lo que él puede llegar a necesitarlos.

A las tres de la mañana, el autobús se encontraba en absoluto silencio. El sueño venció a prácticamente todos los pasajeros que horas antes se prometieron alargar la fiesta. Ya no hubo escalas. Las piernas cobraron factura, la garganta inflamada por cantar y el espíritu satisfecho. Pasaron casi dos años para poder estar de nueva cuenta en un festival viendo a una banda reventar los amplificadores. Dos días después del Skatex, un chico publicó en redes sociales un video alusivo y lo definió de la manera más adecuada:

“Vale la pena estar vivo”.

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