Realpolitik
El miércoles pasado, Ana Elizabeth García Vilchis, la infame presentadora de la sección “Quién es quién en las mentiras de la semana” de la conferencia mañanera del presidente López Obrador, dijo una frase que le sacó una carcajada a más de uno y desató una oleada de burlas y críticas en redes sociales: “No es falso, pero no es verdadero”.
Realizó esta declaración cuando estaba “desmintiendo” —en realidad, desacreditando— el índice de World Justice Project (WJP), que posiciona a México como uno de los países con mayor corrupción del mundo, al lado de naciones como Camerún, Camboya y Uganda.
La frase podría parecer un desliz o una insensatez, salvo que no lo es. En realidad, es muy representativa de la manera de operar del presidente López Obrador y su gobierno.
Si Vilchis hubiese dicho simplemente “es falso”, se hubiera visto obligada a sustentar su afirmación en evidencia, en datos o en argumentos. Normalmente, cuando un gobierno desmiente algo, lo hace mostrando información fidedigna que contradice aquello que está refutando. En cambio, al decir “no es falso, pero no es verdadero”, García Vilchis simplemente relativizó los resultados del índice de WJP.
Con esta columna, no trato de defender el índice de WJP, pues es una organización que puede valerse por sí sola. Sin embargo, si el gobierno realmente hubiese querido contrastar sus resultados, hubiera podido exhibir fallas en su metodología o exponer datos en sentido contrario.
Pero, no. Ése no es el modo en que opera este gobierno. Más bien, hizo lo que suele hacer. Primero, desacreditó a la organización con alusiones personales: que si su fundador fue el asesor legal de Microsoft (“una gran compañía neoliberal”), que si su presidente trabajó en el Banco Mundial (“una organización intervencionista”), que si empresarios de la Coparmex financian su capítulo mexicano y un largo etcétera.
A continuación, García Vilchis sembró la posibilidad de que hubiera una gran conspiración detrás: “De acuerdo con testimonios de personas que han trabajado en la World Justice Project, en esta organización, lejos de estudios económicos y sociales imparciales, se llevan a cabo productos informativos, montajes y producciones para hacer ensombrecer al gobierno que encabeza López Obrador”.
Luego de advertir el peligro del complot, señaló que, afortunadamente, el pueblo respalda al presidente: “Así se construyen los golpes mediáticos contra el gobierno de la Cuarta Transformación, con la idea de manchar poco a poco el prestigio del gobierno con información falsa, pero ya la gente no se deja llevar por esas informaciones”.
La cereza del pastel de toda esta operación fue el infame “no es falso, pero no es verdadero”. Por eso, insisto en que la intervención de Vilchis, en general, y esa frase, en particular, muestran con meridiana claridad cómo opera el gobierno federal ante las columnas de opinión, las notas de prensa, los informes analíticos y todas las piezas informativas que no le favorecen.
No se trata de desmentir o de refutar la información desfavorable; se trata de desprestigiar y sembrar dudas sobre ella: ya por las perversas intenciones de quien la publica, ya por el talante neoliberal de quien la financia.
No se trata de mostrar evidencias que echen por tierra los datos adversos; se trata de relativizarlos: con “otros datos” —maquillados y elegidos de manera tramposa—, con estadísticas del pasado —“antes estábamos peor”— o simplemente poniendo en entredicho su veracidad —“no es falso, pero no es verdadero”—.
En columnas anteriores, he sostenido que las mañaneras son un monumento a la posverdad, entendida como una posición ante la realidad que se fundamenta en la premisa “mi opinión vale más que los hechos”.
Así las cosas, para el presidente, sus colaboradores y sus seguidores, posee menos credibilidad un estudio detallado con metodología rigurosa que una opinión visceral frente a él. Valen más los sermones y los dogmas del gran líder que los resultados materiales de sus políticas.
Importa más que el presidente repita una y otra vez “primero los pobres” a que los datos muestren que los programas sociales no están llegando a los hogares de los mexicanos más vulnerables y que el número de personas en situación de pobreza pasó de 51.9 millones en 2018 a 55.7 millones en 2020, según datos de Coneval.
Tiene más credibilidad el gobierno sosteniendo que su manejo de la pandemia fue ejemplar —“de los mejores del mundo”— que las imágenes de los hospitales colapsados y las historias de miles de mexicanos que murieron en su hogar por no encontrar una cama o un tanque de oxígeno para ser tratados.
Si lo que dice mi contrincante “no es falso, pero no es verdadero”, no me tengo que molestar en sustentar mis réplicas en argumentos coherentes. Basta con calumniar y desacreditar a quien emite las críticas.
El fenómeno de la posverdad ha causado la fascinación de muchos científicos sociales: desde filósofos y antropólogos hasta historiados, politólogos y sociólogos. Se han escrito grandes obras —auténticos tratados— al respecto. No obstante, la declaración de García Vilchis sintetiza perfectamente el significado de la posverdad: “No es falso, pero no es verdadero”. Esa frase es el signo de la política de nuestro tiempo.
Twitter: @jacquescoste94