Morelia, Michoacán
Era el final del siglo XIX y los muertos ya no cabían en Morelia. Por aquellos años, las epidemias mermaban fácilmente la salud de los citadinos. El antiguo cementerio de San Juan ya no se daba abasto para resguardar el eterno descanso de tantos cadáveres.
Surgió la necesidad apremiante, pues, de consolidar un nuevo proyecto de sanidad pública. En 1895 nacería el Panteón Municipal.
La historiadora, Juana Martínez Villa, relata en entrevista con Primera Plana que en esa época del porfiriato se lanzó una especie de concurso para determinar dónde se instalaría el cementerio.
Como primera opción, se tenía un campo de mirasoles, cerca de lo que ahora es la colonia Granjas del Maestro. Los que defendían esta propuesta argumentaban que en esa zona de la ciudad corría el viento en abundancia para evitar que llegara alguna enfermedad ocasionada por la descomposición de los cuerpos.
Finalmente, el proyecto ganador se situó al sur de Morelia. El hacendado Ramón Ramírez donó un terreno que con el tiempo se fue ampliando y adecuando hasta convertirse en lo que hoy conocemos como el Panteón Municipal.
El descanso de los ilustres
Para la historiadora Martínez, el nuevo cementerio reflejaba perfectamente lo que era la sociedad moreliana: “Se trataba de un espacio que estaba dividido en clases sociales, se tenían terrenos de primera y de segunda”. Esta característica fue reforzada por el entonces gobernador del estado, Aristeo Mercado, quien en 1903 dio la instrucción de construir una rotonda de michoacanos ilustres.
Del antiguo panteón de San Juan, fueron trasladados los restos de la familia del teniente Isidro Alemán, quien combatió para el Batallón de Matamoros, cuando en 1847 Estados Unidos pretendió invadir territorio nacional.
A su tumba, se sumaron la de los exgobernadores Epitacio Huerta, Justo Mendoza, Rafael Carrillo, Bruno Patiño y el propio Aristeo Mercado, quien, curiosamente, no se encuentra sepultado en la rotonda, pero sí cerca de donde yacen los restos de los privilegiados.
Juana Martínez comparte que en el Panteón Municipal también descansan los restos del constituyente José Pilar Ruiz Neri, el literato Manuel Martínez de Navarrete, el académico Melchor Ocampo Manzo, el poeta Fray Manuel Navarrete, el magistrado Manuel Teodosio Alvírez, el rector nicolaita Mora Serrato y su familia, así como capillas especiales en honor a exgobernadores, como Agustín Arriaga Rivera.
La académica dice tener conocimiento de que a mediados de los años dos mil se dio el último traslado al cementerio de los restos de un notable michoacano, Mariano Torres, un literato, periodista, escritor y zoólogo que fue autor de numerosas obras y fundador de periódicos.
Fuera de la clase política e ilustre, la historiadora refiere que este lugar se convirtió en un emblema de la ciudad por el cuidado que se tenía con los monumentos, pues incluso en algún momento se hicieron pedidos de esculturas a otras ciudades.
Desde su percepción, una de las tumbas más espectaculares que se aprecian en el camposanto es la que resguarda los restos de tres niños españoles, cuyos familiares decidieron darles sepultura con un monumento que hace alusión a un partido político y con figuras típicas de los años 30s.
El deterioro
La especialista señala que fue a finales del siglo XX cuando el Panteón Municipal comenzó a deteriorarse, sin que las administraciones municipales hicieran algo para impedirlo. “Es una irresponsabilidad de ellos, porque en la década de los 90’s también se empezó a dar el saqueo de placas conmemorativas, todos los escudos de la Universidad Michoacana desaparecieron, el bronce era muy atractivo para ser robado”.
También narra que hubo un momento en que comenzaron a desaparecer monumentos completos, como aquellos que trabajó una familia de escultores italianos de apellido Bonzaneli. Incluso, comparte que estuvo a punto de ser sacada de su sitio la estructura de una mujer doliente, a la que ya tenían envuelta en yeso, pero la presión mediática impidió el atraco.
Juana Martínez precisa que hay una parte histórica que está prácticamente abandonada por los gobiernos, pues se trata de tumbas que ya no visitan los familiares porque no radican en la ciudad, por lo que se han convertido en espacios de nadie.
Pero la historiadora analiza un problema mayúsculo: las esculturas del panteón no cuentan con protección de monumentos históricos. Explica que el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) no puede hacerse cargo porque no le corresponde. “Solamente puede intervenir en piezas que daten de hasta 1899, por lo que solamente se harían cargo de la barda que rodea al lugar”. En otras palabras, no existen instituciones que las protejan.
Riqueza histórica y cultural sin proyección
La historiadora se declara enemiga de los recorridos nocturnos que se comenzaron a hacer en el sitio y más lamenta que esa sea la apuesta de las últimas administraciones municipales. Dice que se debe entender que se trata de un lugar sagrado, no de diversión y menos para alimentar el morbo con leyendas.
Comparte que ya sea por desconocimiento o desinterés, al Panteón Municipal le ha faltado la difusión de su riqueza histórica y de la expresión de modernidad que representó en su momento durante el porfiriato.
Para Juana Martínez Villa el panorama está claro: sin clausurarlo del todo, el cementerio debe comenzar a proyectarse como un espacio histórico-cultural. Y ante la apertura de panteones en tenencias o los de carácter privado, subraya que esta alternativa es la que puede promover la preservación y conservación del lugar como algo simbólico.
Apremia que esto se debe hacer en el corto plazo, antes de que el camposanto “se quede sin vida”.