Morelia, Michoacán
La película mexicana El rey de la fiesta (2021), con guion y dirección de Salomón Askenazi, es una de esas producciones de contrastes, de polos opuestos, que pueden hacernos reír, pero, a la vez, nos regalan grandes enseñanzas. La moraleja es clara: no te conformes, no dejes que tu vida se convierta en un pantano.
Estelarizado por ese gran actor que es Giancarlo Ruiz, este drama con aires de comedia nos presenta la vida de dos personajes claves: Rafa, mercader de arte, excéntricos, fiestero, mujeriego, ocurrente, mordaz y Héctor que es todo lo contrario: frío, sombrío, conservador, devorado por su trabajo en una inmobiliaria. Es, en propiedad, un auténtico aburrido, insípido, con un matrimonio que hace rato está en el reclusorio.
Estos hermanos solo tienen en común el apellido y un padre que ya anda por los 80 y no se entera de casi nada.
Entonces, ocurre un suceso que lo trastoca todo: Rafa, presuntamente, sufre un accidente fatal, y Héctor se da cuenta que no está viviendo, sino vegetando.
Por ello, contra todo pronóstico, abandona su vida de burócrata y asume la personalidad de su “hermanito”. Al principio, hay dudas, altibajos, remordimientos, confusiones, equivocaciones, pero, luego, cuando le toma el pulso a su nuevo papel, el hombre explota.
Un carrazo, fiestas, drogas, sexo, lentejuelas… y otros secretillos que no comentaré. De todo… experimenta en grande, como para vengarse de su vida de vegetal, a riesgo de perder definitivamente a su hija y a su mujer.
La cinta, sin ser una obra maestra, se mueve a buen ritmo, con un guion ingeniosos, buen diseño de personajes y situaciones simpáticas donde no faltan la ironía, los enredos y el doble sentido (o la doble vida). Sobresale el vestuario de Rafa, con solo verlo sabemos cuál es el toro que monta.
La obra se debilita, al final, porque resulta poco creíble la defunción y el retorno “milagroso” de Rafa, además, el ahora animado Héctor no acaba de definir qué hará con su familia. Son cabos que están suelto.
De todas formas, el Rey de la fiesta es una excelente apuesta festivalera que no está en competencia y que nos permitirá divertirnos un poco con un mensaje que vale la pena seguir: ¡hay que dejarles los velorios a los santos!
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