Realpolitik
No es novedad que el presidente López Obrador ataque a una institución en sus conferencias mañaneras. Lo que sí fue novedoso es que el blanco de la semana pasada haya sido la UNAM. AMLO aseveró que la Universidad Nacional “perdió su esencia”, pues se “derechizó”, se volvió facilitadora de los “proyectos neoliberales” y dejó de formar cuadros para “servir al pueblo”.
Sería difícil encontrar una declaración más ilustrativa del pensamiento del presidente que sus críticas a la UNAM. Los ataques retóricos a la Universidad Nacional exhiben los siguientes rasgos del pensamiento obradorista:
A. La nostalgia. En la mente del presidente habita la imagen de un pasado idílico, en el que todo era mejor; sin embargo, México experimentó un proceso de decadencia a finales del siglo XX, el cual se exacerbó a principios del XXI. Antes, los programas de estudios de la Universidad Nacional eran excelentes y sus alumnos y profesores tenían un compromiso inquebrantable con el bien de México; ahora, la UNAM pasó por un proceso de deterioro moral. Así, sin más: antes, todo era miel sobre hojuelas; ahora, todo es condenable.
B. La generalización. En relación con el primer punto, para López Obrador, el deterioro moral que acompañó al “período neoliberal” afectó a todas las instituciones por igual: ninguna se salvó, ni siquiera la UNAM. Por tanto, todas las instituciones, a excepción de las creadas o las impulsadas por su gobierno, son tecnocráticas y elitistas, y todas las personas que forman parte de esas instituciones son promotoras del neoliberalismo.
C. La ausencia de matices. En el mismo sentido, AMLO analiza la realidad en código binario: blanco o negro, bueno o malo, todo o nada. Por ello, sostiene que la UNAM se “derechizó” y apoyó las políticas neoliberales. No dice que algunos profesores de la Universidad respaldaron el modelo económico neoliberal o que académicos específicos siguen una línea de investigación neoliberal, pero otros tantos han sido sus férreos críticos. No, nada de eso: para él, toda la institución se “derechizó” y punto.
D. La desactualización. En varias columnas, he sostenido que es claro que el presidente no es un lector asiduo y no ha actualizado sus conocimientos, sus asideros intelectuales ni sus posicionamientos ideológicos desde los años setenta. Ama la historia nacional, pero cada que habla sobre ella esgrime ideas añejas y superadas. Cuando cita a algún autor, es alguien que escribió su obra a mediados del siglo pasado. Las críticas a la UNAM son un ejemplo más de esto: se nota que el presidente no ha visto los programas de estudios de la Universidad ni ha leído lo que escriben sus investigadores desde hace muchos años. Si lo hubiera hecho, se daría cuenta de que la Universidad puede ser muchas cosas, pero no neoliberal.
E. El desprecio por el conocimiento y el pensamiento crítico. Para el presidente, todo aquél que lee, estudia, discute, cuestiona, debate y se informa es un sujeto peligroso. Prefiere a quienes aceptan los dogmas y los postulados simplistas, lo apoyan sin chistar y se quedan con explicaciones facilonas de los problemas del país. Así lo ha demostrado con los recortes a la promoción de la ciencia, la educación, la investigación y la cultura, y así lo exhibe cada mañana con sus ataques retóricos a sus críticos y a las instituciones académicas, como el CIDE y la UNAM.
F. La falsa superioridad moral. López Obrador piensa que tiene derecho a decir quién es de izquierda y quién es de derecha, quién está del lado correcto de la historia y quién es un traidor a la patria. Cree que tiene el monopolio de la verdad sobre los problemas del país y la autoridad moral para condenar y someter a juicios sumarios a todas las personas e instituciones de México. Las críticas a la UNAM muestran este rasgo del pensamiento obradorista con claridad meridiana.
G. La memoria corta y la ingratitud. Un porcentaje alto de la comunidad universitaria apoyó a López Obrador en sus tres campañas presidenciales, con la esperanza de que traería un cambio positivo para México. Como lo ha hecho con otros sectores (por ejemplo, las organizaciones de la sociedad civil o los colectivos feministas), AMLO exhibe públicamente como traidor a todo aquél que lo apoyó pero ahora lo cuestiona. Ahora le tocó el turno a la UNAM.
H. El supuesto monopolio de lo público y la desconfianza de la autonomía. Para el presidente, todas las instituciones públicas deben estar sometidas al Ejecutivo y su accionar debe estar alineado con las políticas del gobierno en turno. Es decir, todas las instituciones son de gobierno, no de Estado, por lo que todas deberían responderle y guardarle lealtad. Por otro lado, AMLO ha dejado claro que desconfía de las instituciones públicas autónomas: desde el INE y la CNDH hasta la UNAM.
En resumen, las declaraciones del presidente López Obrador sobre la Universidad Nacional lo retratan de cuerpo entero y ponen de manifiesto la intolerancia y las limitaciones de su pensamiento. Ese sectarismo es preocupante, pero la buena noticia es que el ataque a la UNAM puede servir como catalizador para que la máxima casa de estudios defienda decididamente su autonomía y, con ello, la de todas las instituciones académicas públicas, cuya independencia enfrenta serias amenazas provenientes del obradorismo.
Twitter: @jacquescoste94