Morelia, Michoacán

El jueves pasado comenzó la XLIV temporada de la obra “Don Juan Tenorio 2021”, de José Zorrilla. Un acontecimiento que muchos amantes del buen teatro, presentes en el Ocampo, no dejaron pasar.

Ello no es una sorpresa, año tras año, la obra del autor romántico español nos estremece con una acción trepidante que nos obliga a tomar partido, a reí o a llorar. Se trata de un amor imposible, pero a nadie le importa. A los seres humanos no les podemos quitar el sueño.

La puesta, que podrá ser vista hasta la noche de hoy domingo, reúne en escena a más de 30 actores bajo la dirección de Ricardo López Suárez y la producción del actor Eduardo Guízar, quien, además, interpreta al polémico Don Juan, un personaje conquistador, libertino, fanfarrón, arrogante y satánico que mata hombres y se burla de las mujeres convirtiéndolas rosas marchitas.

Durante la primera etapa de la puesta los personajes se mueven entre los angostos y misteriosos callejones de Sevilla, bares, pequeñas plazas y conventos para dar paso a una trama bastante mundana y llena de aventuras renacentistas: don Juan y don Luis Mejías (Pablo Tena), otro caballero mujeriego y amigo de la vida alegre, hacen una apuesta a ver quien se lleva el amor de doña Ana de Pantoja (Sharilyn Vallejo), novia del segundo.

Aunque, esto no todo, don Juan, con su joven y dinámico paje Marcos Ciutti (Alexis Arratia), y el apoyo de Brígida (Sandra Rangel), una sirvienta celestina, planea en secreto el rapto de una doncella que amenaza con transformar el alma malvada del autor de plan: doña Inés de Ulloa (Monse Ayala) cuya inocencia, pureza y bondad parecen situarla en un planeta de nubes blancas y ángeles celestiales.

El final de este acto es espinoso, sufrido y lacerante. Hay muertes, huidas del país y una flor morirá de amor. El ritmo es fogoso, pero no atropellado.

Aunque, lo mejor está por venir. Luego del intermedio entramos en relación con las estatuas y tumbas de un panteón que rodea la quinta de don Juan, donde se encuentran enterradas la mayoría de las víctimas de Tenorio. Las figuras fantasmales cobran vida, las sombras hablan, y el cielo y el infierno libran una batalla a muerte.

Entonces, ocurre lo imposible, el amor de doña Inés salva de manera definitiva el alma de don Juan. El caballero se arrepiente de todas sus truculencias y odios, sin embargo, ya es tarde, la muerte lo acecha. Por suerte, el espectro de doña Inés logra interceder ante su fallecido padre don Gonzalo (Jesús Herrera) para que su amado no suba a la tierra de los pecadores.

La representación, sin demasiados recursos, logra rendirle un merecido homenaje al actor Manuel Guízar, recientemente fallecido, quien se metió en la piel de don Juan unas 20 veces y es, sin dudas, una figura imprescindible en la historia del teatro en Morelia.

La escenografía y la utilería son sencillas, sin embargo, un buen diseño de luces contribuye a la agudización de los conflictos; el vestuario y el maquillaje, de época, se tornan impecables, y el añadido de las máscaras y disfraces carnavalescos le da autenticidad a la historia.

Una bailarina flamenca sirve de enlace de algunos cuadros sin tener tiempo para mostrar sus reales habilidades.

Es verdad que algunos personajes, a veces, enfatizan con demasiado ardor sus parlamentos, no obstante, los festejos en la taberna y los duelos se ven bastante auténticos. Además, los actores le sacan un buen partido al escenario con movimientos creíbles que le agregan matices al argumento. Fueron dos meses de ensayos bien aprovechados.

La dirección de arte logró enlazar muy bien los diferentes eslabones para ofrecer un producto donde lo formal se suma a la contundencia de la narrativa.

Toda la obra gira alrededor de don Juan, y el actor nos regala una actuación segura y convincente, sin fisuras ni poses innecesarias. Escuché que “mexicanizaba” mucho el personaje. Si es así, creo que es un mérito, pues le permitió establecer lazos más emotivos y sensibles con el público. La sangre llama. Y esto es lo que vale.

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