Pátzcuaro, Michoacán
Son Agustina, Eufrecina, Yolanda, María Celia, Carmen, María de la Luz, Imelda, Judith, Isabel… son un chingo. Están en las instalaciones del CREFAL Pátzcuaro para participar en el Primer Encuentro de Mujeres Indígenas de Michoacán y han llegado desde doce comunidades, todas purépechas, para que su voz se escuche fuerte.
Mientras aguardan en la fila de registro, las pirekuas retumban una tras otra en los parlantes. La mayoría de las participantes lucen sus vestidos tradicionales, se acompañan en grupos, otras con sus hijos y muy pocas llegan con los maridos, quienes al darse cuenta de que son minoría, buscan aislarse y no llamar la atención.
El kit del encuentro incluye un libro editado por el Instituto Electoral de Michoacán (IEM) en el que se relatan las experiencias de las consultas indígenas en diferentes comunidades del estado, un fólder con hojas para ser utilizadas en las mesas de trabajo, folletos que abordan la prevención de la violencia política por concepto de género, una “guía práctica”, un cilindro, gel antibacterial y un refrigerio.
A un costado del vagón del tren amarillo que adorna los pasillos del CREFAL, una docena de mujeres originarias de Cherán no paran de reír. Bromean entre ellas, se ven cómodas y piden a los reporteros que las fotografíen. Segundos después, posan sonrientes ante las cámaras.

Dice Josefina Velázquez Romero que hace veinte años a las mujeres de su comunidad no las dejaban ni salir a la esquina; pero que ahora de a poco han ido conquistando espacios en la toma de decisiones dentro del Concejo Mayor.
“En Cherán anteriormente teníamos a una mujer por barrio, ahora en la actual administración somos cinco, hay avances. Estamos aquí en el evento para apoyarnos entre nosotras, es la primera vez que venimos y estamos contentas”.
Isabel Fabián Fabián es más fría y habla de manera contundente, sin tapujos: “No ha sido fácil para nosotras llegar a ocupar algunos puestos, ya que para la equidad de género hay mucha resistencia. Estamos a pesar de las adversidades y tropiezos que nos ponen en nuestras comunidades, pero queremos seguir adelante y luchar”.
En este primer encuentro se contempló el registro de 160 mujeres; sin embargo, el que coincidieran no fue tan sencillo. La consejera del IEM y presidenta de la comisión de Igualdad, Género, la no Discriminación y Derechos Humanos, Araceli Gutiérrez Cortés, relata que hubo comunidades donde las indígenas reaccionaron de inmediato y se hicieron presentes hasta en grupos de treinta, pero hubo otros casos donde estaban los hombres como intermediarios.

“En por lo menos tres comunidades no teníamos contactos con mujeres, sólo hombres. Tuvimos que llamarles y lo primero que nos preguntaban era para qué queríamos el teléfono de las compañeras, indagaban de qué se trataba el evento o simplemente se comprometían a pasar el recado”.
Antes de darle paso a la palabra, las mujeres se acomodan en círculo. Toman de manera simbólica los cuatros elementos para pedirle permiso a la Madre Tierra de llevar a cabo el encuentro y la integrante de la Red de Abogadas Indígenas, Patricia Torres Sandoval, es la encargada de iniciar con el ritual.
“Pedimos para que esta reunión sea lo más productiva posible, que revisemos el contexto de la participación de las mujeres indígenas de Michoacán. Hoy estamos purépechas, pero no olvidemos a las nahuas, mazahuas y otomíes”.
A cada paso de un elemento, se abre el panorama: “Hablaremos de la violencia política que vivimos, pedimos permiso para tomar acuerdos, que estemos unidas, que seamos conscientes de que es la única manera de que el beneficio sea para nosotras… pongamos nuestro corazón, la mente abierta”.

Primera advertencia: “Nadie va a cambiar nuestra historia y paradigmas si no lo hacemos nosotras”. Eufrosina Cruz Mendoza, mujer zapoteca originaria del municipio de Santa María Quiegolani y actualmente diputada federal, mira a las mujeres michoacanas desde Zoom, mientras su hijo de ocho años corre detrás de ella y de vez en cuando saluda a la cámara.
Omite hablar de su paso por la política. Por más de una hora, considera que es mejor invitar a las asistentes a arrebatar, a romper las cadenas, comenzar a decidir y sobre todo, a nunca negar los orígenes. “Es un proceso en el que se llora un chingo”, lanza como segunda advertencia.
Hace 30 años, cuando a Eufrosina Cruz Mendoza la comunidad no le permitía salir a la cancha a la que todos los hombres iban, ni tampoco podía tener una vida social, se comenzó a cuestionar por qué su hermana fue obligada a casarse a los doce años.
“Me preguntaba por qué tenía que pararme yo a las tres de la mañana a hacer tortillas si no me gustaba, entonces empecé a hacer una revuelta en mi comunidad y en automático te vuelves la loca, la marimacha que también dice que merezco tomar mezcal porque tengo garganta”.

Para Eufrosina Cruz, la educación es la clave. En el momento en que decidió emprender el camino en solitario, también entendió que era ella quien iba a cambiar sus propias circunstancias. En ese tiempo, hubo titubeos, lágrimas y momentos de flaqueza en las que se pensó la posibilidad de volver a la comunidad; pero la convicción de demostrar “que esta pinche india tenía razón” fue más fuerte.
Ante las indígenas purépechas, pide nunca avergonzarse de las raíces: “El mundo debe entender el desarrollo de nuestra cultura e identidad”. Al mismo tiempo, aclara que el origen no es el destino, que se puede mirar más allá de las montañas y que la única marginación real en un territorio rico de parcelas es la precariedad de imaginación para crear otras posibilidades.
Nunca victimizarse. Apunta que está cabrón romper los entornos, para que nadie se confíe. Habla desde el “nosotras” como vía para llegar a la libertad y lanza una tercera y última advertencia: los sueños nunca pasan.

Son siete mesas de trabajo. Las tres preguntas para responder son: ¿Cómo percibo la participación política de las mujeres en mi comunidad?, ¿cuáles son los retos y necesidades de las mujeres en mi comunidad? y ¿qué inquietudes o necesidades detecto en mi comunidad?
Ellas hablaron:
“He visto que el proceso de participación de las mujeres ha sido lento, pero cada vez veo que se involucran más en la política, pues antes las asambleas eran para los hombres y ya en los últimos cincos años se nota una mayor presencia de nosotras”.
“Lo que debe ocuparnos más es que se hagan campañas en las lenguas maternas de las comunidades, sobre todo para que conozcan ese derecho que tienen las mujeres. Nosotras estamos pidiendo espacios donde podamos escucharnos y sé que vamos por buen camino”.
“Cuando empecé a asistir a las asambleas, los hombres me cuestionaban a qué iba, me preguntaban si yo iba a decidir o qué; pero el ir a escuchar es aprender. Nunca pensé que llegaría a donde estoy, pero en las asambleas escuchas los problemas de la comunidad y te dan ganas de hacer algo”.
“Se va por el bien de la comunidad. Hay que acercarnos, yo las invito a que lo hagan y sin pedirle permiso a nadie”.
“Mi experiencia es en contraparte, nosotras no hemos sido tan afortunadas. El 60 por ciento de la población en mi comunidad reside en los Estados Unidos, pero en las asambleas siempre son los hombres los que salen a relucir, no se valora nuestro trabajo”.
“Nos hemos visibilizado mucho en la vida política. Hace tres años sólo eran dos mujeres las que estaban en puesto municipal. Yo cuando empecé a participar, los hombres se me quedaban viendo”.
Las palabras transcurren sin prisa en los salones. El tiempo que se programó para la reflexión será insuficiente, pero a nadie le importa. La comida está prevista pasando las 14:00 horas, pero hay más hambre de ideas, experiencias e intercambio. A lo lejos del CREFAL, en un jardín aislado, se encuentran los pocos hombres que tuvieron el desatino de asistir. Se miran serios, sin risas de por medio, simplemente conversan en un círculo y quién sabe si se estén cuestionando algo.
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