Punto de Encuentro
“Hay verdades que no son paras todos los hombres, ni para todos los tiempos”, Voltaire.

Esta semana nuevamente el gobernador del Estado, Silvano Aureoles Conejo, generó un sinfin de posturas entre los ciudadanos, los medios de comunicación y en especial con el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador.
El mandatario estatal acudió a Palacio Nacional para solicitar una audiencia con el primer mandatario de este país y presentarle personalmente las pruebas que López Obrador le solicitó tras las acusaciones por la presunta intervención del crimen organizado en las elecciones en Michoacán a favor de Morena.
Como era de esperarse, luego de 4 horas (lo cual fue poco tiempo debió esperar un poco más) Aureoles Conejo no fue recibido por López Obrador y éste envió la responsabilidad de sus solicitudes a los órganos electorales al argumentar que las pruebas se deberían remitir a dichas instancias.
Lo cierto es que, más allá del conflicto postelectoral que ambos pudiesen tener, el presidente le debe respeto a la investidura de los gobernadores y sólo por ello debió enviar a alguien a recibirlo, o hacerlo personalmente; aquí es terreno de la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, su trabajo es justamente eso, mediar entre el Legislativo federal y los poderes de los estados, pero de ella, ni sus luces.
Sin embargo, ha quedado claro que el presidente sólo gobierna para quienes votaron por su partido y favorece a quienes gobiernan por Morena, hechos que hubieran sido criticados y hasta denunciados penalmente en otro momento por él mismo.
Queda claro que el poder sí cambia, en especial a quienes tanto criticaron la forma en la que actuaban quienes lo encabezan.
¿O será que el presidente sabe cómo se llevaron las elecciones en Michoacán y en otras entidades del país? que es mejor olvidarlo y disfrutar del efímero triunfo hasta octubre que asuman el cargo los gobernadores, porque será en ese momento cuando la realidad cambie y los problemas realmente se hagan presentes.
Muchos cuestionan el actuar del gobernador, pero la realidad es que tenía que hacerlo, tenía que actuar, quien habla y acusa está obligado a comprobarlo, o bien sólo quedarán en dichos y esa sí es una actitud más cuestionable. Así que no se confundan, su actuar fue honrando su palabra.
Sin embargo, vuelvo a reiterar, tiempo al tiempo, lo que ahorita lo vemos cómico, inverosímil, hasta tonto o reprobable, no descarte usted aquella famosa frase de “Se lo dije” y esperemos que quienes se fueron con el mismo tamaño de guillotina, acusar o señalar, tengan la capacidad para reconocer que se equivocaron.
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