Morelia, Michoacán
Durante este Día del Amor y la Amistad, afectado en esta ocasión por una pandemia que no entiende mucho de los asuntos del corazón, existen muchas personas que aún recuerdan a San Valentín, un sacerdote que en el siglo III fue ejecutado en Roma un 14 de febrero por casar a secreto a numerosas parejas en contra de los designios del emperador Claudio II, quien creía, y no sin cierta razón, que los jóvenes legionarios serían más aguerridos sin tener la carga de una familia.
Por supuesto, hay otros amigos que se dedican durante esta jornada a mimar y complacer todos los caprichos de sus parejas y a recordar, manitos tomadas, aquellos temas de amor que le han movido el piso a muchos amantes, como sucede con Aquellos ojos verdes, de la autoría de Nilo Menéndez, el primero bolero cubano que alcanzó un gran éxito internacional y gustó muchísimo en México.
Por cierto, esta composición, sensual y la vez arrabalera, nunca ha escapado de la polémica por la gran cantidad de damas que aseguran ser las dueñas de una mirada tan evocadora. Además, a esta melodía no le faltan la pasión volcánica, los sueños rotos, y la tragedia y esto la hace muy atractiva para los melómanos.

La propia vida deNilo Menéndez, un matancero que nació en 1902 y falleció en los Estados Unidos en 1987, no carece de interés. Luego de convertirse en un avezado pianista en la danzonera de Aniceto Díaz, se radicó en Nueva York en la década del 20, donde empezó a alcanzar renombre gracias a la ejecución de piezas clásicas a dos manos con la intérprete boricua Emma Boehm-Oller.
Más tarde, se lució en numerosos escenarios como pianista acompañante de artistas de fama al estilo de Tito Guizar y Frank Sinatra, sin abandonar su trabajo de director de las orquestas en la Columbia Records y la RCA Víctor, ni la creación de la música de numerosas películas protagonizadas, entre otros, por los divos mexicanos Jorge Negrete y Arturo de Córdova.

Autor de la célebre rumba Negra Quirina, Nilo Menéndez compuso unos sesenta danzones, congas, marchas, bulerías y caprichos, sin embargo, su momento de mayor inspiración llegó en 1929 cuando se encontró a Concepción Utrera, Conchita, una cubana de una hermosura hechizante, rubia y de unos ojos señoriales que volvió loco al músico desde su llegada a Nueva York, procedente de Cuba, un país donde grabó más adelante varios discos de música culta y publicó un libro de versos titulado Ave Lira.

«Como creo en el amor a primera vista, me entregué a ella ese mismo día, y caí perdidamente enamorado, comentó cierta vez Nilo Menéndez. Por la noche, preparé la música. Sus ojos le dieron la pizca dulce a mi corazón. Después, le rogué al hermano de ella, el tenor y poeta Adolfo Utrera, que hiciera los versos».

La investigadora Leticia Guerra Quesada, reveló que la primera grabación de dicho bolerón la hicieron en 1930 el mismo Nilo Menéndez y Ernesto Lecuona, con sus respectivos pianos, junto a Adolfo Utrera, quien dejó una huella memorable, antes de triunfar en México con el trío Cuban Boys y quitarse la vida no mucho después. Luego, la partitura comenzó a revolotear en los cruceros que hacían estancia en la urbe neoyorquina y en los bares del Caribe mexicano hasta que el 21 de junio de ese mismo año fue estrenada por la soprano María Cervantes en el hoy Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
A partir de aquí, esta elocuente página de la música popular cubana y de toda Latinoamérica trazó una historia impresionante: Nat King Cole, en su versión llevada al español, la hizo famosa en la radio, el trío Los Panchos y Antonio Machín la pasearon por escenarios de Europa y Estados Unidos durante varias décadas y Esther Borja la vistió de gala con una voz única que aún hoy hace suspirar a las damas siempre listas para cualquier amorío.
Como casi siempre sucede, a Aquellos ojos verdes no le faltaron las historias secretas y las paradojas. Nilo y Conchita jamás jugaron con el amor verdadero a pesar de que el músico estuvo más de un año regalándole flores, y en 1977 el eterno galán reveló el secreto de que los ojos de la gentil cubanita «no eran verdes, en realidad, sino más bien azul grisosos».
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