OPINIÓN

No hace mucho, cuando regresaba de CDMX, la conductora de un taxi que me trasladó de la terminal moreliana a Villa Universidad me comentó muy segura que “ella no se pensaba vacunar para evitar que la estuviesen controlando y la vigilaran.” Y, aunque la afirmación es a todas luces surrealista, no vamos a negar que se apoya en criterios pseudocientíficos que se han regado como las malas hierbas por todo nuestro estado entre los sectores económicos menos favorecidos.

La imagen puede contener: Orlando Carrió, de pie e interior

Todos sabemos que en el campo de la salud las estafas y las creencias más ridículas han sido frecuentes durante los últimos años, por ello no sorprendió a nadie los ataques que, desde el principio, han sufrido los candidatos vacunales anticovid por parte de los falsos influencers, de varias publicaciones carentes de valor científico o de individuos no están capacitados para hablar con autoridad sobre el tema.

Los primeros en atacar fueron los cantantes españoles Miguel Bosé y Enrique Bunbury, quienes llegaron a organizar una concentración de activistas antivacuna en Madrid y en sus tuits acusaron al magnate Bill Gates de crear vacunas con microchips para controlar la libertad y el comportamiento de la población mundial.

La denuncia, sin dudas, disparatada, parte de un proyecto financiado por los Gates para desarrollar vacunas que dejarían una suerte de tatuaje invisible bajo la piel (realmente unas micropartículas sensibles a la luz infrarroja) gracias a las cuales se podría saber, con un teléfono inteligente, si la persona ha sido o no vacunada para prevenir algo en particular. Lo que sucede es que Bosé, Bunbury y pandilla no han sabido distinguir una micropartícula de un microchip espía, el que, supuestamente, iba a revelar hasta nuestras más caras intimidades.

Otro enemigo acérrimo de las vacunas contra el SARS-CoV-2 resultó ser don Antonio Cañizares, un cardenal español que aseguró que uno de los candidatos que se está investigando contra la pandemia “se fabrica a base de células de fetos abortados”, una afirmación en extremo engañosa que los fanáticos tienen la osadía de soltar sin pensar en el daño que hacen.

Lo que parece no conocer su eminencia reverendísima es que no se mata a ningún bebé para hacer la vacuna, ni la del covid ni ninguna otra. Los cultivos celulares parten de células extraídas de un organismo vivo (por ejemplo, un pulmón humano o animal) a las que se les aplican distintos procesos para ir depurando y seleccionando las que, en verdad, interesen a la investigación.

Otro de los argumentos de los antivacunas, siempre temerosos de las “fuerzas oscuras del mal”, tiene que ver con la supuesta peligrosidad de los procesos inmunizadores. ¡Otra mentira!  Las vacunas pasan por tres fases y por otra gran cantidad de filtros que tienen que verificarse antes de ser puestas a disposición del público. La mayoría de sus efectos adversos son menores y temporales y no pasan casi nunca de un brazo dolorido o una fiebre leve.

Abundan también los denunciantes que se han encargado, asimismo, de regar el embuste de que las vacunas pueden resultar tóxicas y ocasionar, a su vez, otros padecimientos. ¡Calumnia! Es cierto que muchas contienen sustancias químicas como mercurio, aluminio y formaldehído, pero en dosis tan insignificantes que jamás matarían ni a un pajarito.

¿Son las vacunas un negocio sucio de las farmacéuticas? Los anti, dicen que sí, nosotros no estamos seguros: estas son mucho menos rentables que otros medicamentos y son muy difíciles de investigar y fabricar. Para colmo, siempre salen baratas.

Vacunarse, amigos, de manera voluntaria, es un acto de seriedad y responsabilidad con nosotros y con nuestros familiares y amigos, a quienes les debemos un mínimo de apoyo y solidaridad. La vacuna ya empezó a llegar a Michoacán y creo que es hora de reflexionar un poco sobre este tema para librarnos de las invenciones de un grupo de payasos a los que poco les importa el necesario bienestar de toda la población.


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