Morelia, Michoacán
No queremos ser negativos, pero lo cierto es que la complicada situación epidemiológica en Europa, el aumento de los casos de COVID-19 en el caótico escenario de los Estados Unidos y la imposición de nuevos confinamientos por parte de varios gobiernos, han obligado a muchas estudiantes, afectados por el cierre de sus preparatorias y universidades, a ingresar en las grandes ligas de los videojuegos para luchar contra el aburrimiento y la inactividad física.
Ello, evidentemente, ha provocado una ampliación de la comunidad gamer, pues a los profesionales, asiduos y casuales, se han unido ahora muchos damnificados por el virus.

Es también probable que ante esta nueva ola del COVID-19, decenas de niños y adolescentes nuevamente se estén pasando muchas horas frente a sus computadoras, tabletas, teléfonos móviles y consolas, alentados, en ciertos casos, por sus propios padres, necesitados de entretener de manera facilona a sus hijos para que no interfieran en las tareas del hogar o en sus trabajos a distancia.
De hecho, varios expertos en las nuevas tecnologías, y no pocos organismos internacionales, han alertado en el inicio del 2021 sobre el repunte del consumo de contenidos online y sobre el riesgo de desarrollar conductas adictivas, muy peligrosas, si tenemos en cuenta que el pasado año la Organización Mundial de la Salud (OMS) definió a los videojuegos, con participantes mayormente masculinos, como un gaming disorder, emparentando de alguna manera con la ludopatía.

Según investigaciones recientes, los que practican este “oficio” lo ven casi como su única prioridad de vida, al extremo de que pierden la noción del tiempo y sacrifican todo lo demás: la cena con sus padres, las bromas y peleas de hermanos, las ocupaciones estudiantiles y laborales, el necesario descanso, las pláticas de los amigos, la bici, los patines, el fútbol callejero, la playa, la discoteca…
Sé que algunos papás, permisivos con sus hijos, viciosos de los juegos, alegan que dicho hobby los mantiene, supuestamente, alejados del sexo, las drogas y la violencia que pueden encontrar en la calle, pero, lo cierto es que los muchachos muestran una irritabilidad excesiva cuando no están frente a las máquinas, pierden el sueño, casi dejan de comer, y se aíslan de su comunidad.

Con la llega de la pandemia del COVID-19 las cosas se han puesto peor, porque, como consecuencia de los encierros generalizados y otras medidas de prevención, el pico de consumo online de videojuegos se disparó en 2020, mientras que este año crece aún más la expectativa en la industria del gaming por la próxima salida al mercado de las nuevas generaciones de las videoconsolas de sobremesa XBOX Serie X y la PlayStation 5.

No obstante, no todos los especialistas están en contra de los videojuegos. Luciana Vainstoc, psicóloga, indica que en medio de una situación global sin precedentes, estos se han convertido en una herramienta que, mucho más allá de lo lúdico y recreativo, neutraliza las emociones más negativas y baja nuestros los niveles de ansiedad lo que, sin dudas, nos permite tomar mejores decisiones.
Es evidente también, añade la experta, que en algunos casos los videojuegos pueden mejorar nuestra autoestima e incentivar la creatividad, al mismo tiempo que crean un espacio seguro en el hogar que une a nuestros seres queridos en una dinámica llena de apuestas muy competitiva.

En realidad, creo que debemos aprender a vivir con la enfermedad, y buscar en las casas un equilibrio sano que evite que nuestros jóvenes se conviertan en seres socialmente disfuncionales. Bien, que jueguen unas horas y estrenen los nuevos títulos, pero nunca les podemos permitir que renieguen de su núcleo familiar y de los compinches del barrio. Tampoco es bueno que se recluyan en sus hogares, y siempre que lo permitan las medidas anticovid, hay que alentarlos para que disfruten del sol, los juegos, los entornos urbanos y las maravillas de la vida natural.
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