Zaira Mora – Morelia, Michoacán

En una relación de noviazgo o de matrimonio, uno de los ingredientes principales debe ser el respeto y la admiración por la persona que acompañe tu camino, pero debes sentirlo más por ti que por los demás y muchas veces se nos olvida.

Es ahí cuando empezamos a ver una serie de problemas y ¿cómo no?, si nos tenemos poco amor propio o nos sentimos incompletos, ¿cómo vamos a poder amar a los demás, cómo vamos a exigir respeto, cómo nos vamos a sentir merecedores de amor? Entonces empezamos a permitir o justificar algunas acciones de los demás que nos lastiman y nos llenan de dolor y ansiedad.

A pesar de que estas relaciones no aporten cosas positivas, ni tampoco felicidad, muchas veces nos quedamos por mucho tiempo sin saber qué hacer o cómo salir, tal pareciera que es una adicción y nos volvimos dependientes del otro o quizá de ese sufrimiento, y empezamos a mandar señales de: ¡no importa cómo me trates, me quedare aquí!

Foto: Getty Images

Nos enrolamos en un juego lastimero donde sin duda alguna las cosas terminarán mal, nuestro corazón terminará herido y diremos lo que siempre se dice cuando termina una relación tormentosa “el amor no existe”, “no me vuelvo a enamorar” (frase célebre de algunas canciones, que sin querer, empiezo a tararear en mi mente).

Esto cada vez se vuelve más común y por supuesto que se puede presentar tanto en mujeres como en hombres indistintamente, quizá por caminos diferentes pero con el mismo resultado y tristemente, empezamos a ver relaciones tormentosas desde la adolescencia.

Hay muchos factores que intervienen para que esto pase, por ejemplo:
Las parejas que establecen un tipo de relación dispareja, es decir, uno de los dos es el deseado/a que piensa que hace un favor al otro por estar ahí y es quien decide cuándo se ven, a qué hora, cuánto tiempo, cuándo puede escribir y cuándo no, con más derechos que la otra persona en cuanto a salir con los amigos, tomar, cuánto gastar y cómo, etc.

Y está la otra parte que es, al que no le queda más que esperar y rezar un padre nuestro para que las cosas pasen, la que puso al otro/a en pedestal y lo idealiza, lo permite todo e incluso piensa: ¡mi amor lo puede todo!, ¡yo puedo lograr que me quiera!, ¡con el tiempo se va a dar cuenta de lo grande que es mi amor y va a cambiar!, ¡mañana seguro me marca!

Otro factor importante es lo sociocultural, que gracias a Dios y al movimiento de tantas mujeres, a los psicólogos, a la educación más abierta cada vez se ve más debilitada, pero aún en pleno Siglo XXI se siguen dando y tal vez lo vivamos muy de cerca, con una amiga, vecina, familia o incluso podemos estar ahí nosotras mismas, y es la creencia de que “al hombre se le perdona todo con tal de que vuelva a casa”, “se le perdona todo con tal de que mis hijos tengan un padre”, “se le perdona todo con tal de no ser la divorciada de la familia”. Y entonces se le perdona el maltrato tanto físico, como psicológico, espiritual, económico, la infidelidad, el desamor, etc. Lo cual nos lleva a sobreentender que los derechos de los hombres están por encima de los de la mujeres y nos encontramos con otro problema, que viene como decía mi mamá “junto con pegado”, es decir, una autoestima deshecha y por los suelos.

Por otra parte está el famoso “no me divorcio por mis hijos” dejándoles a ellos fincada toda la responsabilidad de nuestra infelicidad o de nuestro fracaso, entonces se comvierte en un pretexto nada más para seguir con una posición cómoda pero, ¿qué tanto afecta a nuestros hijos?

Pareciera a simple vista una opción viable, hasta heroica me atrevería a decir, es parche positivo a corto plazo, pero la realidad es que permanecer en una relación donde ya no se quiere estar, por los motivos que sean, incluso si no hubiera problemas catastróficos como violencia doméstica, sino que quizá sólo se acabó el amor, esto tendrá efectos negativos para los hijos y para los padres a largo plazo, los hijos pueden sentirse engañados y cuando son más grandes es imposible engañarlos, ellos se dan cuenta de todo, incluso más de lo que los adultos podemos pensar, ellos siempre saben lo que realmente ocurre con sus padres.

Las parejas infelices pueden enmascarar los problemas de relación de pareja y se van de vacaciones en familia, discutiendo en otra habitación sin que los niños lo vean, o salen a restaurantes una vez a la semana para arreglar sus problemas y que los hijos no los escuchen pelear; de todos los escenarios, sería el más prudente quizá, pero se siente en el ambiente, en el trato del día a día.

Además, pueden haber problemas de muchos tipos diferentes que afectarán directamente al desarrollo socioemocional de los hijos a mediano plazo. Otro factor muy importante que puede influir, es la formación de cualquier vínculo afectivo y es el modelo de pareja de nuestros padres. 

Crecemos viendo cómo se llevan ellos, cómo resuelven o no las cosas, si hay gritos, faltas de respeto o incluso golpes, y tomamos por lo general un ejemplo de cómo es como se debe llevar y establecer una relación de pareja como si fuera la única forma posible, y “bueno ya la hicimos” si tenemos un modelo sano, pero si es al contrario y tenemos un modelo patológico como referencia, podemos repetir los mismos patrones y hacer de nuestra vida una novela o un capítulo de estas series de drama como La Rosa de Guadalupe, o Lo que callamos las mujeres, donde el papá es violento y la hija crece creyendo que es normal que llegue el papá y golpee a la mamá porque no estaba la cena a tiempo, y el hijo crece con la idea de que un hombre puede faltarle al respeto a la mujer cuando no cumpla al cien con ‘sus’ actividades otorgadas por la misma sociedad, incluso creer que los golpes y faltas de respeto son por amor, y aquí es cuando decimos o escuchamos el triste “yo me lo busque”, “me cela porque me quiere”, “las mujeres son para estar en la casa al cuidado de los hijos” y también, debo decirlo, hay mujeres que ejercen también la violencia, en menor medida, pero de que las hay, las hay, y los hombres permiten también muchas cosas por una carencia que no cubrieron sus padres desde pequeños, es decir, si nos ponemos a analizar la sociedad en la que vivimos, las cargas que cada uno de nosotros llevamos en nuestro corazón, las etiquetas, el estrés, el qué dirán etc, etc; podríamos decir que tenemos el camino difícil y hasta podemos decir “ya valimos”, pero no, no es así y no debe ser así, podemos trabajar cada día incluso con el apoyo de un especialista para entender que no existe una sola forma de estar en pareja, y a veces nuestros padres pueden ser grandes maestros, porque nos enseñan lo que está bien y lo que está mal, pero también sin querer, pueden marcarnos para siempre.

Es importante que hagamos una retrospección objetiva, ver en qué punto de nuestra relación estamos, si estamos completos, si somos felices, si nos sentimos amados desde la libertad. Si te identificaste con alguno de estos factores, te invito a que busques apoyo de un especialista, tenemos tú y yo la responsabilidad de tener una vida plena y de ser felices, incluso estando solo se puede ser feliz, sanando desde adentro, así que un día a la vez como dicen los grupos de AA, sal y busca ayuda, y cuando sanes, podrás empezar de nuevo con más fuerza.

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