Tijuana, Baja California – El Universal
Raquel estaba en la biblioteca de su universidad, se alejó un momento para ir al baño y cuando volvió, encontró sobre el escritorio una carta: “Hoy te miras muy cogible (sic). No te asustes, un admirador”, decía, y tenía escrito un registro de las actividades que la joven había realizado ese día.
“Miedo”, así describió lo que sintió después de haber leído el mensaje que le dejó un anónimo.
Su historia la difundió a través de redes sociales en uno de los grupos feministas creados en la ciudad de Tijuana para compartir anécdotas de acoso y hostigamiento, pero también para expresar y recibir apoyo entre mujeres.
Para Carolina Barrales, activista del colectivo feminista Círculo Violeta en esa ciudad fronteriza, la violencia hacia la mujer es la respuesta natural de un sistema que rechaza renunciar a sus privilegios.
“Es una respuesta de los hombres hacia las mujeres por querer derechos, por exigir y por alzar la voz. Odian que se les exhiba”, dice la joven universitaria.
“Ellos iban a responder así [de forma agresiva] y era algo que esperábamos, es la respuesta obvia: la violencia”.
Uno de los peores estados para ser mujer
El más reciente reporte del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) ubica a la entidad en cuarto lugar nacional en cuanto a más mujeres asesinadas durante 2019, cuando la cifra alcanzó las 239 víctimas.
De esos casos, sólo 23 fueron tipificados como feminicidio.
Si los números se analizan por cada 100 mil habitantes, la realidad es peor: el estado es el segundo, sólo después de Colima.
Por ende, Baja California es una de las entidades más letales para ser mujer.
Pero esa violencia de género se concentra en Tijuana, uno de los cinco municipios con mayor población y que también es considerado por el SESNSP como el quinto con más asesinatos violentos de mujeres en todo el país.
En esta ciudad fronteriza, 23 mujeres han sido asesinadas en lo que va de 2020.
Uno de los últimos casos fue el de Marbella Valdez Villarreal, quien fue reportada como desaparecida el 5 de febrero y cuyo cuerpo fue hallado embolsado tres días después en un basurero clandestino, ubicado en un lote baldío de una colonia popular de la periferia.
Los resultados de las pruebas de genética reflejaron que, con 20 años, fue abusada sexualmente, golpeada y ahorcada.
Las causas de la muerte fueron asfixia y una contusión en el abdomen. Su cuerpo evidenciaba las huellas que le dejaron las agresiones de las que fue víctima.
El presunto responsable, un hombre de casi 40 años que conoció en su trabajo y que se decía su amigo, primero la espió: instaló un aparato localizador en su vehículo para seguirla y aparecerse de sorpresa. La acosaba y hostigaba, hasta que una madrugada se presentó en su departamento y la secuestró para llevársela a su casa durante un par de días. Ahí abusó de ella y la asesinó, según la hipótesis del Ministerio Público.
El viernes pasado, colectivos feministas y víctimas de violencia protestaron en Tijuana. En el momento en que se desarrollaba la marcha rumbo a las garitas de San Ysidro y El Chaparral, Juan —el presunto feminicida de Marbella— era detenido por agentes ministeriales de la Fiscalía General de Justicia del estado.
El presunto asesino de Marbella Valdez asistió al funeral de la joven y portó una playera con la leyenda: “Ni una más”.
Las movilizaciones en Tijuana y el resto del país tienen objetivos claros, explicó Carolina Barrales, el primero es evidenciar las fallas del sistema que no ha garantizado la seguridad de las mujeres, pero aún siendo víctimas de la violencia, tampoco les permite tener acceso a la justicia. Indicó que el otro objetivo tiene que ver con las redes de apoyo, particularmente a los familiares de las víctimas.