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Morelia, Michoacán – Juan Antonio Magallan

Un año más, toritos de petate de las colonias populares de Morelia salieron a la calle. La avenida Madero se atavió con la comparsa de 70 toritos de las principales colonias populares de la capital.

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La cadena del desfile la encabezaron 10 toritos de petate de infantes. Posteriormente danzaron toritos de La Obrera, El Panteón, Prados Verdes, Las Margaritas, Ventura Puente, El Realito, El Porvenir y Fraccionamiento Hacienda Tinijaro.

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En la Plaza del Carmen, decenas de policías aguardan, por si algo pasa.

“Un día que fuimos al estadio ni de cenar nos dieron”, se quejaba un azul con su pareja.

“Sí, es culero”, mencionó el policía de a lado, al resaltar que eran las 11:21 de la mañana y no habían almorzado.

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Calles cerradas, lo advirtió el ayuntamiento. A diferencia de otros desfiles o actos masivos, a los que asisten las grandes personalidades de la farándula política, los accesos al centro estaban libres. Nadie la debe, nadie la teme, van a los toritos.

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La gente avanza y los negocios abren, el sol ya calienta.

Los toros aún no llegan, la gente viene a ver a su barrio. Vallas en la Madero.

“Traemos los toritos. ¿De cuál le damos joven ?” Señalaba un vendedor que ofertaba cascarones para iniciar la fiesta de Carnaval.

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Frente a la Catedral una banda entona Arriba Pichátaro, armonizada por la cara de aburrimiento de los policías.

Y enfrente, sillas para los integrantes del sindicato del ayuntamiento, porque sus familias merecen tostarse con ese pedazo de sol amueblado por asientos plastificados.

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Dan las 12:32 y arriban los primeros toritos al Centro. Comparsas, apaches, maringuías, todos bailan, con el eje rector del motor infinito del torito de petate.

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En los portales, gente moreliana y turistas se embriagaban; micheladas, XX Lager, Victoria, Corona, Coca Cola con algo, les quitaba la sed al mediodía de sábado.

Los toritos de petate representan una tradición de origen africano transferida a Valladolid por los esclavos de lengua bantú en el siglo XVIII, según lo plantea el historiador Jorge Amós Martínez Ayala, autor de la obra “¡Epa! toro prieto. Los toritos de petate”.

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Martínez Ayala analiza la celebración popular como una fusión cultural entre africanos y novohispanos, en la que los personajes principales son: el toro o buey hecho por una armazón de madera cubierto con cartón, papel o cuero de vaca; un caporal; la macha (un garrochero sobre una mula); un payaso y un apache.

Estos personajes salen a las calles en los días de Carnaval, la Candelaria y el Domingo de Ramos, acompañados por un grupo de personas y una banda de viento, agrupación que interpreta sones tradicionales mientras la comitiva cruza los barrios y/o colonias tocando y bailando.

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Lo que da peso a la tesis de que el torito de petate es de origen africano es la asociación de los toritos de petate con un rito bantú del Congo, aculturado por los grupos de africanos que se asentaron en Michoacán en el siglo XVII.

El torito de petate es una danza que sobrevivió a través del tiempo, adecuándosele motivos y parafernalia festiva; esta festividad está ligada a las cofradías y expresiones de índole religiosa

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La fiesta sigue y los toritos salen a bailar cada año, la tradición no muere, solamente se reinventa.

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