Foto: Melissa García

Morelia, Michoacán – Melissa García

No hay cansancio ni frío que detenga a los devotos que año con año regresan al altar de la Virgen de Guadalupe.

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Con la fe de rodillas, la Morenita que dio identidad a la espiritualidad mexicana desde el siglo XVI, concentra a cientos de creyentes en los alrededores de la Calzada Fray Antonio de San Miguel, el Jardín Fray Antonio de Lisboa y la Plaza Morelos en la capital michoacana.

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Como una de las festividades más emblemáticas del catolicismo, el 12 de diciembre aglutina multitudes que sin cesar, cantan a manera de agradecimiento por los favores recibidos.


La Emperatriz de América, como la bautizó el Papa Juan Pablo II en julio de 2002, tras canonizar al indio San Juan Diego Cuauhtlatoatzin,  aglutina la creencia más importante e históricamente arraigada en el México actual.

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El acompañamiento de la Virgen morena, con rasgos mestizos, tienen una presencia constante de fe en sus seguidores que, muchos de los cuales a pesar de no profesar el catolicismo, sí encuentran en la Guadalupana una identidad de nación, pues la Tonantzin ha estado presente en los procesos sociales más importantes del país como la Independencia de México, la Reforma y la Revolución Mexicana.

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Los estandartes que insurgentes llevaron al frente de batallones, hoy se manifiestan en coronas de flores e innumerables arreglos que los fieles depositan en el altar y que posteriormente los afanosos ayudantes del Templo de San Diego, reacomodan alrededor del recinto católico, pues el espacio se vuelve diminuto con tantas muestras de fervor y agradecimiento.

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No importa de dónde provengan, los cintillos que identifican el nombre de los creyentes, trae consigo desde grupos católicos, asociaciones civiles o empresariales, a nombres de bares en cuyo interior, la oferta de servicios sexuales es constante al igual que los bailes exóticos. Todos, sin distingo alguno, profesan su devoción a la Virgen mexicana, no importa a qué se dedique el cuerpo; el alma en sí, está llena de fe, ante la libertad de culto.

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La música sin duda es otros de los elementos que la festividad tiene como alegoría. Bandas, tríos, mariachis arriban al recinto luego de tocar constantemente en la calzada de San Diego.  A pesar de que los músicos tienen su propia patrona, Santa Cecilia, éstos resaltan la devoción por la Emperatriz de América por sobre cualquier otra.

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El estruendo es sin duda ensordecedor pero emotivo, la fe se contagia en el andar, bajo el sol, con todo y empujones, con la incongruencia de las letanías que entre tanto agradecen, piden perdón y entre otro poco, castigo.


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