Foto: José Cacho

Morelia, Michoacán – José Cacho

En este Día de las Madres, miles de mexicanos celebramos a quien nos dio la vida, cada quien a su manera, al gusto de nuestras “jefecitas”, que se han vuelto un pilar dentro de la familia y de la sociedad del país.

Hoy escuchamos, vemos y leemos muchas historias, porqué cada madre cuenta como le fue en su vida, pues ellas inician está etapa de vida, desde ese momento en que se dan cuenta, que dos corazones laten dentro de ellas.

Emilia Ceja Gudiño, es otra de esas tantas historias que leera el día de hoy, oriunda del pueblo de la tenencia de La Sauceda, municipio de Zamora, a sus 64 años refiere que en este punto de su vida “el ser mamá es un gran esfuerzo, que implica paciencia, demasiada paciencia, para aguantar y sacar adelante a una familia, aunque a veces uno sienta que no puede, Dios da la patada para que trate de sacar a sus hijos adelante”.

A casi siete años de haber perdido a su compañero, a su esposo, por problemas de salud, Emilia ha tratado de sanar ese vacío, para continuar adelante, para darse cuenta que las mamás son las verdaderas jefas de familia.

Foto: José Cacho

“Crecí e hice mi familia con mi esposo, tuvimos dos hijos, iniciamos sin nada, ahora me alegró de lo que hicimos los dos, apoyándonos, sin darnos por vencido, lo extraño, pero sé que me cuida desde arriba, me aconseja en sueños, además que en su partida, él sabía que no iba a dejar de luchar por la familia”, acotó.

Ahora como jefa de familia, madre y abuela de seis nietos, más uno en camino, agradece a la vida, que le dé fuerzas aún, pues dice que el papel de una madre nunca acaba, inclusive cuando los hijos se han ido del nido, para hacer su propio.

“”Quizá no tenga la historia más atractiva para contarte, pero todas las madres coincidimos en algo: nunca dejáremos de velar por nuestros hijos, aunque ya estén viejos y tengan también niños, siempre van a volver por ayuda, por un consejo o hasta un simple regaño, porqué extrañan eso, pues no hay un libro, ni lo habrá de cómo decirnos ser madres”, reflexionó.

Élla, le gusta mantener el jardín vivo, pues dice que es el alma de una casa, un refugio para liberar parte de la carga, pues  como madre, tuvo que afrontar cada golpe y mantenerse como piedra ante la adversidad.

“Las mamás vamos curtiendo el temple, ser estatuas para que esta construcción, llamada familia no se caiga, apoyar al marido, sacar a los hijos adelante, sí ellos están peleados, ser mediadoras, mensajeras y conciliadoras, llevar todo ese peso, lo liberó en este jardín, para quitarme ese pesado traje y descansar todas las noches, porqué sé que mañana las rosas van a florecer y valdrá la pena”, apuntó.

Emilia, a sus 64 años, festejará este día en presencia de sus seres queridos, de su legado y de sus recuerdos, que la mantienen viva y en lucha, siguiendo al pie de la letra su tratamiento para dejar a raya el diabetes para poder jugar con sus ya casi siete nietos, pues aquella muchacha, que se casó a los 18 años en Zamora, sigue ese proyecto llamado familia, como abuela en Pátzcuaro, con dos hijos, que a veces sean algo testarudos y la saquen de quicio.

Foto: José Cacho

“Aunque estén viejos hay que regañarlos, llamarles la atención, ahora ellos son padres y ahora comprenden mis hijos por lo que ya pase, uno quiero que sigan la línea, que no salgan del huacal”, subrayó. 

Es Día de las Madres, está es una historia más, no será la más trágica o la que morbo tenga, sino que nos invita a la reflexión de que cada madre, lleva un peso consigo, cada quien bajo su propia historia, pero en México, la madre tiene su reconocimiento por ser la piedra angular de cada familia, que ha formado la idiosincrasia de nuestra sociedad y que hoy festejamos a morir, con un sinfín de muestras de cariño y afecto.

Hoy lo invito, a usted lector, viva esté día con su “madrecita”, no la olvide ¡Vívala! Cada día y cada momento, comparta tanto lo bueno y malo con ella, no la desprecie, pues madre sólo hay una y como ella ninguna, si ya nos cuido, ahora nos toca cuidar a ellas, mantenerla feliz y no le saque más canas verdes, llénela de abrazos.

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