Foto: Agencia Altorre

Morelia, Michoacán – Juan Antonio Magallán

Una representación del dolor de la Virgen María tras la crucifixión de Jesucristo. Oscuridad, solemnidad, saetas y andanzas de 24 cofradías con tambores a contratiempo sincopado, así se vivió la Procesión del Silencio en Morelia.

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En su cuadragésima tercera edición y ante las miradas de miles de turistas, la procesión arrancó desde la Calzada Fray Antonio de San Miguel en el corazón de Morelia.

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Una experiencia lúgubre para católicos, con escenografía cuidada y respeto hacia el rito religioso por parte de quien la admiró.

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Luz emanando de las veladoras, luces artificiales adornando las esculturas de la Virgen de la Soledad y el Cristo del Santo Entierro, acompañaban la procesión.

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Las saetas, esos cantos que recuerdan la muerte de Jesucristo reproducían ecos en las canteras de la ciudad colonial, creando reflexiones en los asistentes. Los encargados de cantarlas fueron representantes de las cofradías.

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Los cofrades iban ataviados con capirotes, trajes heredados por la Inquisición Española, así vestían los castigados con una especie de sombrero de cono y una manta cubriendo todo el cuerpo, en señal de arrepentimiento.

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En la Procesión del Silencio de Morelia, las saetas se cantan en siete puntos, ahí las comparsas se detienen para escuchar cánticos religiosos, alabanzas hacia el descanso de Jesucristo. Esos puntos son: Fuente de Las Tarascas, enfrente de la casa de la familia Sixtos, el Templo de las Monjas, Hotel Real, Hotel Casino, Hotel Virrey y en la dulcería Markakis. Representan los siete dolores de la Virgen María, desde la profecía de Simeó, la huida a Egipto con Jesús y José, la pérdida de Jesús, encontrar a Jesús con la cruz, la crucifixión y agonía, la lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto y el entierro de Jesús y la soledad de María.

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A las 19:45 horas, no cabía un alma en el Centro, así dio inicio la procesión. Las andanzas se dieron sobre la avenida Madero, llegaron a la Catedral y arribaron hasta el Templo Mater Dolorosa, donde concluyó el recorrido de cerca de cuatro kilómetros.

Más allá que ser un desfile o una actividad meramente turística, la Procesión del Silencio se ha convertido en un acto de fe costumbrista entre la sociedad moreliana, como un mero testimonio y un acto de penitencia para los participantes, quienes se sacrifican al cargar las pesadas escultoras católicas.

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Al finalizar la segunda saeta a unos pasos de la Plaza Villalongín y pasada la última comparsa, se rompe la solemnidad y del silencio brota: “A diez, a diez, a diez” por parte de los vendedores de algodones de azúcar, junto con los murmullos y charlas de la cotidianeidad moreliana, total, ya habían estado callados más de una hora.

“Pinche aventadero de gente, ya me dolían los pies”, dijeron unos jóvenes para después ingresar en las calles oscuras y perpendiculares a la Avenida Madero, eje de la procesión, que continuará hasta pasadas las 22:00 horas de este Viernes Santo.


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