Ciudad de México – El Financiero
En un sótano inundado flotaba aquella maleta olvidada décadas atrás por Francisco Gabilondo Soler en una mudanza; cuando su hijo vio lo que había en el interior, su sorpresa no pudo ser mayor.
Rastrear los escritos musicales de Gabilondo Soler no fue una tarea fácil, a pesar de que era el archivo más ordenado que en vida creó el compositor mexicano. Son cientos de partituras las que reúnen el trabajo de 27 años (de 1934 a 1961) que desarrolló para el programa Cri-Cri, el grillito cantor que transmitía la XEW.
Pero no todo lo que compuso ese Disney mexicano de la música vio la luz: tras su muerte, en 1990, han aparecido otros documentos fuera de su acervo, que por primera vez se reúnen en un fondo digitalizado.
Gabilondo Soler guardaba sus escritos en el estudio de una casa en San Ángel, en cuya parte trasera había fresnos que soltaban muchas hojas. Cuando llovía, el patio se inundaba y el agua llegaba hasta el interior de la casa, así que el autor se llevó sus archivos a otra casa, en Texcoco, donde permanecen.
Pero olvidó un beliz.
Cierto día, su hijo Tiburcio regresó a aquella casa deshabitada de San Ángel y, en el patio inundado de hojas y agua, descubrió la maleta. “Estaba flotando”, recuerda. “Cuando la abrí, me encontré muchas partituras”.
Tiburcio, quien dirige Fomento Cultural Gabsol, la institución que resguarda el legado de su padre, se dio a la tarea de rescatar esos documentos, los cuales sumó al primer archivo digital del acervo, presentado en días recientes.
“Nuestro primer ejercicio fue muy salvaje, porque pusimos esas partituras a secar al sol, así logramos detener el avance de los hongos por la humedad. Claro, algunas hojas están marcadas, pero afortunadamente todas son legibles”, comparte.
Digitalizar las partituras de su padre le tomó poco más de dos años, un trabajo que realizó junto al investigador Julio Gullco. Lograron reunir las letras de 212 canciones, música y arreglos, la mayoría escritos de puño y letra por el autor de El ropero.
Unos 4 mil documentos fueron traídos de Texcoco a la oficina de Tiburcio en la colonia Nápoles para fotografiarlos uno por uno. Escanearlos hubiera sido riesgoso por la manipulación del papel, pues algunos están unidos hasta en seis páginas.
El trabajo fue tan meticuloso que, por ejemplo, requirió cambiar el color del techo de la oficina para evitar reflejos en las fotografías, mientras que algunos documentos se cubrieron con vidrio de 4 milímetros para facilitar la lectura del pentagrama.
“Lo hicimos lo mejor posible, porque es seguro que unos años alguien más va a trabajar con estas fotografías y tal vez las mejorará”, dice el investigador Julio Gullco, quien encontró entre los papeles una carta marina sobre la que Gabilondo Soler escribió el texto de una canción sin título -la navegación y los deportes, eran otras de las pasiones del músico-.
“Algunas hojas tienen anotaciones como ‘trabajo mediocre’, que el mismo Gabilondo hacía; compases que escribió y después retomó en otra canción, pero que en ese momento no le parecieron bien. Es interesante que las primeras composiciones las escribió a lápiz y cuando se sintió más seguro en el oficio, alrededor de los primeros años de la década de 1940, ya escribía con plumillas de tinta que coleccionaba”, comparte Gullco.
En este archivo digital también hay letras de canciones que no se grabaron, como Los pavitos, Tutú, Los pericos futbolistas, La primavera, Canción de reyes, Los Reyes Magos, La caravana, Adivina adivinador, Mamá, La abuelita, El enano trompetilla y Nariz verde.
También hay arreglos incompletos, como la música de El concierto, canción sobre un gato que es acomodador en Bellas Artes y que, cuando el teatro queda vacío, se pone a tocar el piano. “Solo encontramos arreglos para bajo y batería, pero se puede hacer un ejercicio para rescatar la partitura”, asegura Tiburcio Gabilondo.
“La estructura melódica nos la va a dar la letra y la base armónica, con eso podemos intentarlo. Es un ejercicio aventurado que se ha hecho con otros compositores, como por ejemplo Mozart, cuyo Réquiem se tuvo que reconstruir a partir de los apuntes”, explica.
De acuerdo con Julio Gullco, el producto final de este trabajo será un inventario y una catalogación.
“Este primer registro contempla el nombre de la canción y la fecha aproximada, porque algunos no tienen fecha, sólo la tenemos por referencia de grabaciones y testimonios de colaboradores o del propio Tiburcio Gabilondo, incluso hasta del público”, puntualiza.
Lo interesante de Cri Cri -comenta su hijo- es que en vez de dedicarse a hacer una amplia cantidad de obras, prefirió depurar, corregir y trabajar más sus composiciones, para que tuvieran mejor factura, como él decía.
“Por eso, la mayor parte de ellas son memorables, tanto que una señora que escuchaba a Cri-Cri en la radio cuando era niña, doña Esperanza Hernández Gabucio de Flores Barrueto, quien tenía una memoria prodigiosa, nos ayudó a identificar las letras de las canciones que no fueron grabadas y las fechas en que mi padre las escribió”.
El Fondo documental digitalizado Francisco Gabilondo Soler contiene todas sus composiciones infantiles y estará disponible en el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical Carlos Chávez del INBA (Cenidim), ubicado en el Cenart.
Vuelve a los escenarios
En sus inicios, Francisco Gabilondo Soler no pretendía hacer música para niños. “Entró a la XEW donde le dieron un espacio que se llamaba El guasón del teclado, una programa satírico para el que escribía bagatelas fársicas, pero él quería ser como Agustín Lara”, dice Mario Iván Martínez, quien reestrenará, el 10 de febrero próximo en el Teatro Libanés, su espectáculo Que dejen toditos los libros abiertos, con canciones de Cri-Cri.
“Desde la radio, le apostó a la imaginación a través de la palabra y de los sonidos, y nos puso en contacto con múltiples géneros musicales: un tango en Che araña, country en El ratón vaquero, las formas de la música oriental en Jorobita o Chong ki fu, la música rusa en Mi amigo Hans, y todos los ritmos latinos. Esto se deriva de su sed de cultura, era un ávido lector, incansable viajero, siempre ansioso de conocimiento hasta sus últimos días”, asegura quien es uno de los embajadores de la música del Grillito cantor.