Ciudad de México.- El escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia mezcló de forma inimitable la ironía, la sátira, la parodia y el humor para ejercer la crítica a los usos y costumbres de la vida, la política y la sociedad mexicana.
Jorge Ibargüengoitia Antillón nació en la ciudad de Guanajuato el 22 de enero de 1928 y hubiera cumplido 90 años este 2018. El dramaturgo y novelista falleció en un accidente de aviación antes de aterrizar en Madrid el 27 de noviembre de 1983, a los 55 años.
Dejó la carrera de ingeniería para dedicarse a la dramaturgia. Publicó más de una veintena de obras de teatro, entre las que destacan La lucha con el Ángel, Dos crímenes y El atentado, por la que ganó el Premio Casa de las Américas en 1963. Entre sus novelas destacan Estas ruinas que ves, Las muertas, Maten al león y Los relámpagos de agosto, mientras que entre sus cuentos se distingue el volumen La ley de Herodes.
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Ibargüengoitia fue también un notable periodista y durante cerca de 20 años publicó columnas periodísticas en el viejo diario Excélsior y en la revista Vuelta, Como una muestra de la contundencia de sus textos, ofrecemos aquí 15 citas tomadas de su obra, demoledoras por su contundencia pero, sobre todo, porque siguen tan vigentes como cuando las escribió.
- El mexicano nace, crece y se desarrolla en un ambiente de desconfianza hacia la policía.
- ¿Cómo hacerse oír por los que tienen el poder? ¿Cómo expresar inconformidad sin que le contesten a uno, “cállese retrógrado”? Al mismo tiempo ¿cómo levantar la voz sin quedarse enredado, per sécula, en la política. Éstas son preguntas que me hago yo y que se hacen, creo, muchos mexicanos.
- Los que se levantan temprano a fuerzas constituyen un grupo social de descontentos, en donde se gestarían revoluciones si sus miembros no tuvieran la tendencia a quedarse dormidos con cualquier pretexto y en cualquier postura.
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Los españoles cargaron con la vajilla y las mujeres y destruyeron el Gran Teocali. Destruyeron además la sociedad azteca, que estuvo dividida en las siguientes clases: nobles, sacerdotes, guerreros, mercaderes, macehuales y esclavos; e hicieron una nueva división: vencedores y vencidos, que se conservó, aunque con otros nombres, hasta el tiempo de Porfirio Díaz, en el que estas dos clases sociales se llamaron, respectivamente, “la gente decente y los pelados”.
- La única regla general es que los pueblos conquistados son pueblos divididos, absortos en rivalidades internas e incapaces de presentar un frente común.
- ¿No opina usted que el uso de guardaespaldas es indicio de que hay algo podrido en el gobierno?
- El Pípila, hay que confesarlo, es un héroe perfecto. Su origen es oscuro, como es claro el lugar de su nacimiento. Como se ignora su apellido, no hay peligro de que sus descendientes vengan a exigir pensiones. Su actuación en la historia es breve, elocuente y decisiva. Sus palabras, ninguna.
- La posición social del policía es semejante a la de los operadores de proyectores de películas —cácaros por mal nombre— a quienes el público no recuerda más que en momentos de desastre y para insultarlos.
- Para habitación de las trabajadoras del hogar, los arquitectos han inventado recintos especiales, cuya superficie es igual a la aceptada como mínima en los parques zoológicos.
- Nuestros héroes predilectos son los que perdieron las guerras y murieron por órdenes del vencedor taimado. El héroe mexicano de segunda muere a destiempo en su oficina, el de tercera vence; el triunfo se le sube a la cabeza, comete una serie de errores, se desprestigia y es fusilado.
- Los grandes villanos mueren en su cama: Cortés, Porfirio Díaz y Huerta… Si Maximiliano hubiera logrado escapar sería aborrecido. Murió fusilado y dando propinas, por eso, en los corazones de ciertos mexicanos arde una llamita en su honor.
- Durante un tiempo se bautizó a los niños con los nombres de los santos o las vírgenes más populares. Esto redujo la nomenclatura notablemente. Proliferaron nombres como el de Carmen, Juan y José, y en las fechas de estas fiestas aumentaron de manera alarmante los accidentes por exceso de velocidad, los navajazos y las serenatas.
- Los nombres comunes y corrientes traducidos a idiomas extranjeros, como Frank, Elisabeth, Juliette, unidos a apellidos como González, Arozamena y Sánchez, ponen de manifiesto una ignorancia total del idioma nativo, o bien, ascendencia chicana.
- Quien creyó que todo lo que dije fue en serio, es un cándido, y quien creyó que todo fue broma, es un imbécil.
- Lo conocíamos como “Eligio”, para no tener que decirle Eligio de puta.
Fuente: Milenio