A pocas horas de la primera final regiomontana de la historia, vale recordar otra de las finales que protagonizó el equipo más especial de la historia del futbol mexicano: el Toros Neza del Pony Ruiz, Miguel Herrera, el Turco Mohammed, el Ojitos Meza y otros tantos. Una final que perdieron, pero que junto a la filosofía mas básica -“hacer tantos goles que no importa cuántos nos hagan”- les bastó para quedar en el recuerdo de todo un país. 
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Por vice.com

Ciudad de México.- Fue contra el Chivas. Tras la ida en el Estadio Neza 86 con empate a uno, la vuelta no parecía tan festiva como fue. Los primeros 45 se fueron en blanco, los rojiblancos salieron del vestuario para acabar con la especulación desde los primeros movimientos de balón, desde el minuto 5 al 83. Cuatro goles del Gusano Napoles, uno del Tilón Chávez y uno más de Manuel Martinez sentenciaron la goleada en el Estadio Jalisco: 7-2 en el global. Una de las derrotas más escandalosas en fases finales.

Y aunque la derrota catastrófica de los Toros Neza disgustó a millones, también alegró a otros tantos. Era la época de las Súper Chivas de Claudio Suárez, Ramón Ramírez, Alberto Coyote, Misael Espinoza. “Tilón” Chávez, “Gusano” Nápoles. Con Tuca Ferreti en el timón con su primer campeonato como técnico.

Pero los Toros Neza eran algo especial, a pesar de su reciente aparición en el mapa del futbol mexicano. Cabellos pintados, máscaras locas, bromas, irreverencia, carcajadas: ese era el equipo dirigido por Enrique Meza a finales de los 90. Sí, “Ojitos”, el técnico serio y reservado que tenía un vestuario tan alegre que las ocurrencias eran cosa de todos los días.

Ese grupo de jugadores apasionados que llenó de color al futbol mexicano se enfrentó a las Chivas de “Tuca” en 1997 y aunque no pudo impedir la décima coronación de su historia, acumularon fanáticos a lo largo de la temporada. La derrota dolió, pero se quedaron en la memoria de quienes los disfrutaron hasta el final.

La palabra equilibrio definitivamente no podría describirlos, el ímpetu los rebasaba. Rodrigo “Pony” Ruiz, Miguel “Piojo” Herrera, Antonio “Turco” Mohamed, el veterano Pablo Larios, Federico “Colorado” Lussenhoff, Germán Arangio, Guillermo Vázquez jugaban como si cada partido fuera el último. En esa época del 95 al 97 marcaron muchos goles, pero en los desbordes constantes, que incluso llevaban a los defensas hasta el área rival, cometían tantos errores que los rivales hacían fiesta de goles en su portería. Por eso enamoraron a muchos seguidores del juego en esa época,
celebraban el riesgo.

Eran una banda de desadaptados, una turba. Pese al innegable talento de varios de sus jugadores, al final parecían el equipo representativo de algún reclusorio. Temperamentales, explosivos, impredecibles, arrebatados, malencarados. Y hasta violentos.

Las agresiones constantes en la fricción del juego desencadenaron la riña. Una patada contra Germán Arangio, la reacción del jugador, la llegada del Colorado Lussenhoff a golpear. Patadas voladoras, un madruguete a un distraído Pony Ruiz que lo dejó inconsciente sobre el tierregal. Jugadores quitándose los tacos para dar chanclazos. La riña fue tan intensa que se levantó una polvareda que por momentos difuminó lo que había que difuminar.

Dos meses después, aquellos Toros Neza de un apenado Enrique Meza se presentarían en la final del futbol mexicano, la única de su historia.

Un equipo entrañable porque parecía de barrio, les pagaban por divertirse y la gente pagaba por verlos porque era futbol, eran ellos mismos en un partido de domingo. El Neza 86 era el “estadio donde todo puede pasar”: volteretas inimaginables, drama, broncas, locuras. Cada partido era una liguilla. El talento se cuenta aparte: Meza sacó brillo de los jugadores con los que contaba, pero además ellos sentían la necesidad de defender al club. Germán Arangio se encargó de los goles durante los cuatro años que estuvo ahí, pero su valor también fue intangible, un elemento tan leal que lloró el descenso junto a la afición en la tribuna antes de entregarles su camiseta.

Antonio “Turco” Mohamed fue el líder del equipo en el campo. Las travesuras que a la fecha son relatadas por sus excompañeros, como aquella vez que llevó a un estilista para darles a casi todos el look rubio que hizo historia, se quedaban al borde de la cancha. Dentro repartía juego, anotaba y dirigía las acciones de una plantilla hambrienta. Él fue el ídolo de Neza, un municipio mexiquense golpeado desde siempre por la violencia y la delincuencia, y ese fue el espíritu de un equipo que construyó identidad hasta que los problemas de escritorio detuvieron su historia.

Chivas evitó la coronación del campeón “distinto”: el que quería la gente. Los destruyó sin piedad. Los frenó con un gol tras otro y alzó la copa frente a 60 mil en su cancha. Ese era uno de los objetivos de Salvador Martínez, dueño de aquellas Super Chivas, armadas sin medida en el presupuesto para el dominio con los mejores futbolistas mexicanos… pero no lo fue. Los jugadores de aquel equipo cuentan que la charla motivacional del entretiempo fue el impulso que les hacía falta para salir a definir el título. Un año después, volvieron a la final, pero Necaxa les quitó la oportunidad de sumar la estrella once al escudo. Esa tuvo que esperar hasta diciembre del 2006.

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