Ciudad de México.- El escritor colombiano Juan Carlos Botero piensa que si no hay más novelistas en el mundo es porque muchos acaban “castrados” al no ser capaces de encontrar una “voz propia” a partir de las enseñanzas de quienes eligen como maestros.
Algo que no le ocurrió en absoluto a Gabriel García Márquez, quien supo asimilar las influencias de autores como Kafka, Faulkner y Hemingway y crear algo totalmente diferente y propio, según señala este admirador y estudioso de la obra del Nobel de Literatura.
Botero es uno de los elegidos para conmemorar el medio siglo de Cien años de soledad, la obra cumbre del colombiano García Márquez, en la 34 Feria del Libro de Miami, que comienza mañana.
El próximo viernes Botero, el escritor argentino Pablo Brescia y la hispanista y traductora estadounidense Suzanne Jill Levine participarán en un homenaje a esa gran novela organizado por la feria en combinación con la revista Letras Urbanas.
En una entrevista Botero señaló que hace años cuando analizó para su tesis doctoral el proceso de formación como novelista de García Márquez desarrolló el concepto de las “zonas de influencia” para explicar las bases sobre las que se consolidó.
Ahora está profundizando en el tema para un ensayo que espera publicar en 2018, después de dar a la imprenta su próxima novela, en la que lleva trabajando nueve años.
Además, otra novela que tiene en mente desde hace todavía más tiempo -lleva más de 30 años investigando- le está “pidiendo pista”.
Botero, hijo del pintor y escultor Fernando Botero, conoció personalmente a García Márquez, quien fue en una época amigo de su padre, aunque por “cosas de artistas” se distanciaron.
“Tengo muy buenos recuerdos de él, fue muy generoso e hizo comentarios favorables sobre mis obras”, dice.
Recuerda, incluso, que una crítica suya acerca de la obra de García Márquez El amor y otros demonios, en la que apuntó que habían “cabos sueltos”, llevó a que el Nobel, al que le había extrañado el comentario, descubriera algo curioso.
En la edición en español de la obra faltaban algunas páginas que sí estaban en la edición en francés, en italiano y en otros idiomas, y en eso consistían “los cabos sueltos” detectados por Botero.
El ganador del premio Juan Rulfo considera que, salvo Miguel de Cervantes, no ha habido otro novelista en lengua española de la importancia de García Márquez.
“García Márquez es un fenómeno realmente excepcional en la novelística en castellano”, señala.
Al analizar las “zonas de influencia” de García Márquez, Botero detectó que la lectura de La metamorfosis de Frank Kafka llevó a García Márquez a querer “escribir en serio”.
El libro le dejo “impresionado”, dice Botero, autor entre otras obras de El arrecife y Las semillas del tiempo: epífanos, libro en el que cultivó un género de textos breves creado por Hemingway.
Los primeros cuentos de García Márquez, publicados a partir de 1948 en el diario bogotano El Espectador y recogidos años después en Ojos de perro azul, son kafkianos. La influencia del autor de Praga es “claramente perceptible”, dice.
Después Kafka desaparece y llega el estadounidense William Faulkner, que hace que por primera vez aparezca el humor en su obra y le reconcilia con su propia realidad. Es en esta etapa donde por primera vez aparece Macondo, en La hojarasca (1955).
Por último llega Ernest Hemingway y con él una prosa sometida a la síntesis y la concisión. “El coronel no tiene quien le escriba” está claramente influido por El viejo y el mar, señala.
Lo interesante es que García Márquez se dejó influir por cada uno de esos maestros solo hasta que logra adueñarse de sus recursos, luego “termina despreciándolos”.
Tras despegarse de Hemingway, García Márquez pasó cuatro años sin escribir. Al final descubrió su propia voz, algo terrenal pero también consciente de que es bueno extender las alas. Cien años de soledad fue el resultado, dice.
Botero, que ha vivido muy de cerca el proceso creativo de su padre, cree que las “grandes influencias” son las que le dan la calidad a un artista.
Lo importante es lo que haces con esas influencias. “Hay autores muy pegajosos” que no dejan al escritor encontrar su propia voz.
La lucha en el proceso de asimilación no es fácil y eso explica que no haya más novelistas: la mayoría de los que intentan serlo “acaban castrados por sus maestros y precursores”, dice Botero.
Fuente: El Universal