Morelia, Michoacán.- Una pequeña joya cinematográfica ofrece por estos días el Festival internacional de Cine de Morelia: Janitzio, película de 1934 dirigida por Carlos Navarro.
Para conocer de antemano la trama es pertinente recurrir a la reseña que ofrece el propio Festival:
“Zirahuén, un pescador indígena del lago de Pátzcuaro, lucha por defender sus aguas de pescadores foráneos. Mientras tanto Manuel, un mestizo llegado de la ciudad, intenta seducir a Eréndira, esposa de Zirahuén, ignorando las rigurosas leyes del pueblo, lo que conducirá a los protagonistas a un desenlace funesto”.
Se trata, como es notorio, de una historia que toca varios puntos torales de la realidad actual de los pueblos originarios en Michoacán y en todo el país.
Janitzio ama el aire, el agua, la música, los peces (son interesantes los primeros planos al respecto), la luz. Pero aparte de ese afán estético —no en vano su principal impulsor es el fotógrafo Luis Márquez—, aborda una aterradora realidad política: el poder de los poderosos frente a las comunidades locales.
La primera pugna comienza cuando el comprador extranjero ofrece un precio irrisorio por la pesca a los campesinos. El afuerino aparece como el abusador poderoso, de dudosa moralidad y con la impunidad que da la protección de las autoridades o de quienes tienen en sus manos la justicia; frente a ello, el indio representa la pureza del buen salvaje. Pese al simbolismo básico, la trama funciona y el conflicto, del cual se ha abusado bastante en el cine latinoamericano y a esta altura pudiera parecer repetitivo, cobra en el México de hoy completo sentido si se piensa que se trata exactamente del mismo esquema que hoy aplican Walmart y otras trasnacionales a los miles de agricultores mexicanos que surten sus productos. Estamos ante una película de pavorosa actualidad, en especial en un momento en que tantas voces insisten majaderamente en las ventajas del librecomercio y los TLC’s.
Técnicamente Janitzio muestra una gráfica antigua y algo imperfecta, con los errores propios que produce el hecho de permanecer almacenada durante décadas. También abundan las fallas en el montaje, perceptibles en esos microsegundos en los cuales el sonido parece no cuadrar del todo con la imagen. Pese a ello, el trabajo de conservación es notable y ese mismo sonido, tras varias décadas, funciona a la perfección.
Tema aparte es la capacidad del director y los guionistas para ofrecer una buena historia en una época tan temprana del sine no sólo mexicano, sino mundial: se trata de una película de 1934, filmada íntegramente en la isla. Fuera del factor político que indudablemente tiene, el argumento muestra exactamente la historia que el director quiere contar, con una claridad que incluso hoy debieran aprender los estudiantes de cine. Más que destacable.
Janitzio, según el sitio Cien Años de Cine Mexicano, se sitúa en el lugar 86 ente las 100 mejores películas de la historia local. Un filme que pese a sus deficiencias se deja ver con simpleza, y cuya actualidad parece ferozmente aterradora. Vale la pena acercarse por estos días a las salas en donde se exhibirá; cuando se trata de encontrar buenas historias, a veces la respuesta está en la tradición.
Como punto anexo: queda reconocer la labor de la Filmoteca de la UNAM bajo la égida de su directora Guadalupe Ferrer, y también al Festival Internacional de Cine de Morelia por permitir a los michoacanos la observación gratuita de una parte importante de su propia geografía y su propia historia.
Un fragmento de la película aquí:
Ficha técnica
Dirección: Carlos Navarro.
Año: 1934.
Guión: Luis Márquez y Robert Quigley.
Producción: Antonio Manero, Crisóforo Peralta.
Compañía: Estudios Nacional Productora.
Música: Francisco Domínguez.
Duración: 56 minutos.
Reparto: Felipe de Flores, Emilio ‘El Indio’ Fernández, Gilberto González, Max Langler, María Teresa Orozco, Adela Valdés.