Ciudad de México.- Entre cajas de manzanas, plátanos, peras y toda fruta de la estación, precisamente ordenados en contenedores de fruta hay títulos como El amor en los tiempos del cólera, Cien años de soledad, Travesuras de una niña mala, La tía Julia y el escribidor, El héroe discreto, Los miserables, Por quién doblan las campanas, El Conde de Monte Cristo o En busca de Klingsor.
Los casi 500 mil marchantes y comerciantes que caminan por estos pasillos diariamente pueden hacer una parada en el local marcado con el número 73 de la nave I-J de la Central de Abasto de la Ciudad de México (CEDA), y solicitar en préstamo uno de los 700 títulos que conforman la Biblioteca Gregorio Samsa.
“En la bodega 73 hay como 30 locales en uno de esos locales nos encontramos nosotros. Contamos con un pequeño lugar para la biblioteca, pero como no todos pueden estar en exhibición contamos con un catálogo de libros y un reglamento que entre otras cosas indica que el préstamo es por 10 días, pero que sí el usuario requiere más tiempo, no hay ningún problema”, dice Roberto Carlos Tentle, uno de los responsables y fundadores de este proyecto.
Explica también que este proyecto nació hace aproximadamente tres años “la idea fue de una clienta, la misma que donó los primeros libros y nos enseñó a clasificarlos y a ordenarlos por categorías: infantiles, novelas y de consulta”.
Relata Tentle, en cuyo negocio de frutas está la biblioteca, que iniciaron con 150 libros aproximadamente y ahora cuentan con 700 que, para su préstamo no se solicita ni credencial ni pago ni nada, únicamente pedirlo prestado; tampoco es un servicio únicamente para comerciantes, sino para público en general.
“Nada de esto es una locura; si a una persona le sirve un libro y lo ocupa, no está mal invertido el dinero”
“No son muchos libros los que solicitan al mes —señala— acaso unos 20. Lo que más nos piden son novelas, ya sea de autores latinoamericanos o los clásicos universales que son los que más se llevan.
“La mayoría de los solicitantes son personas mayores, los jóvenes vienen poco y niños aún menos. Diría que 70 por ciento personas mayores 30 por ciento jóvenes y niños son raros los que lo solicitan”.
La familia Tentle, conformada por cinco hermanos, tres hombres y dos mujeres lleva trabajando en la CEDA 20 años; Roberto Carlos tiene 34 años de edad y estudia actualmente una maestría: “Terminé la secundaria a los 14 años, de ahí me dediqué a trabajar aquí, luego estudié la preparatoria abierta y después estudié la carrera de Ingeniería Mecánica, y ahora estoy cursando la maestría en Sistemas Energéticos en el Instituto Politécnico Nacional”.
La Biblioteca Gregorio Samsa, cuyo nombre se lo puso Gregorio Tentle, alude al protagonista de La metamorfosis del autor Franz Kafka y opera en el mismo horario que la CEDA: de 5 de la mañana a las 6 de la tarde, de lunes a domingo.
“Mucha gente pensaba o sigue pensando que esto es una pérdida de tiempo y pérdida de dinero, porque algunos libros ya no los regresan; mucha gente piensa que darle un libro a alguien o gastar ese dinero que uno se gana por alguien es algo absurdo.
“Pero yo no pienso así, al menos a mí en lo personal sí me ayuda leer, me agrada estar tomando libros, leerlos y compartirlos. Pienso que a la gente le cambia la forma de pensar cuando toma un libro y cambia la forma de ver el mundo, cuando conoces formas muy distintas a la que conocemos. Leer sí te cambia la vida, tu forma de pensar, tus hábitos”.
Con este ímpetu los hermanos Tentle llegan todos los días antes de las cinco de la mañana y lo primero que ordenan son sus libros: “No implica más trabajo para nosotros porque no nos tardamos mucho en colocar la biblioteca y tampoco nos quita tiempo estar atendiéndola. Nosotros quisiéramos que más gente leyera y viniera pedirlos porque sabemos que México sería otro si más gente leyera”, señala Roberto Carlos.
Todos los libros que conforman esta biblioteca sui géneris han sido donados y la familia Tentle espera que el catálogo crezca así como la cantidad de lectores “es nuestro granito de arena”, dice el comerciante.
“Nada de esto es una pérdida de tiempo o una locura, creo que si a una persona le sirve un libro y lo ocupa, no está mal invertido el dinero, porque estoy seguro que en las manos que caiga será capaz de motivar a aprender algo nuevo, incluso aunque el libro no regrese a la biblioteca”, señala Roberto Carlos Tentle.
El comerciante y bibliotecario dice que: “Lo ideal ahora es que la gente venga a la Central para comprar y de paso leer o venga por un libro y de paso a comprar. Esa es la combinación perfecta”.
Fuente: Milenio