Esta es la historia de un partido que surgió como modelo de tolerancia, que en su origen demostró que el interés individual no estaba por sobre el colectivo, que democratizó una de las principales ciudades del mundo y que se convirtió en la esperanza de millones de mexicanos. Pero que en el camino pasó a utilizar las mismas tácticas y amarres de sus antes despreciables rivales políticos, pedir fajos de billetes, evadir el combate a los narcoestados y, finalmente, sufrir la mayor desbandada de la que haya memoria en la historia de la política moderna en México. El sol azteca, que nació para alumbrar el camino de millones y tras casi tres décadas terminó por eclipsarse a sí mismo, vive momentos cruciales a un día de firmar un pacto que podría convertirlo por completo en algo distinto.
Esta es la historia del PRD.
PARTE 1 DE 3
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Morelia, Michoacán.- Es el 6 de julio de 1997.
Son elecciones intermedias en el país. La Ciudad de México acapara la atención. Los capitalinos, por primera su vida, tienen en sus manos una boleta electoral propia: tras siete décadas de una ley presidencial que le retiró su régimen municipal para convertirla en un apéndice del mandatario de turno, el Distrito Federal ya puede elegir a su gobernante.
Los capitalinos salen en masa. De un padrón de casi 5 millones, casi 70 % acude a las urnas. Los partidos de desvelan por hacerse de la nueva plaza: se trata de la jefatura de gobierno de la Capital, la segunda elección más importante del país, sólo por debajo de la presidencial.
La votación supera por 10 puntos al resto del país. (Así sería desde ese 1996 en adelante: los votantes de la ciudad con una participación muy por sobre la media del resto de México). Los partidos, que habían invertido millones en sus campañas –el “centro amplio” del PRI, la “sensibilidad frente a las causas populares” del PRD, el “nuevo aire” del PAN– permanecen expectantes. Conocidos los resultados, la sorpresa es mayúscula: Cuauhtémoc Cárdenas, el candidato que había partido en un distante tercer lugar tras el priista del Mazo y el panista Castillo Peraza, el mismo que en los últimos meses había cometido el delirio de desafiliarse del PRI para emprender una incierta aventura encabezando a una absurda mezcla de viejas glorias y michos advenedizos, obtiene casi la mitad de los votos.
Otra vez un Cárdenas desafía al poder. Otra vez uno de ellos abre los caminos para la esperanza de millones de mexicanos. El nuevo gobierno es para el PRD.
El pueblo aplaude a rabiar.
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Es el 16 de noviembre de 2014.
“Invito, con todo respeto” dice la misiva, “a que renuncie de manera irrevocable el Comité Ejecutivo actual, encabezado por el presidente y el secretario general”. Las palabras son de Cuauhtémoc Cárdenas, el viejo caudillo, el líder moral, y están dirigidas a la directiva encabezada por Carlos Navarrete.
Tras 27 años las circunstancias son distintas. Para muchos el PRD se debate en los últimos estertores tras el escándalo del caso Ayotzinapa. El propio Cárdenas emprende su última tentativa personal para recomponer lo poco que queda del partido que él mismo fundó casi dos décadas atrás. “El PRD está en una grave situación de postración y agotamiento, como nunca antes había estado… tras largo proceso de pérdida de autoridad moral como institución y de pérdida de autoridad moral de sus dirigentes”, arremete Cárdenas.
La respuesta de los líderes suena como un muro: no renunciaremos.
A los pocos días, el descalabro.
“De manera irrevocable presento ante ese Consejo Nacional mi renuncia como miembro del Partido de la Revolución Democrática”.
El PRD ya no tiene a su Creador.
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27 años de distancia: dos imágenes, dos momentos que grafican hoy la crisis fundamental que vive el PRD. Un partido que surgió como modelo de tolerancia y conjunción de los acuerdos por sobre las diferencias; que demostró en los hechos que el interés individual no es lo más importante a la hora de servir a los mexicanos; que se podía ceder si eso servía para lograr el avance colectivo; que democratizó una de las principales ciudades del mundo, que se convirtió en la esperanza de millones de mexicanos que de pronto descubrieron que no soportaban un día más al pesado dinosaurio tricolor. El mismo partido que, según el propio Cuauhtémoc Cárdenas, con el tiempo desdeñó el debate y el disenso internos, consolidó su sistema de cuotas, tomó decisiones con miopía, oportunismo o autocomplacencia y olvidó la autocrítica. Y que también copió las tácticas y amarres de sus antes despreciables rivales políticos, pidió ligas para amarrar fajos de billetes y hoy intenta pactar con su enemigo natural, el PAN, para conservar la capacidad de influir en los destinos de México.
Es la historia del fulgor y metamorfosis del PRD.
Sale el sol
El inicio fue épico. En concordancia con su imaginario de izquierda, el ascenso del sol azteca tuvo todos los ingredientes que transforman algunas simples historias de la política en esos hechos que se recuerdan por siempre con un dejo de nostalgia por la vieja gloria.
El resultado de las elecciones presidenciales de 1988, que representaron el cuestionado triunfo de Carlos Salinas —y más tarde, lo sufrirían millones de mexicanos, el giro definitivo hacia la derecha neoliberal— se convirtió en la causa perfecta para conjuntar la voluntades de quienes ya estaba hartos. Ese 6 de julio los encargados del padrón electoral aseguraron a los cuatro vientos que el verdadero ganador tras la sospechosa caída del sistema fue Salinas, y nadie les creyó. El pueblo, receloso, amenazó con salir a las calles y boicotear la sucesión presidencial.
Entonces apareció el líder. Haciendo gala de una capacidad política asombrosa y de una serenidad inédita en la afiebrada política mexicana, Cuauhtémoc Cárdenas, con pulso firme, llamó a la calma y pidió a todos aceptar el fraude para no convertir a México en un baño de sangre.
Esa temperancia —escasa en el mundo tras la confusa fiebre mediática que representó el triunfo de Ronald Reagan— fue una de las principales cartas fundacionales del PRD.
La historia había partido meses antes. A inicios de ese 1988 el propio Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez iniciaron una corriente democratizadora al interior del Partido Revolucionario Institucional (PRI) con miras a la elección presidencial. Poco más tarde comprendieron que al interior del PRI jamás habría cabida verdadera a cualquier anhelo democrático, decidieron la vía propia y formaron una alianza con otros partidos y movimientos de izquierda: el Frente Democrático Nacional.
Hubo espacio para todos. Hasta ellos se acercaron “comunistas del Partido Mexicano Socialista (PMS), trotskistas del PRT, maoístas de la Organización de Izquierda Revolucionaria OIR-LM, socialistas del Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT), guevaristas de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR), socialistas revolucionarios del Punto Crítico (ORPC) y otros grupos de inspiración marxista, así como diversas organizaciones sociales”. Con Cárdenas a la cabeza se lanzaron a la lucha por la Presidencia.
“En esta campaña”, dice un documento interno del partido, “confluyeron diversos procesos sociales, múltiples memorias y herencias culturales, el malestar social y la gran demanda democrática (…) Arropados por el Frente Democrático Nacional (FDN), se construyó la candidatura presidencial a partir de la mayor convergencia opositora de la historia de México post revolucionario”.
El Partido de la Revolución Democrática se fundó el 5 de mayo de 1989. Eran los tiempos en que, en pleno gobierno de Miguel de la Madrid, el sistema político mexicano daba su primero giro estructural a la política económica. Ante las severas crisis recurrentes, decía el gobierno priísta, había que adoptar un nuevo modelo económico. Pero ese nuevo modelo resultó completamente ajeno a la realidad nacional. Desde los albores el neoliberalismo profundizó la desigualdad, empobreció aún más a millones de campesinos ya en el límite de la pobreza y pareció, finalmente, una bofetada sin precedentes en la moderna historia de México.
Y el PRD, alerta, se preparaba para asumir el liderazgo de los nuevos tiempos. En su programa fundacional hablaba de “terminar con las desigualdades, satisfacer las necesidades más apremiantes de la sociedad, la injusticia, la discriminación y el deterioro de los valores sociales y éticos”. Sus líderes argüían la búsqueda de la igualdad o equidad en todos los ámbitos de la vida social humana, en las oportunidades económicas, sociales, políticas, educativas y étnicas de las personas y los grupos humanos y también en la libertad de decidir sobre cualquier forma de pensamiento. Su ideología, en resumen, se centraba en la defensa de los derechos de las personas y el de la soberanía de la nación.
El proyecto nacía bien. Y se consolidaría con el tiempo. Desde su fundación, y hasta fines de la primera década del Siglo XXI, el PRD sería una de las tres fuerzas políticas más importantes del país. Su línea programática basada en la transformación pacífica del sistema capitalista y en la búsqueda de un modelo propio de desarrollo y progreso para el conjunto de la sociedad permearía la mente de millones de mexicanos a quienes ya no atraía el reformismo sino una refundación verdadera. Serían los tiempos de gloria del PRD, que de la mano de Cárdenas se convertiría, además, en uno de los principales activos de la Internacional Socialista.
Llegaba el sol.
El fulgor
El partido había surgido distinto desde sus fundamentos. Los desacuerdos internos parecían una condición inherente: no podía ser de otra manera bajo un esquema que integraba a priistas, la izquierda política, la satelital, la extraparlamentaria, miles de ciudadanos sin militancia política y enemigos íntimos como marxistas, trotskistas, guerrilleros y cristianos.
Para muchos analistas, sin embargo, la inexistencia de un protocolo formal para dirimir acuerdos —una aparente debilidad institucional— ocultaba una forma operativa menos oficial, pero no menos eficiente: la autoridad política y moral del líder.
En otras palabras, la figura carismática de Cuauhtémoc Cárdenas. Y esta manera de conducirse, que hacía las delicias de los analistas políticos impactados con la novedad, rendía sus frutos.
Los avances llegaron pronto. Tras la batalla por la representación ciudadana en las cámaras y en los municipios, en 1991 el PRD se opuso —con éxito relativo— a las reformas a los artículos 3º, 27, 82 y 130 de la Constitución con las que Carlos Salinas de Gortari intentaba congraciarse con el influyente sector católico del país. Y en 1992 se consolidó la era de las elecciones competitivas en Michoacán, hasta entonces dominado sin contrapeso por el PRI: ese año, en Michoacán la candidatura presidencial del perredista Cuauhtémoc Cárdenas superó abrumadoramente a la del PRI.
En 1993 el PRD participó activamente de la realización del plebiscito ciudadano que aceleró el proceso de democratización del Distrito Federal, que permitió que la Asamblea de Representantes del DF recibiera facultades legislativas y, desde 1996 —la misma historia que principia esta crónica—, elegir por voto directo al jefe de Gobierno de DF.
En 1994 el PRD resultó clave a la hora de las negociaciones para democratizar y transparentar a los organismos electorales. Un aspecto vital para el país: pocos años antes había ocurrido el más vergonzoso fraude electoral en la historia moderna. Tras dimes y diretes, tras acuerdos, debates y descalificaciones, el sol azteca logró transformar del Consejo General del IFE y integrar una nueva generación de consejeros independientes para superar el añejo modelo partidista de organización electoral.
Los triunfos políticos siguieron. En 1996 Andrés Manuel López Obrador fue electo presidente del PRD. El nuevo caudillo concentró sus esfuerzos en el fortalecimiento electoral. Durante su mandato el PRD avanzó a nivel federal y en las elecciones de 1997 conquistó, por primera vez, gubernaturas estatales. El partido obtuvo las más altas adhesiones en el Distrito Federal, Michoacan, Morelos y Quintana Roo, y el segundo lugar en Campeche, Chiapas, Estado de México, Guerrero, Hidalgo, Oaxaca, Sonora, Tabasco, Tamaulipas, Tlaxcala y Veracruz.
Pero el primer gran triunfo llegío en 1997, cuando el candidato Cuauhtémoc Cárdenas resultaba electo nuevo jefe de gobierno del Distrito Federal.
La elección en la capital colocó al PRD como la segunda fuerza política del país, sólo por detrás del PRI. El tricolor, además, perdió el control absoluto del Congreso. La representación perredista llegó, en suma, al 25% de la votación nacional: 125 diputados y 15 senadores, el gobierno del DF y 38 asambleístas capitalinos. Y el crecimiento seguiría: en 1998 el PRD se hizo con las gubernaturas de Zacatecas, Tlaxcala y Baja California Sur. Más tarde, en el año 2000, Andrés Manuel López Obrador ganó el Distrito Federal y hasta el propio Vicente Fox —el mismo que años más tarde asumiría que “cargaba los dados contra el tabasqueño en cada lugar donde se pueda”— le reconoció el triunfo.
Los aciertos continuaron. En 2001, tras gestiones del PRD por primera vez el Palacio Legislativo de San Lázaro, el centro neurálgico de la política —y la corrupción— nacional, se abría a los indígenas: la comandanta Esther, una de las líderes del Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, declaraba públicamente: “Esta tribuna es un símbolo… Por eso queríamos hablar en ella, y por eso algunos no querían que aquí estuviéramos”. El PRD se convertía en el símbolo de la democratización de la alicaída política mexicana.
Ese mismo año Lázaro Cárdenas Batel, hijo de Cuauhtémoc Cárdenas, era electo gobernador de Michoacán. Dos años más tarde el partido lograba Zacatecas, con Amalia García como abanderada. En 2005 se mantuvo en Baja California Sur, y más tarde lo mismo ocurrió en Guerrero.
Y mientras tanto la Ciudad de México se pintaba irreversiblemente de amarillo. En 2006 Marcelo Ebrard se convertía en el gobernador electo: el D.F se confirmaba como principal bastión electoral del PRD. Y un año más tarde se aprobaba la ley para la reforma del Estado e importantes reformas electorales, “como una vía para franquear la polarización social después de las elecciones”. El PRD, además de acarrear más democracia, no era un lastre contra la gobernabilidad.
En 2008 el PRD logró, según sus adherentes, una importante medida para salvaguardar a Pemex y el sector energético nacional: la inclusión de las ya míticas 12 palabras (“…no se suscribirán contratos de exploración o producción que contemplen el otorgamiento de bloques o áreas exclusivas…”) en el cuerpo de las reformas privatizadoras emprendidas por el gobierno de Felipe Calderón. En 2010, en coalición, ganó los estados de Puebla, Sinaloa, Oaxaca y el municipio de Benito Juárez, cuya cabecera es la estratégica ciudad de Cancún. En 2011 renovaría la gubernatura de Guerrero, y en 2012, de la mano de Miguel Ángel Mancera, obtenía una histórica votación para la izquierda mexicana en el Distrito Federal. Finalmente triunfaría en Morelos, con Graco Ramírez; Tabasco, con Arturo Núñez, y Michoacán, con Silvano Aureoles Conejo.
El sol brillaba en lo más alto del firmamento mexicano.
Lista completa de los gobiernos encabezados por el PRD
En el Distrito Federal,
- (1997 – 1999): Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano;
- (1999 – 2000): Rosario Robles;
- (2000 – 2005): Andrés Manuel López Obrador;
- (2005 – 2006): Alejandro Encinas;
- (2006 – 2012): Marcelo Ebrard;
- (2012 – 2018): Miguel Ángel Mancera.
En Zacatecas.
- (1998 – 2004): Ricardo Monreal Ávila;
- (2004 – 2010): Amalia García.
En Tlaxcala,
- (1999 – 2005): Alfonso Sánchez Anaya.
En Baja California Sur,
- (1999 – 2005): Leonel Cota Montaño;
- (2005 – 2011): Narciso Agúndez Montaño.
En Michoacán,
- (2002 – 2008): Lázaro Cárdenas Batel;
- (2008 – 2012): Leonel Godoy;
- (2015 – 2021), Silvano Aureoles.
En Guerrero,
- (2005 – 2011): Zeferino Torreblanca Galindo;
- (2011 – 2015): Ángel Aguirre Rivero.
En Chiapas,
- (2000 – 2006): Pablo Salazar Mendiguchía;
- (2006 – 2012): Juan Sabines.
En Tabasco,
- (2012 – 2018): Arturo Núñez Jiménez.
En Morelos,
- (2012 – 2018): Graco Ramírez Garrido.
En Oaxaca,
- (2010 – 2016): Gabino Cué Monteagudo, en coalición con el PAN, PRD, Convergencia y PT.
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IMÁGENES:
Cuartoscuro, Milenio, El Universal
FUENTES:
- http://observatorio.sdhjgd.gob.hn/biblioteca-virtual/documentos/derechos-humanos/58-derecho-de-r%C3%A9plica-revelaciones-de-la-m%C3%A1s-grande-pantalla-pol%C3%ADtica-en-m%C3%A9xico/file
- http://www.redalyc.org/pdf/325/32518423009.pdf
- https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/1/239/16.pdf
- http://nayarit.prd.org.mx/index.php/2-principal/44-historia-del-prd
- http://www.ccardenass.org/LlamadoPorMxHoy_web.pdf
- http://www.redalyc.org/pdf/996/99616178001.pdf
- http://www.redalyc.org/html/996/99616178001/
- https://www.altonivel.com.mx
- https://lasillarota.com
- http://acueductoonline.com
- http://www.sinembargo.mx
- http://expansion.mx/
- http://www.eluniversal.com.mx
- http://www.milenio.com/
- http://www.lajornada.unam.mx/
- http://www.excelsior.com.mx/