Si como muchos creen y otros repiten, en política percepción es realidad, los partidos de la Revolución Democrática (PRD) y Acción Nacional (PAN) mandan señales equivocadas y se rezagan frente a sus competidores del Revolucionario Institucional (PRI) y de Morena.

Digamos que en los meses previos a la definición de candidaturas, precampañas oficiales y campañas, que debieran ser de preparación y todo lo que eso implique electoralmente hablando, panistas y perredistas lucen de todo, menos de organización y mucho menos de definiciones en temas básicos.

Por separado, la información que surge desde Acción Nacional es la de un partido no en debate, sino confrontado; no buscando alternativas, sino peleado entre las que tiene; sin liderazgos, y dinamitando los que al menos en el papel tiene; sin brújula ni dirección, ya se vio en el Estado de México hasta donde pueden caer los panistas, que por lo visto no aprendieron de la lección.

Y si no tienen liderazgos con arrastre social y político, panistas, hoy, ni siquiera pueden presumir de una dirigencia nacional que cohesione, que marque la pauta y que dé certezas a la militancia. Ricardo Anaya, a quien no pocos llamaron “joven maravilla”, se está enredando entre sus propias y legítimas aspiraciones y la conducción de un partido que, para completar la confusión, ha sumado a la idea de construir un frente electoral con otras fuerzas, incluyendo de izquierda.

En ese mar de confusiones para un partido históricamente ordenado y hasta alineado en torno a sus liderazgos, principios y dirigentes partidistas, resulta que hoy los panistas no saben quién será su presidente nacional durante las campañas, no tienen claro su método de elección de candidato o candidata presidencial y ahora ni siquiera tienen claro si irán a la contienda electoral solos o acompañados.

Los perredistas, en tanto, mantienen viva su incapacidad para ponerse de acuerdo. Las tribus y corrientes tienen cada una, idea distinta del partido y su conducción.

Metidos con los del PAN en la idea de hacer frente común ante priístas y morenistas, un día dicen que sí, otro día dicen que a lo mejor no y al tercer día sale alguna de las tribus o sus innumerables voceros a “precisar” que no puede haber alianza con la derecha.

El caso es que, como los panistas, también carecen los perredistas de liderazgos aglutinadores y de una dirigencia nacional que respeten y se respete.

La de Alejandra Barrales es una presidencia de papel, sin mayor representatividad entre las tribus del sol azteca y que actúa siempre bajo la sospecha interna sobre sus intereses y aspiraciones políticas. Un día es señalada como tenaz operadora del jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Ángel Mancera -empeñado como ninguno en este partido en la candidatura presidencial-, y otro como la eficiente “empleada” de los grupos, que construye así su propia candidatura al gobierno de la capital del país.

Los perredistas en tanto tienen la tarea de relevarla en el cargo, pero la pregunta obligada es: ¿Con quién harán el cambio? Y si no está listo el relevo, es porque no hay acuerdos… como (casi) siempre.

Ahora se entiende por qué no hay convocatoria nacional a la construcción del frente amplio. ¡Cómo la va a haber si los supuestos convocantes andan hechos bolas!

¿Y si se cumpliera aquello de que en política percepción es realidad?

Aquí se queda… ¿aquí entre nos?

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