En la larga conferencia de prensa que ofreció ayer el jefe de Gobierno de Ciudad de México (CDMX), Miguel Ángel Mancera, sobre la situación en la capital luego del enfrentamiento entre marinos y sicarios del grupo criminal que controla el tráfico de drogas en el oriente del Valle de México, destacó su negativa a aceptar el asentamiento o crecimiento de un cártel del narcotráfico en la megalópolis.
Recurrió a todo tipo de eufemismos el precandidato presidencial para rechazar la presencia de cárteles en la ciudad que todavía gobierna. De ellos, en prácticamente todos los medios electrónicos y diarios impresos han dado cuenta. Pero en lo que aquí repararemos, es en el evidente interés político de Mancera por no verse envuelto en el espinoso y complejo tema que tanto ha dañado a otros gobernantes: el combate a la delincuencia organizada.
El tema es uno de los que más lastima a los mexicanos y los pésimos resultados que ha dado la estrategia nacional contra la violencia y la criminalidad cada vez son más alarmantes: ayer mismo el Sistema Nacional de Seguridad Pública informaba que el mes de junio pasado se había convertido en el peor de los últimos 20 años por la alta tasa de homicidios dolosos registrada.
No da votos, pues, ni de lejos; las explicaciones siempre resultan pocas, y es más la desconfianza que se acumula entre la ciudadanía. Inseguridad, corrupción e impunidad, son los grandes males que la mayoría de los mexicanos hoy quisieran desterrar. Eso lo saben Mancera y todos sus colegas gobernadores. A Enrique Peña y su gabinete los tienen hundidos en los peores niveles de aceptación en la historia del régimen presidencialista mexicano.
El jefe de Gobierno de CDMX hasta ahora, sin embargo, había podido navegar más o menos libre, ajeno a todas esas turbulencias. Así construyó su imagen pública y catapultó su propuesta política con miras a la elección federal de 2018.
Ayer decíamos aquí que Mancera navegaba dentro de una burbuja que lo hacía parecer distante a los problemas del presidente Peña y del resto de los Ejecutivos estatales, algunos agobiados -un día sí y otro también- por el tema de la inseguridad y la delincuencia organizada. Decíamos que esa burbuja se reventó.
Y lo que para todos los mexicanos debe ser motivo de preocupación pues se trata de la capital del país; para el jefe de Gobierno el tema resulta en una doble complicación, pues está -según trascendidos de esta semana- a escasos tres meses de pedir licencia para ausentarse del cargo e ir por la candidatura presidencial.
Por eso la insistencia ayer del jefe de Gobierno de rechazar la existencia de cárteles en CDMX, tratando, si no de minimizar el hecho de la balacera de la víspera, sí de colocar el mensaje de que todo en la capital del país está bajo control, que el orden no se ha alterado y que la ciudadanía puede estar tranquila, pues no se desatará la violencia vista en otras entidades.
Y si Mancera está preocupado por la alteración que pudiera tener su ruta electoral, en el partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) también deben de haberse encendido las señales de alerta, pues precisamente en la delegación de Tláhuac, que gobierna uno de los suyos, es donde surgió, se consolidó y pudo extenderse el grupo criminal al que no se le quiere llamar cártel.
Pero el caso es que la seguridad en la capital del país es lo que está en juego. Y hay plazas que no se pueden perder. Ese es el tema, el del México de todos.
Aquí se queda… ¡aquí entre nos!