Buenos Aires, Argentina.- Imagínate esta otra escena: Choco sube al escenario en las fiestas de un pequeño pueblo y respira hondo antes de empezar a cantar “Me gusta sentir cómo se te abre y se te cierra” ante un público aparentemente conservador y progresivamente atónito. Un chavón de camisa abierta y pelo en pecho no aguanta más y grita rabioso: “¡Putooo!”. Las novias de los músicos de la banda del pueblo contraatacan: “¡Callate, homofóbico de mierda!”

Es uno de los triunfos atesorados por Romina Bernardo en sus cuatro años mostrando que el perreo puede convertirse en una gran arma lesbofeminista.
Argentina tucumana afincada en Buenos Aires, Bernardo estudió arte multimedia y trabajaba en sistemas informáticos mientras tocaba la guitarra en “bandas con muy poca relevancia”, reconoce divertida. Aficionada al perreo, empezó a fantasear con la idea de componer reguetón lésbico. Se puso manos a la obra sola y de forma autodidacta, ayudada por tutoriales de Youtube. “Nunca antes había hecho producción digital de música. Escribí una canción sobre una base cualquiera, ‘Nos hagamos cargo’. La grabé en casa y la subí a internet. Es una canción bastante guarra. Mis amigas me dijeron: “Qué carajo, esto está buenísimo pero saber tanto de vos…”, ríe.

Además de las letras explícitas, el otro ingrediente central era la sátira. “Agarré una foto de unas reguetoneras, me saqué una autofoto, y me cloné, me photoshopeé. Esa fue la primera imagen, muy bizarra, con unas supergafas, rodeada de chicas bailando”. Compuso alguna canción más y un día la invitaron a cantarlas en la fiesta Jolie, un referente LGTB en Buenos Aires. “Yo nunca había cantado antes, en los proyectos musicales siempre fui instrumentista. Bueno, dije, a ver qué invento”. Su novia de entonces era bailarina de reguetón, y junto con sus compañeras se sumaron al proyecto con unas coreografías “muy elocuentes y graciosas”. “El primer show tenía mucho de performance: una de las bailarinas estaba tuneada como una Willy Wonka medio reguetonera y las otras bailarinas estaban vestidas de umpa lumpas. Y yo era el chocolate que estaba ahí, disputándome el poder con Willy Wonka. Estuvo superlindo”, recuerda.

Lo que empezó como un juego empezó a tener más repercusión de la esperada, gracias a las redes sociales y a las redes de afecto lesbofeminista que han arropado a una compañera risueña y extrovertida. Hoy Romina se dedica profesionalmente al proyecto Chocolate Remix, y se encuentra en su segunda gira por Europa presentando su primer disco, Sátira. El lesbian reggaeton ha interesado a la prensa internacional: cuenta perpleja que la han entrevistado incluso para The Guardian. “Para mí sigue siendo un chiste, aunque me lo tome en serio”.

¿Cuál fue la respuesta de ese público feminista y lésbico de Buenos Aires?

Esa primera fiesta no tenía un perfil militante. Fue excelente, un descontrol de lesbianas y maricas dándolo todo. Pero cuando me empecé a vincular con espacios más feministas a algunas les provocó mucho rechazo. Un Día de la Visibilidad Lésbica hubo gente que llegó a bufarnos. Las bailarinas estaban vestidas increíbles, como unas superheroínas medio en bolas…

Te dirían que reproduces el patriarcado.

¡Claro! ¿Qué es esta lesbiana rodeada de chicas con poca ropa? En un espacio feminista era común estar en tetas pero no tanto ir en minishorts. La lectura más sencilla era: “Esto es lo mismo pero al revés”. Pero jamás podría ser lo mismo.

Entre otras cosas porque las bailarinas tienen un rol activo.

Total. No son un decorado. Pero a mucha gente le parecía que ver chicas con poca ropa bailando así no estaba bien. Decían que yo era como ellos [los reguetoneros] pero no puede ser. Yo soy mujer, por más que sea relesbiana, rechonga, y todo lo que quieras. Yo socialmente no gozo de los privilegios de un varón ni tengo un estatus jerárquico sobre otras mujeres. Así que se trata de un goce compartido. Hoy ya todo el mundo conoce la propuesta, capaz que a alguna no le gusta mucho pero lo expresa como “Che, no lo acabo de entender” y ya. En mi zona, que es más cálida y pobre, hay mucha tradición de bailar cumbia pegados pero en Buenos Aires no, y en los espacios feministas, medio intelectuales, al principio había pudor. Yo las veía desde el escenario, que apenas movían el pie. Pero había necesidad de bailar. Ahora se forman tremendos quilombos.

En esa acusación de que reproduces el patriarcado también hay mucho de plumafobia, ¿no? Es habitual el prejuicio de que las lesbianas butch son como machos.

Totalmente. En algún punto a mí también me gustaba mucho meter el dedo en la llaga con mi sátira. Quiero visibilizar el lesbianismo y el feminismo pero también provocar cuestionamientos hacia dentro. Cuando asomaba mi cara contra el culo de una bailarina estaba haciendo sátira pero al mismo tiempo estaba viendo qué provocaba. Fue divertido.

En ‘Lo que las mujeres quieren’ aconsejas al reguetonero macho: “Una que vez que entiendas que tu verga es prescindible / y centres tu atención es ser un poco más flexible / Te sorprenderán todos los caminos posibles / Y quizás te guste darte vuelta como una prenda reversible” ¿Los hombres se ofenden con esta letra?

Huy, los comentarios de Youtube son increíbles. Me putean de todos los colores. Y de nuevo el argumento de que lo que yo hago es lo mismo. Supongamos que es lo mismo. Lo cierto es que toda esa gente que entra a putearme a mí no entra a criticar todos los vídeos de Daddy Yankee o de Maluma. Cuando una mujer hace lo mismo que los reguetoneros, escandaliza. Hasta ese nivel opera la desigualdad.

Pero Maluma también escandaliza. Recordemos que la petición para que se retirase su videoclip ‘Cuatro babys’ por ser “denigrante para el género femenino” consiguió 91.000 firmas. ¿Qué opinas de estas iniciativas?

Si bien existe una retroalimentación, yo creo que las expresiones culturales son resultado de la sociedad misma. Si una cultura es machista, sus representaciones van a serlo. Si todavía sigue habiendo un Maluma, habrá que preguntarse qué estamos haciendo en las casas, en las familias, en las escuelas, qué estamos haciendo nosotros para que la gente se siga identificando con esos mensajes. A medida que la cultura va cambiando, aparecen alternativas y la gente es lo suficientemente crítica para identificar si una letra es machista o no. O para bailar esa canción sin fijarse en la letra. Creo que eso se va a ir dando. Yo soy positiva respecto a las generaciones venideras, pienso que serán mejores que yo, y no quiero ser esa clase de adulta que cree que la música pervierte a la juventud. No creo que la solución sea decir: “Esto no tiene que estar sonando”.

¿No crees que el machismo se identifica más fácilmente en contenidos sexuales que en las letras románticas de Romeo Santos, Ricardo Arjona o Alejandro Sanz?

Sí, creo que lo que yo hago también se lee como machista porque habla de sexo. Estamos acostumbradas a que los varones puedan hablar de sexo y las mujeres no. Igual nos está pesando la moral que tenemos sobre las espaldas y que nos dice cómo tendría que ser una mujer. Igual el machismo está ahí.

La sátira es una de las señas del proyecto./ Sabrina Mosca

La sátira es una de las señas del proyecto./ Sabrina Mosca

Yo creo que hay una confusión entre machismo y androcentrismo. El problema de un “Ella quiere que la den duro” o un “todas quieren chingarme” es que es un hombre afirmando lo que gusta a las mujeres. ¿Por qué no les preguntamos a ellas qué es lo que quiere? ¿Por qué no cantamos nosotras qué queremos?

Una periodista que me entrevistó en Madrid me dijo: “La verdad es que me calientan tus canciones”. Les pregunté a mis amigas heterosexuales si les calentaban las letras del reguetón y me dijeron que no, que solo son divertidas para bailar. Y sí, son tipos hablando de algo que no saben.

Un artículo del periódico Diagonal, ‘Machismo gafapasta’, levantó mucho revuelo afirmando que en el indie también hay misoginia pero que se acepta por una cuestión de clasismo.

Total. Hace un par de años en Colombia se lanzó una campaña contra la violencia en las letras del reguetón. La habían hecho unos chicos de una universidad privada. Agarraban pedacitos de letras descontextualizadas y les ponían una foto. Si dice “A ella le gusta que le den duro” es obvio que está hablando de sexo, pero mostraban a un tipo dándole un sartenazo a una tipa. Y no era precisamente un hombre con traje y corbata. ¿Quiénes son esas feministas que cuestionan el reguetón? Probablemente pocas vienen de barrios bajos.

¿En Argentina hay ese estigma de que el perreo es vulgar y sólo gusta a gente ‘inculta’?

Sí, bastante. Hay un imaginario en el que las chicas de clase baja que no tienen acceso a estudiar tienen que ser zorras para conseguir marido. Nosotras, como somos chicas de clase media, tenemos que estudiar y ser chicas buenas para conseguir marido igualmente pero con más plata. (Risas) La cumbia sufrió un proceso similar: antes era para el obrerío, y a causa del sandungueo la gente no se pudo resistir y ahora gusta a todo el mundo. Hay un estilo de cumbia con reguetón en Argentina, bastante reciente, que ahora arrastra ese estigma porque lo cantan y bailan pibes que viven en la villa: la cumbia turra.

Hay una opinión aún más extendida: que el reguetón es una mierda por definición. ¿Se puede hablar de calidad musical en este género?

A mí igual no me gusta el heavy pero no digo que sea una mierda, sólo se generaliza así con este ritmo. Cuando empecé, me gustaba el reguetón pero creí inocentemente que iba a ser muy fácil producirlo. Luego me adentré en cuestiones técnicas y conocí a gente muy crack que busca innovar en la sonoridad. Se labura mucho con la fusión con otros ritmos: la cumbia, el denbow… Quizá melódicamente es menos complejo que otros géneros, pero el logro está en encontrar una cadencia, un flow que pegue. Hay más valores que el virtuosismo. ¿Cómo se logra que un montón de gente baile una canción? ¿Por qué está provocando ese efecto más que otros estilos? Ahí hay un hallazgo.

Igual influye en ese prejuicio que las letras del reguetón comercial y patriarcal sean tan pobres y repetitivas.

Depende. Lo importante de la letra es que sea pegadiza y tenga ritmo: si dice “pegao”, añade “sudao”; importa el sonido de las palabras más que el significado. Incluso en letristas cuyos mensajes me parecen una bazofia, encuentro gracia a la hora de rimar. El reguetón tiene su retórica y no lo hace cualquiera. No todo el mundo tiene el flow que tiene Tego Calderón.

¿Ha ido a peor? Yo me descubro como una nostálgica del primer reguetón que nos llegó, el de Don Omar.

Yo me siento igual que vos. Soy muy amante del reguetón de los primeros tiempos con esa onda más gangsta. Ahora está más popero. Sigue habiendo gente que produce reguetón al viejo estilo, pero lo que llega por la tele a los países que no son Puerto Rico o Colombia, es Ricky Martin y Maluma.

¿Nos recomiendas algo distinto?

A mí me sigue gustando mucho el sonido de Tego Calderón. Si buscas letras feministas, en Barcelona están Las Squirt. Lo que me pasa es que tenemos que mezclarnos, porque encuentro por un lado muy buena música (también en lo mainstream) con letras que no me gustan, y luego encuentro gente con otras letras pero que no disponen de una buena producción.

Y ahora está de moda el trap, que destaca tanto por los discursos ofensivos como por una fuerte presencia de mujeres.

No escucho mucho trap. Es un flow que por ahora no me termina de atravesar. Sigo a La Tomasa del Real, una chilena que vive en Barcelona, y que ha pasado del reguetón a la escena trap. Mucho se la ha criticado desde el feminismo. Yo creo que se siente atacada y ha dicho “chau, yo no pertenezco a esto”. Pero a mí me parece superfeminista lo que hace.

Rebeca Lane nos contaba que hay un movimiento de raperas latinoamericanas hermanadas. ¿Se puede promover algo así en el reguetón, con compañeras como las chilenas Torta Golosa?

Ellas hacen letras pero no tanto producción musical. En Buenos Aires estamos haciendo algunos injertos extraños con chicas que producen música más experimental. No encuentro chicas que produzcan reguetón; no hay un movimiento feminista como en el hip-hop. Con ellas sí que comparto muchos espacios, por ejemplo en actividades ligadas a la Asamblea Lésbica Permanente.

¿Es cuestión de tiempo o frena el prejuicio?

Puede ser cuestión de tiempo. Es relativamente nuevo que las feministas hayamos aceptado el reguetón. Por cierto rechazo hacia las letras, un montón de gente no suele escucharlo, ¿y cómo producir algo que no escuchás? Además, la escena de reguetón en Argentina es muy chica.

Volvamos a tus canciones. En ‘Como me gusta a mí’, pasas de parodiar al macho reguetonero a sacarle completamente del plano y centrarte en visibilizar cuerpos y deseos diversos.

El chiste ya estuvo. Ya vamos a otra cosa. Imagínese cómo fue grabar ese vídeo, con esa cama gigante con una sucesión de mujeres. Hay una diversidad total de lesbianas, pero no fue algo buscado. Muchas son conocidas a las que les propuse participar. Hay un grupo en Facebook para compartir sobre sexualidad lésbica, El Tortazo, ahí compartimos fotos y cochinadas. Yo pregunté si alguien quería participar en el vídeo, tenían que estar dispuestas a estar en actitud de cama. ¡Y vinieron todas! (Risas) Lo gracioso es que yo también aparezco en la cama pero no se me reconoce. Fue superdivertido y se sintieron muy cómodas.

Ni una menos’ fue otro hito en tu carrera. Ese primer vídeo en blanco y negro se viralizó también a este lado del charco.

Surgió en el contexto de la primera marcha de Ni una menos, que fue una movilización increíble. Estaba muy conmovida por esa sucesión de feminicidios. Las noticias eran escandalosas, siempre la culpa era de la víctima: “Salió a bailar y volvió muy tarde”. ¿A quién le importa eso? ¡La mataron! Y escribí una canción. Grabamos en el estudio, con cajones: golpear y cantar como protesta. En mi disco he incluido una versión producida y acabamos de estrenar el videoclip.

¿Te gustaría compartir escena con Daddy Yankee?

Si la gente que consume Daddy Yankee me escuchara a mí, eso supondría un cambio cultural importante. Por otro lado, yo respeto mucho a Daddy Yankee. Si no fuera por él y La Gasolina, no sabríamos lo que es el reguetón.

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