Redacción
Morelia, Michoacán.- Ninguno se salva de las cargas del desprestigio. Así llegan todos los partidos a las elecciones locales de este domingo y así arrancarán la contienda por la Presidencia de la República.
Al desprestigio y desconfianza que provocan en amplios sectores de la población, se agregan las disputas y divisiones internas que podrían estallarles en profundas crisis en los próximos meses, cuando además de definir a sus abanderados presidenciales, entrarán a la siempre difícil selección de candidatos a las cámaras del Congreso de la Unión y a los ocho gobiernos estatales que estarán en juego dentro de un año, por citar los cargos de elección más competidos y que desatan, a veces, las más demenciales guerras intestinas.
El PAN: lo que no fue no será
Las pugnas e intrigas no paran en Acción Nacional desde 2012, cuando perdieron la presidencia luego de dos sexenios. Tocaron fondo y ese año los panistas conocieron el peor escenario de la profecía calderonista: perdieron el poder y perdieron el partido.
Sin liderazgos reconocidos y con capacidad para regresarlos al orden institucional y que además los aglutine, los del blanquiazul viven lo que en un ambiente ya se les hizo una costumbre: la confrontación y la descalificación internas.
Como no se había visto en toda su historia, en estos últimos cinco años los panistas han dado la nota, más por sus divisiones que por sus propuestas. El enemigo lo dejaron de mirar en otras fuerzas políticas; ahora lo tienen dentro, en casa. Unos a otros se miran con recelo y desconfianza.
Ni siquiera lo triunfos -como los que obtuvieron en los comicios estatales de 2016- han servido para apagar el fuego; al contrario, lo han avivado.
Una eventual derrota este domingo, sin duda profundizará la crisis, aderezada por la intensa lucha que viven por la candidatura presidencial, a la que por lo pronto están apuntados seis: Margarita Zavala, Rafael Moreno Valle, Ricardo Anaya, Juan Carlos Romero Hicks, Ermesto Ruffo y Miguel Ángel Yunes Linares.
No se ve, por ahora, trazos para suponer que se pondrán de acuerdo. No quieren ni pueden. Es mucho pasa ellos lo que está en juego.
¡Ah! Y de una vez hay que decirlo con todas sus letras. Es un secreto a voces entre los panistas: si Margarita Zavala no se hace de la candidatura, habrá rompimiento. La amenaza de su esposo, el expresidente Felipe Calderón, no fue una ocurrencia ni un arrebato.
Morena: tal para cual
El muy joven partido de Andrés Manuel López Obrador se presentó con fuerza en los comicios intermedios de 2015. Mal no le fue: ganó donde tenía que ganar, su presupuesto creció (casi mil millones de pesos en este periodo) y no le faltan ya recursos para que su líder único siga en campaña.
En las elecciones de 2016, los morenistas mantuvieron su ritmo de crecimiento y a este domingo llegan fortalecidos con la inercia de la presidencial a la vista, contienda que arrancan con una enorme ventaja: López Obrador lleva cinco años en esta campaña, la tercera -que asegura- es la vencida..
Pero en estos lances por los espacios de poder, Morena y AMLO han salido raspados y muy cuestionados, tanto por sus métodos de selección de candidatos como por la inclusión en sus filas de personajes cuestionados por su negro historial; la poca transparencia en su financiamiento y la falta de democracia y debate en la toma de sus decisiones.
Morena es AMLO y lo que su dedo decide o apunta. El caudillo por encima de cualquier institucionalidad.
Y es ese caudillismo con marcados tintes de autoritarismo e intolerancia lo que más daño hace a Morena y al propio tabasqueño. Las campañas de este año han evidenciado esos rasgos que tanto irritan y desconfianza provocan.
¡Ojo! Además está por verse hasta donde avanzan y le pesan los presuntos acuerdos y pactos políticos con la ex lideresa magisterial, Elba Esther Gordillo.
Para colmo, AMLO tendrá en los próximos meses que decidir un sin fin de candidaturas, las mismas que buscan quienes hoy corren al cobijo de los muchos votos que sigue dando el de Macuspana.
La “guerra” entre ellos entonces se desatará. Y sin cauces institucionales internos, la pregunta que muchos se hacen es: ¿Tiene futuro Morena después de 2018? Si ganan la presidencia, evidentemente la respuesta es positiva. ¿Pero y si no ganan y en de Macuspana cumple y se va a su rancho “La Chingada”?
PRI: la decadencia
Al Revolucionario Institucional no le queda de otra: o cambia o muere. Ahora si, no hay de otra.
Corrupción es la marca de este sexenio para el tricolor, cuyo gobierno además no ha podido pacificar al país. Por el contrario, la violencia y la inseguridad crecieron con Enrique Peña Nieto en Los Pinos, al grado que lo han convertido en en mandatario peor calificado en la historia del país.
La suerte de Peña es la del PRI, que de verdad tendrá que reinventarse en los próximos meses si de verdad quieren sus dirigentes llegar competitivos a junio de 2018.
El tiempo no corre a su favor.
Y para colmo de sus males, ni siquiera un buen precandidato se observa entre sus filas. Cualquiera que resulte el agraciado de los tantos que se mencionan como posibles abanderados del tricolor, no entusiasma ni ofrece algo distinto a lo ya visto.
Sus negativos son desoladores. Cargas que son piedras difícil de llevar en el camino.
PRD: si sus tribus quieren…
Las campañas de este año trajeron lo que muchos llaman la mayor sorpresa: el acta de defunción del Partido de la Revolución Democrática (PRD) tendrá que esperar.
Como parte de su estrategia, el principal promotor de la debacle perredista ha sido Andrés Manuel López Obrador, quien en sus cálculos electorales ve al sol azteca como un estorbo, como un peligro.
Hoy esta claro que el PRD será protagonista en el 18 y que jugará alto y fuerte.
¿Su problema? El que ha sido desde su fundación: la proclividad de sus corrientes al pleito y la confrontación. Pero si se ponen de acuerdo, de entrada, para la próxima renovación de su dirigencia nacional; frenan el éxodo a Morena, y superan con consensos el debate que generará la selección de su candidato presidencial, los perredistas se pondrán en posición privilegiada.
Y hasta en línea de capitalizar los errores y excesos de quien se ostentó como su sepulturero.